Nueva columna semanal sobre la valiosa compañía y la actitud que nos regalan nuestras mascotas. Desde mi Colmena en Alcorcón: Un perro de cuento
Bajo tu llamativo y suave pelaje manchado subyacen dos bultos a la espera de biopsia. Con un estoico quiebro mental, esquivamos la amenazante noticia para que la angustia no nos estrangule, aferrándonos a todo lo positivo que todavía compone el certero presente.
Sin ir más lejos, el paseo con que hoy hemos celebrado la llegada de la lluvia y el gozoso baile que te pegaste en la acera, jugueteando con un palo que encontraste de camino al colegio, mientras arrancabas deliciosas risas a varios padres y niños. Por cierto, era un palo astilloso y musgoso horrible, pero el elegido tercamente por ti, que te cerraste en banda a otro más pulido y limpio.
Tu peludo costado aterciopelado sube y baja rítmicamente, en una respiración acompasada que contagia un sopor irresistible si uno fija la mirada en tu relajante estampa.
Entre tus orejas, en ese cráneo achatado por tu condición animal, reposan incalculables recuerdos, así como conclusiones a las que tú mismo has llegado:
“Si la madre dice algo de mis dientes, debo seguirla a la cocina, donde hará eso que odio con un cepillo. Pero es necesario, ergo hay que ir. Si huele a pollo asado y se levanta a abrir el horno, es que puede caerme una tajadita… ¡Debo correr tras ella!. Si se abre la puerta antes de comer, es que por fin llega mi gran colega, Raúl. Si nos preparamos para salir, ya sé que volvemos al cole a recoger a la pequeña Sara, a quien estoy deseando recuperar con más angustia que todos estos, desde que la dejamos allí”.
También albergas dulces recuerdos que te hacen amar la vida de una manera ejemplar: ese pellizco de queso fresco que la abuela te da a escondidas, en la misma clandestinidad en que suelta un billete de cinco euros a cada niño. Creéis que no me doy cuenta, pero a veces me hago la despistada porque sé que sois felices quebrantando mis pequeñas restricciones, en esa complicidad de nietos mimados por el estraperlo abueril.
Abres los ojos, elevando la cabeza para mirarme con evidente disgusto. No te gusta que te contemple así, y menos que llore montándome un drama que aún es incierto.
Me haces sentir un poco idiota porque mis agoreras vibraciones te interrumpen el valioso disfrute de tu presente: tu cama, la paz que en este instante ―como pocos tenemos― inunda la casa; el silencio solo roto por el tintineo de la lluvia en la barandilla de la terraza… y, por supuesto: el olor de la comida haciéndose.
Cuánta razón tienes, amigo. ¿Sabes una cosa? Vamos a escribir un cuento para que nos enseñes a vivir el presente, a agradecer cada aroma, cada descanso, cada paseo; y caricias, y encuentros con familia y amigos…
No como si fueran los últimos, no ―eso es cosa de humanos, que no tenemos arreglo―, sino como tú: maravillados ante cada momento, emocionados en la vivencia de una sorpresa continua. Como si cada vez fuera un descubrimiento, una primera vez.
Sí, señor, vosotros sabéis…
Y, si al final llega ese otro presente que no deseamos, entonces me dirás con esos ojos color caramelo (maldita la falta que os hace hablar):
“¿Recuerdas cuando me miraste en el chenil de la Protectora, a través de la reja, y dijiste pobrecito, qué feo es, porque mis manchas te daban grima? ¿A que no te imaginabas que iba a ser el patito convertido en el cisne que conquistaría todas las miradas, o el gato con botas que traería tanta abundancia de felicidad a esta casa, o el sapito que te sacaría de todos los malos sueños sin convertirse en príncipe?”
Happy, te mereces un cuento, algo que quede muy… ¿Perrault? Perr-ault, je,je… Venga, no pongas esa cara. Te encantan mis chistes malos, no lo niegues.
Cuánto queremos a nuestros peludetes y cómo cambian nuestra vida… Nadie lo entiende hasta que abre la puerta de su hogar a uno de ellos.
Pero todos sabemos el valor que pierde cuando la abandonan.
A mí me toca seguir disfrutándola con él. A su manera: ¡un carpe diem bien perruno! Y no pienso hacer otra cosa, mientras este sea el presente que él me regala cada día.
Sus últimas novelas: El maestro griego y Vidya Castrexa (pertenecientes a la trilogía Las abejas de Malia), junto con su primer cuento infantil: Letras para una bruja, pueden adquirirse en la librería NOCTURNA DE LIBROS (C/ Parque Bujaruelo, 15. Alcorcón), así como en Amazon y en a través de la web Las abejas de Malia de la autora
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