Nueva columna cargada de un mágico recuerdo para delicia de los peques que lo comparten conmigo. Desde mi Colmena en Alcorcón: Magos Salvando Brujas
Desde el fin de semana pasado, todavía arrastro una dulce resaca de tinta, con aroma a papel, a debut en Feria del Libro, a contacto con decenas de lectores, dedicatorias y firmas. Todo imposible sin mi equipazo de CIEN MIRADAS y la Concejalía de Cultura.
De igual forma, me embriaga aún el recuerdo de alguna que otra experiencia intimidante y, finalmente, superada. Tal es el caso de la actuación como cuentacuentos con que me tocaba dar comienzo a la feria. Tenía que narrar (procurando el pertinente espectáculo) LETRAS PARA UNA BRUJA, en el cual una brujita buena es castigada por un mago malo y finalmente salvada por unas niñas.
En la vida real, esta brujita fue salvada por un mago bueno, del pavor que le causaba decepcionar a un montón de niños. Pero voy a ponerme en antecedentes para que comprendáis la magnitud de la magia que me fue regalada:
Como muchos sabréis, cuando los nervios te emborrachan sientes que el alrededor gira tan rápidamente que llega a aturdirte hasta el mareo; las miradas son fugaces, crees que todo el mundo te habla a la vez, quieres fijar la vista en unos ojos pero tus orbitas se desvían rebotando frenéticamente contra todo lo que te rodea (vamos, que estás para un bofetón bien dado).
Supongo que es algo instintivo, atávico. Supongo que mi yo primitivo dominaba mis movimientos guiándolos por el protocolo que seguiríamos inconscientemente hace medio millón de años, cuando nos adentrábamos en un lugar peligroso y podía asaltarte desde cualquier flanco una fiera o un guerrero del clan enemigo (ya estoy desviándome al modo Historia…).
Me gusta consolarme pensando que si me pongo así es porque desciendo de los más despiertos. Pero es una faena que, en los tiempos que corren, mi instinto no distinga una emboscada entre lanzas (o zarpas) de un evento al que debes hacer frente y con el que, además, deberías divertirte.
Afortunadamente, me topé, como decía, con un mago bueno, el Mago Pepe; una persona sumamente generosa y encantadora en todos los aspectos (os recomiendo buscar su perfil en Instagram: elmagopepito. Os sorprenderá).
El Mago Pepe, como podéis deducir, no tiene nada en común con el de mi cuento. Todo lo contrario, nos salvó a todos: a mí, a mi brujita (el cuento), y a los peques, que se descacharraron de risa con sus trucos.
Decían los críos que era un mago torpe porque sus varitas estaban muy locas y no dejaban de desobedecerle, saltando solas para donde les daba la gana. El “pobre mago” se enfadaba con ellas y prometía a la párvula audiencia “que esta vez saldría bien”. Mientras tanto, alguno que otro tal vez debiera haber vuelto al pañal sólo por esa tarde, pues la risa era tan incontenible que la incontinencia en sí podría extenderse a otra parte de esos cuerpecillos, agitándose sobre el suelo que los protegía del césped.
Lo que nadie podía ver era la verdadera magia de Pepe. Porque, aunque no se lo crean, Pepe es mago de verdad. Nadie se dio cuenta salvo yo, que como buena bruja sí pude ver cómo mi pánico escénico se volatilizaba y una rampa invisible nacía y se extendía desde su intervención para que la mía se deslizara por ella cómodamente y sin tropiezos hasta llegar a todos esos pares de ojitos, grandes, redondos y brillantes; abiertos como puertas deseosas de introducir a mis personajes en su maravilloso mundo de fantasía impecable.
No bastando con toda esa auténtica magia, solapada tras la que interpretaba entre bromas, el Mago Pepe hizo desaparecer una cantidad increíble de ejemplares de mi cuento. Para colmo, tal como le sucede a las protagonistas del mismo, mi mano trazó dedicatorias compulsivamente una y otra vez, como si no fuera yo quien la moviera. Con prisas, sin gafas… a saber con qué letra. Pero magia…, eso llevaba seguro. Mucha magia.
Y no quedó ahí el hechizo. Ahora viene lo más impresionante del Mago Pepe:
Me sacó un abrazo.
Quienes me conocen saben que esto requiere un don de otro mundo; que, con este cardo que escribe, cualquier contacto físico requiere una intensa confianza ganada en un considerable lapso de tiempo. Así que un abrazo a dos horas de conocer a una persona… eso sí que fue birlibirlaque-full-del-tó.
Al final va a ser verdad que los magos tienen una llave mágica para entrar directamente en nuestros corazones.
Y un detalle más:
Para mí que se hizo pasar por un mago de mentira, porque tras la despedida —¡Y de esto tengo testigos!—, cuando pregunté a los niños por dónde se había marchado, cada uno me señaló una dirección distinta, ¡ahí lo tenéis! ¡Resulta que tuvimos allí un mago de verdad! ¿No se os ponen las plumas de punta?
Así que, niños, recordad lo que Pepe el Mago os dijo: “portaos bien, porque los magos siempre nos enteramos cuando no lo hacéis”.
Y si os portáis mal, ya sabéis lo que os susurró: “poned cara de buenos”; que ya nos demostrasteis que sabéis ponerlas todas.
Gracias otra vez, Pepe.
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