Desde mi Colmena en Alcorcón: La locura de amar

Desde mi Colmena en Alcorcón: La locura de amar

Columna para ir preparando el recibimiento de San Valentín bajo el caleidoscopio del delirio amoroso. Desde mi Colmena en Alcorcón: La locura de amar

A Cupido se le suele representar con los ojos vendados. Su razón tiene, pues cuando te arrea el flechazo no te salvan ni todas las discordancias con aquella persona cuyo nombre fue grabado en la flecha.

He visto varias veces la película Escuadrón Suicida. El motivo no es sólo darme un capricho de ambiente Gotham, deleitando mis ojos con ese traslado de colores y sombras de cómic a la gran pantalla… Lo que me atrapa especialmente de Escuadrón Suicida es el amor entre Harley Quinn y Joker, tan brutal, colorido y chirriante como el resto del escenario y a la vez tan estimulante, tan superlativo, tan… auténtico. Porque es una locura. Y eso es el amor.

El amor puro, chalado, sísmico, tiene como distintivo esa fuerza inicial con que arrasa nuestra vida como un tsunami arrastrando con él nuestro arbitrio, cualquier intento de autocontrol y hasta nuestro juicio, como nos descuidemos.

El autor de este invento eleva su muestra de lo expuesto a la máxima expresión cuando elige precisamente a una doctora en Psiquiatría ―la Dra. Quinn, quien se encuentra tratando los males de Joker―, como diana de la flecha que no respeta ni la mente más ―supuestamente― lúcida: la de quien sana la salud mental de los demás.

Os podéis imaginar lo que sucede: la Dra. Quinn se enamora de Joker contra toda cordura.

Adiós, cabeza…

Y es que en un mundo donde no colmamos los pulmones de oxígeno, donde no comemos todo lo que nos gustaría, donde medimos, calculamos en pro de una ejemplar austeridad, contenemos emociones y la mesura de las mismas se impone absurdamente como si la pasión también saliera del bolsillo, llega el amor en bruto y en su estado más puro, nos tira la casa por la ventana y nos lleva a percibir la breve futilidad de nuestra existencia, la cual se nos revela al fin todo lo ridícula y sumamente nimia que resulta sin la grandeza de aquello que nos ha invadido como una gripe neuronal y bestial, cuyos síntomas son totalmente dispares a las gripes comunes. A saber: los sentidos se afinan, las fuerzas se incrementan, las horas de sueño sobran…

Harley se entrega por completo a la locura. La intensidad del sentimiento despertado por Joker, la descomunal franqueza del amor más desnudo en su desbordante verdad y sentido, la empujan a pegar carpetazo a la anodina sensatez que regía su vida. Por él acepta que tan dulce chaladura se apodere de ella misma; se deja electro-shockear y para demostrarle hasta dónde la lleva su amor por él, se arroja a unas tinas llenas de un líquido de aspecto más bien tóxico.

Por parte del criminal, cuando éste decide abandonarla a su suerte allí, cediendo así a su atávica maldad, una punzada en el corazón le anuncia la presencia y en adelante regencia de éste: la ama.

Lamentando tener que obedecer al flechazo, se golpea el pecho como si le doliera y vuelve para arrojarse a rescatarla. El amor ha vencido: domina a la maldad y a la cordura; subyuga al tirano y enloquece a la doctora que hasta entonces exhibía una intachable conducta.

El amor nos arrastra a su baile de locos y es delicioso. Lo demás nos sobra.

Feliz San Valentín; feliz delirio.

Patricia Vallecillo – escritora.

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Autora de la trilogía Las abejas de Malia y del cuento Letras para una bruja.

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