Nueva columna semanal que confronta el escribir utilizando la I.A. con el don humano: la I.C.H.: Inteligencia y Creatividad Humana.
Últimamente he padecido y lamentado la lectura de algún texto claramente elaborado a base de Inteligencia Artificial. Quien tenga prescrito comer sin sal, entenderá lo que he sentido.
No se confundan: que un robot de cocina nos prepare unas lentejas pasables no significa que pueda sustituir el toque personal y exclusivo de cada cocinero (ni mucho menos, que nos alimente según nuestras propias necesidades y gusto). Aun así, tendríamos que preguntar a un profesional del gremio si cree que una máquina podría suplir su arte culinario. Yo apuesto a que no.
A mí, francamente, me sentaría como un tiro colgar el trapo en casa un sábado para regalarme un deleite palatal en el restaurante de cualquiera de los 52 participantes del último “Alcorcón Cultura Gastronómica” convocado, y encontrarme con el mero producto de unos ingredientes procesados en una máquina carente de olfato, papilas gustativas, creatividad y, por supuesto, acusar en la degustación la triste ausencia de identidad, de esa huella única e inconfundible que se percibe en un plato humanamente preparado.
Tal es el caso de la redacción que, por desgracia y obra de cierta aplicación informática, prolifera entre los jóvenes de algún instituto para eximir a sus cabezas de realizar una actividad creativa, un ejercicio de habilidad lingüística y, sobre todo, de reflexión y organización de ideas. Según me han contado, uno introduce la idea sobre la que debe escribir, más cuatro palabras clave (y esto ya les cuesta un mundo), y el cachivache te escupe el insulso producto que cumple unos mínimos para que el lector lo masque y lo trague como una oveja. ¿De verdad, es posible que los profesores no perciban la ausencia absoluta de musa al leer cada trabajo?
Un texto elaborado por I.A. puede ser metódicamente ilustrativo y cuestionablemente didáctico. Apunto esto último porque, en manos de según qué poder, la sofista IA podría tramar un texto creíble que invirtiera incluso la traducción que uno obtiene estudiando el transcurso de la Historia desde los libros escritos por quienes la vivieron en carne y hueso. Al fin, los mayores interesados en la proliferación de la alienación definitiva encontrarían su aliado en el aberrante chisme; su sueño se vería cumplido: ¡La lectura dejaría de abrir ojos, provocar cuestionamientos y alimentar el espíritu crítico y un pensamiento propio!
De los creadores de “vamos a enganchar a la gente a los programas basura y equivalentes en redes sociales” llega… “vamos a lograr que desde ahora ningún libro consiga remover conciencias, gracias a la I.A.”. Me parece terrorífico, sobre todo para los que escribimos novelas deliciosamente aderezadas con una potente pastillita oculta para despertar a la población.
A un texto elaborado con I.A. lo delata su insipidez. No quiero ni imaginarme cómo podría ese estúpido ciber-impostor imitar un texto de Javier Marías, osado cocinero de letras que, al margen de coincidir o no con mis gustos y opinión, manejaba sin temor y con gran maestría hasta las más picantes especias literarias y su combinación. De igual manera, me imagino el ciber-sacrilegio tratando de imitar a otros de mis referentes (como Irene Vallejo, por ejemplo, que goza del puesto más alto en mi podio personal).
Una redacción por I.A. podrá estar impecablemente estructurada, de acuerdo. Su ortografía, impoluta. Su gramática medida con infalibles algoritmos y el grosor de sus párrafos matemáticamente calculado. Si me apuran, incluso puedo envidiar dicha cuadratura porque confieso que a menudo arrojo mi pluma contra el papel con caótica vehemencia ―presa de la impulsividad y la pasión exclusivamente humanas― y me paso por el puente de Triana las medidas y los protocolos para salpicarles la columna con esta combinación de sal, pimienta y miel que sólo de mi alma personal puede manar.
Sin embargo, ¿Quién no goza de la transmisión que nos proporcionan dichos pulsores de nuestro inimitable espíritu?
Salvo que usted sea muy fan de los textos fríos, flemáticos y encorsetados, no espere textos elaborados por IA que sean capaces de provocarle escalofríos, ternuras, humor de todos los colores o calentones…, porque tales emociones sólo se contagian de humano a humano.
La imaginación no requiere gran esfuerzo. La traemos de serie, y es incontenible. Surge de forma natural y sigue creciendo en las cabecitas de quienes no hayan recibido una educación demasiado estricta, como quienes sufrieron dicha restricción mental en aquel rígido modelo escolar que consideraba el creativo ensoñamiento como un enemigo al que derrotar para garantizar una educación aceptable.
La mención a aquel modelo de enseñanza obsoleto me lleva a pensar en lo felices que serían sus autoritarios instructores e institutrices con esto de la I.A.
No sé si les duraría mucho la alegría, al conocer que la tecnología puede hacer posible una escritura a nivel profesional ―e incluso su posterior publicación― al alcance de cualquier farsante cateto iletrado, desmerecedor del reconocimiento robado (aprovecho para arrojar una guindilla, como haría Marías, para aplicar los mismos calificativos a quienes recurren a un ghostwriter).
Para finalizar, sólo me queda confiar en que no se extinga el buen gusto, capaz de reconocer y apreciar la insustituible I.C.H. y resistirse a los precios que acabarán ofreciendo los textos insípidos.
Y, de paso, les pido un favor: aliméntense bien.
—
Patricia Vallecillo – escritora y presidenta de la asociación de escritores 100 Miradas.
Autora de la trilogía Las abejas de Malia y del cuento Letras para una bruja.
web: https://las-abejas-de-malia2.webnode.es/
Facebook: Las Abejas de Malia libro
Instagram: escritorapatriciavallecillo
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