Desde mi Colmena en Alcorcón: Escuela de Reyes Magos

Desde mi Colmena en Alcorcón: Escuela de Reyes Magos

Nueva columna que llega como un cuento navideño para desearos una feliz noche de Reyes. Desde mi Colmena en Alcorcón: Escuela de Reyes Magos

Érase una vez, en el colegio de un reino al que solo se podía llegar dentro de un sueño, tres niños algo traviesos que fueron llevados al despacho de la directora por sus respectivos profesores.

Estaban disgustados con ellos porque no acababan de aceptar las normas de la distinguida Escuela de Reyes Magos que a sus respectivos padres costaba ingentes cantidades de oro, incienso y mirra para pagar las cuotas.

El caso es que ahí estaban los tres muchachos esperando sentados en un precioso banco de cristal con bordes dorados y patas de bronce, balanceando sus pies con preocupación mientras se escuchaban las voces de los profes, la directora y los padres que, entre rumor y rumor dejaban entender un “rebelde”, “incorregible” o incluso un “buen corazón, pero…”

Cuando los niños entraron al despacho, todos los mayores compartían una mirada de tristeza que se dirigía hacia ellos anunciando una decisión drástica.

Habían repasado los expedientes de cada uno, y entre los tres tenían en común varios rasgos: que no hacían distinciones a la hora de ayudar a una persona o a un animal, que hacían todo lo posible por proteger la naturaleza de los hábitos innecesarios y la ostentación de sus congéneres y, sobre todo, que empleaban su magia en hacer que todos los niños buenos, no importaba su origen, recibieran los mejores regalos.

No querían comportarse como verdaderos reyes, es decir: vivir con lujos desmedidos, mirar por encima del hombro a las clases consideradas inferiores, disponer de un sequito de sirvientes a su disposición para cualquier cosa… Ni siquiera usaban su magia para otro fin que no fuera ayudar a los demás. Para colmo, su ternura hacia los animales llegaba a tal extremo que eran capaces de volver invisibles a todos los corderitos en Navidad para que nadie pudiera convertirlos en cena. Pasadas las fiestas, podrían seguir jugando con ellos y abrazarlos, porque los corderitos no solo eran suaves y muy cuquis, ¡es que, además, estaban llenos de amor!

―Melchor, Gaspar, Baltasar… No tenéis remedio―sentenció la directora de la Real Escuela de Reyes Magos.

Tanto a los niños como a sus padres se les habilitó un hogar en otro mundo donde no pudieran alterar las reglas del mundo para reyes magos. Allí crecerían y, por supuesto, deberían acostumbrarse a no emplear su magia delante de otros seres humanos, pues les quedó estrictamente prohibido ser vistos creando regalos para otros niños, especialmente juguetes.

Los tres niños siguieron siendo amigos y reuniéndose en secreto para jugar con su magia y mantenerla viva. A veces no podían evitar crear juguetes y se metían en líos cuando los hacían aparecer en alguna casa donde sabían que nunca se podría comprar uno.

Ya siendo mayores fueron llamados por una extraña fuerza a realizar un largo viaje. Durante el mismo, siguieron una bella estrella que los condujo hasta un modesto portal en un establo de Belén. Allí se toparon con una pareja palestina y su bebé recién nacido. Huían de un malvado rey de Judea llamado Heródes, que había asesinado a infinidad de niños sin piedad, sólo por la codicia de proteger su trono de un niño que sería proclamado rey en su lugar.

La pareja se había visto forzada a abandonar su hogar sin tiempo de preparar provisiones y con la mujer a punto de dar a luz. Afortunadamente, infinidad de humildes labradores, pastores y otros aldeanos se acercaron a llevarles algo de lo que cada cual obtenía de su labor.

Melchor, Gaspar y Baltasar cayeron rendidos ante el bebé más lindo que habían visto en su vida. Y es que en sus ojos brillaba una generosidad aún mayor que la que poblaba el alma de los tres visitantes.

Deseando poder obsequiar con el inicio de una nueva vida a la malhadada familia, pusieron a sus pies el oro, el incienso y la mirra suficientes para que pudieran comenzar de nuevo sin apuros económicos. Gracias a ellos, en poco tiempo el padre del pequeño pudo montar una carpintería que se hizo célebre por la belleza y originalidad de sus productos.

Lo que no sabían Melchor, Gaspar y Baltasar, era que ese niño resultaba ser alguien muy especial que aquella noche, con una pequeña y sabia sonrisa, les concedió el don de la inmortalidad para que pudieran vivir cada año una noche maravillosa en la que harían lo que más les gustaba: repartir regalos en todos los hogares para todos los niños, algunos mayores y hasta a los animalitos.

Sin embargo, Melchor, Gaspar y Baltasar prefirieron seguir haciéndose invisibles durante la mágica noche. A cambio, tendrían el don de la ubicuidad para dejarse ver en muchos lugares a la vez y, de paso, disfrutar enormemente del brillo en los ojos de todos los niños que siempre les recordaría al de aquel pequeño bebé del portal de Belén.

Patricia Vallecillo – escritora y presidenta de la Asociación de Escritores 100 Miradas.

Blog: https://erase-una-vez-entre-otras-cosas.webnode.es/blog/

Autora de la trilogía Las abejas de Malia y del cuento Letras para una bruja.

web: https://las-abejas-de-malia2.webnode.es/

Facebook: Las Abejas de Malia libro

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