Desde mi Colmena en Alcorcón: El Patito Feo

Desde mi Colmena en Alcorcón: Patito Feo

Nueva columna semanal de domingo sobre el origen de los cisnes. Desde mi Colmena en Alcorcón: El Patito Feo

La foto que encabeza esta columna también coronaba el espejo de la puerta de mi armario. La recorté de una revista llamada QUO, que formaba parte de mis lecturas hace treinta años.

Dicha foto me infundía un ejemplar coraje; el patito feo mirándose en el espejo y viendo en él al potencial cisne que algún día sería.

En mi más tierna infancia ése había sido mi cuento favorito, el que más me había acompañado y el que siempre me hacía llorar. Ahora le estoy profundamente agradecida; deduciréis la razón leyendo esta columna. Es la misma razón por la que creo que debería garantizarse su lectura en todos los centros de enseñanza, desde el primer año, haciendo hincapié en los sucesivos, porque:

  • Los niños que sufren burlas de otros se sentirían identificados, sabrían que no están solos, y recibirían el mensaje de que su supuesta fealdad/rareza no es sino el distintivo de su condición de cisnes, de su “belleza en potencia”: el talento que les hace especiales e incomoda a sus hostigadores.
  • Por otro lado, el cuento sensibilizaría a todos en general contra lo que ahora llamamos bullying, más conocido años atrás como: “en el cole se meten conmigo”, gravísimo destructor de la autoestima de futuros adultos que deberían haber gozado de un desarrollo libre de atentados contra un crecimiento feliz de su potencial.

A lo largo de estos años de encuentros con otras personas del mundo literario que, a su vez, me han guiado por otros mundos artísticos, he tenido la oportunidad de conocer talentos increíbles, tanto en relación con la literatura como con la pintura, la música, etcétera…

No sólo podemos encontrarlos en el mundo del arte; también se hallan en el de la ciencia. A este respecto, nunca puedo evitar presumir de mi sobrino, a quien, con sólo 24 años, ya se lo subastan en trabajos relacionados con la carrera que cursó: una de esas locuras de ingeniería diabólica que a cualquier mortal sensato ni se le ocurre intentar. Él la aprobó con las calificaciones más altas de su promoción. Lo mismo hizo después con un máster.

Y tanto él como los elegidos por las musas guardan un pasado en común: un pasado de patitos feos.

Sobre este asunto, siempre me debato entre qué vino antes, si la gallina o el huevo. Es decir: ¿Por qué triunfaron como lo hicieron? ¿Fue el resultado de encontrar refugio a su dolorosa realidad en una pasión constructiva, que les llevó a convertirse en los cisnes que son ahora? ¿O acaso aquellos “verduguitos” (tan pésimamente educados por padres que más bien deberían haber criado cerdos en vez de niños) detectaron en la sensibilidad de sus víctimas su concomitante talento, e instintivamente reaccionaron de forma hostil contra ellos porque la conciencia de su propia mediocridad convierte en una amenaza a quien goza de ese brillo especial?

Os voy a contar tres ejemplos (ocultando la identidad de los aludidos bajo otros nombres):

Primero:

Conocí a Atenea en el instituto. Sufría burlas, empujones, vacíos…, en fin: miles de pequeñas torturas que enfangan cada día de la vida del pobre elegido. Coincidimos en algunas asignaturas en las que yo, que iba a mi bola y me gastaba unas malas pulgas célebres entre los abusones, pude disfrutar de su encantadora sensibilidad, su inteligencia y una premier de lujo de la que ahora es una trilogía maravillosa, publicada con la editorial soñada por todo escritor; la única por la que yo me dejaría colgar el cascabel y abandonar mi terca (y hippie) independencia literaria.

Atenea ha publicado varias obras más, que yo he ido adquiriendo, orgullosa de aquella quinceañera soñadora que me regalaba, cada tarde a primera hora, una entrada anticipada al inmenso mundo que albergaba en su interior, mientras el profesor se giraba irritado mandándonos callar.

Segundo caso:

Minerva pasó por el mismo vía crucis que Atenea, llegando a sufrir incluso agresiones físicas; sus torturadores no soportaban que con quince años ya luciera su talento en las redes sociales y publicara su primer libro. Su luz era demasiado irritante para las rabiosas ratas que la rodeaban; necesitaban apagarla, a palos si fuera preciso. Pero eso sólo la reafirmó. Y esto, seguramente, sucedió tanto gracias al apoyo de su familia como al don de poder vivir otra vida, más amable, que volcaría en las letras.

Hoy ocupa un puesto de responsable contra el acoso en la universidad, es la delegada de su clase y su futuro ya deslumbra, tanto por la vertiente académica como por la artística, pues sigue publicando y presentando sus libros todo lo que el escaso tiempo que su actividad como universitaria, trabajadora en prácticas y estudiante en el conservatorio, le permite.

Y para colmo es un amor de niña (eso os lo digo yo y todas las mías).

Por último, Nagore: ella conoció el infierno en el instituto. Más de lo mismo que sufrió Minerva. Y con ella, sus padres, como es lógico (y de esperar).

Este caso me duele especialmente porque conocí a Nagore con tres añitos y la vi crecer entre el grupo de amigos de mi hijo, día tras día, en el parque. Si cierro los ojos puedo verla con nitidez, correteando feliz entre todos los demás retaquillos de dientes de leche, cuando disfrutaban de sus juegos cualquier día de invierno a la salida del colegio; envueltos en gordos abrigos que acentuaban su apariencia de polluelos. Se desplazaban en bandada de un lado a otro y a ratos se desperdigaban en pequeños grupos, entre los columpios y los arbustos, mientras alguno se dejaba la merienda sin terminar. Es como si aún pudiera verlos… En ese momento, en tan dulce contemplación, no puedes imaginar que uno de ellos se encontrará a los monstruos de turno en su próxima parada: el instituto.

Hoy Nagore es un esbelto cisne, una chica increíblemente preciosa, que con solo diecisiete años empieza a ser reclamada en múltiples eventos, allá donde llega la fama de su talento, tanto manejando los instrumentos musicales como con su envolvente voz, que eleva las almas y las deja suspendidas en el éxtasis de escucharla hasta que llega el momento de estallar en aplausos.

¿Es la sublimación de todo aquel dolor lo que nos ofrecen ahora; como la flor de Loto que emerge del oscuro y viscoso fango? ¿Reconocieron los ejecutores de sus dolorosos recuerdos al cisne yacente en sus víctimas, antes de que ellas mismas lo encontraran en sus espejos?

Lo único que sigo teniendo claro es que ni la máxima belleza compensa a un cisne por todo el dolor del que surgió. Jamás lo hará.

Patricia Vallecillo – escritora y presidenta de la Asociación de Escritoras 100 Miradas.

Autora de la trilogía Las abejas de Malia y del cuento Letras para una bruja.

Facebook: Las Abejas de Malia libro.

Instagram: escritorapatriciavallecillo.

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.

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