Nueva columna expuesta desde el triángulo que marca estos primeros días de mayo. Desde mi Colmena en Alcorcón
Aquí estoy, dándole vueltas a este triángulo de fechas y rompiéndome la cabeza con él como si se tratara del cubo de Rubik.
Me encanta vincular conceptos, y estos tres tienen una conexión importante, lo sé.
Ya sé que en el día de la independencia se celebra que los madrileños se levantaron contra Napoleón.
No, no digo “nos levantamos” porque yo no estuve allí. No me atribuyo méritos de mis antepasados, como tampoco me doy por aludida cuando nos reprochan la invasión ejecutada por el tal Colón y compañía. Aunque lamente la calamidad perpetrada por aquéllos, no consiento que a mí, mujer que no ha portado más oro que el de una alianza, me reclamen el preciado metal. Váyanse a hablar con los descendientes de la clase noble (o mejor aún: los de los piratas ingleses que nos esperaban a mitad del Atlántico), porque lo que es el noventa por ciento restante de los españoles de aquel 1492 debían ser los que estaban en la calle descalzos, hambrientos y criando a los futuros tatarabuelos de los que en 1808 se las verían con los franceses.
Pero qué digo, si yo vengo de familia gallega… Vamos, que me dejen todos tranquila con los franceses y los hispanoamericanos. Que bastante tengo rehabilitando la cultura celta que aplastaron los romanos y lo que vino después: esos terroristas autodenominados cristianos (pobre Jesús…) que debieron quemar a alguna antepasada mía (esa sí) por no renunciar a sus bellas tradiciones celtas.
Ya me he ido por las ramas. Centrémonos:
Trabajo, independencia, madre…
La trabajadora que se hace madre y pierde su independencia porque la despiden (en base a unos factores de los que pocas se libran). Cruda realidad.
Por otro lado, la madre que logra un trabajo y se gana una ansiada independencia económica: Justicia pura. No está valorado el trabajo de las madres que se quedan al cuidado de los niños renunciando con ello a su independencia, con todo lo que esto implica (y deja mella) a nivel personal.
Sí, yo he conocido muchas parejas en las que un miembro (generalmente la mujer) se veía forzada a renunciar a su vida profesional porque sus niños no eran plantas, sino seres que necesitaban ir al médico, ser cuidados (así como recogidos del colegio antes de la hora de salida) cuando enfermaban, o simplemente tener con quién jugar y hablar al salir del cole; que deseaban que fuera, naturalmente, su padre/madre quien les acompañara al parque y les explicara las mates o el inglés; porque los progenitores no estaban dispuestos a cargar con los nietos a unos abuelos que están para disfrutar de ellos sin más obligaciones (o directamente no contaban con dichos abuelos).
Cada vez va siendo más difícil que uno se ocupe de sus propios hijos, a medida que se siguen apretando las clavijas económicas (alquileres al alza, jornadas abusivas, salarios insultantes…) que nos alejan de aquel modelo del bienestar hundido en el horizonte del segundo milenio. Hasta hace poco, ha seguido funcionando la fórmula de renunciar y renunciar: no pises la peluquería, ni el bar ni el cine (si acaso en vacaciones de Navidad un día y en verano otro). No cenes ni comas fuera, no compres ropa hasta que se te abran las costuras o se deshilache (gesto que, por otra parte, el medio ambiente agradece)… Reza para alejar las averías y los problemas de vista, cuídalo todo para que dure mucho; y mantén los dientes de todos (incluido el hijo canino) bien cepillados, que jolines con lo que cuesta el dentista.
Mis padres han sido siempre la admiración de sus amigos y del resto de la familia porque estiran el dinero hasta lo inimaginable. Afortunadamente, yo heredé ese talento. Y menos mal, porque el tambaleo laboral ha sido de aúpa. No obstante, al paso que vamos (al que no observo resistencia por parte de la población, sino más bien lo contrario bajo una inexplicable mentalidad de esclavo orgulloso), vamos a acabar todos como los ciudadanos-pila de la película de Matrix.
Para colmo, hay una actitud revanchista entre quienes ofrecen trabajo; la de castigadores de madres cuyo crimen ha sido ejercer como tales, que me parece muy injusta. Ya comenté por aquí la anécdota que guardo respecto a una energúmena de las que trata de imponer así su elección a las demás (“que me críe los hijos una niñera”), descartando automáticamente a una persona que, optando de manera diferente, hubiera estado X años sin más trabajo que el no remunerado: el de criar y cuidar a los futuros cotizantes, con todo lo que ello implica (desde asegurar a tus hijos el zumo de la mañana, la ingesta de alimentos sanos, la compañía de quien realmente necesitan tener cerca por muy buenos que sean los yayos, la ayuda con las mates, con el inglés, etcétera…)
Otra cosa sería que todos tuviéramos un negocio propio para poder ganar dinero de forma autónoma y tener a los hijos cerca. Un sueño dorado.
Sigo con el juego de palabras:
La madre, el trabajo de la madre, la renuncia a la independencia… El dolor del ostracismo, de ver el parque, el mercado, las calles… convertidos en un desguace de mujeres (más que hombres) que reciben un castigo laboral traducido en último término a castigo social, sólo por haber sacado adelante a unos magníficos chavales que, por cierto, pagarán las pensiones de aquéllos que penaron duramente la maternidad impidiendo la reincorporación al mundo laboral de sus madres, ¿no es irónico, injustamente paradójico e insultante?, incluso a pesar de que una candidata superara con creces las pruebas de aptitud de la consabida ETT que suele mediar, la respuesta final del represaliador será: “¿No renunciaste al cuidado de tus hijos? ¡Ya no contamos contigo!”
La madre, el no trabajo, la no independencia… Una cadena perpetua al sueldo de la pareja, una humillación y un escarnio social que no merecemos.
Aquí es cuando podríamos sugerir a todos los hijos de madres desguazadas que se marchen a trabajar y cotizar en aquellos países donde la maternidad todavía se considera sagrada. Y que les paguen la pensión a ellos.
Felices días: con la independencia, con el trabajo y con la madre que nos…
Patricia Vallecillo – escritora y presidenta de la Asociación de Escritoras 100 Miradas.
Autora de la trilogía Las abejas de Malia y del cuento Letras para una bruja.
Facebook: Las Abejas de Malia libro.
Instagram: escritorapatriciavallecillo.
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