Columna convertida en una verdadera carta de amor a quien más lo merece. Desde mi Colmena en Alcorcón: Carta de amor a quien más lo merece

Mi querido compañero. Llevamos toda la vida juntos. Por supuesto, sé que me acompañarás hasta mi último aliento.

Al principio mi vida era oscura y sorda, hasta que tú trajiste los sonidos que llamaron mi atención más allá de mi propiocepción: latidos, burbujeos… Atentos a estos y otros sonidos amortiguados por el líquido, tú y yo comenzamos a compartir la primera curiosidad y la consiguiente euforia ante esos descubrimientos.

Después trajiste luz y, con la nitidez que tú mismo procuraste, pude apreciar las pinceladas trazadas por el amor en los rostros de aquellos que, entre cantarines sonidos, nos rodeaban contagiando los mismos gestos a nuestra carita, haciéndonos responder así al amor con amor gracias a estos músculos faciales ―los mismos que ahora dibujan mi sonrisa―, por entonces tan pequeños…

Observé con fascinación ―aún lo hago― cada dedo de las manos que convertiste en dos pequeñas magas creadoras capaces de hacer aparecer los primeros dibujos y letras. Sí, aún observo mis dedos, lamentando con cierta ternura la deformación a que la artrosis va sometiéndolos con la edad. Canalla… no le hagas eso a mis laboriosas hadas, le digo a ese verdugo del tiempo; el primero de todos los que nos esperan, vilmente agazapados a la vuelta de cualquier cumpleaños.

Pero sigamos recordando: un día me impulsaste a dar los primeros pasos, insuflando con ello la primera sensación de control y éxito en mi vida. Propiciaste los siguientes triunfos con el trote que me llevó a aquellas trepidantes carreras entre juegos o de camino al colegio.

Has soportado pacientemente mis injustas quejas sobre ti en numerosas ocasiones, en las que llegué a arremeter con algún te odio que otro delante del espejo: que si estabas gordo, que si los pechos pequeños, que si esta mancha qué asco, que si tantas cicatrices, pecas, etc… Perdóname, amigo. Fue ese ingrato momento en que la adolescente olvida con qué júbilo, apenas uno o dos años atrás, aún se lanzaba ladera abajo corriendo como si no tocara el suelo gracias a ti, pedaleaba una mañana entera, pateaba un balón o se sentía volar sobre unos patines.

Querido compañero: lo del descubrimiento de la variante erótica del amor queda entre tú y yo. Gracias, ya sabes por cuánto. De paso, gracias también por convertir el desamor en dos fuertes alas.

Más recuerdos… Juntos pasamos por bastantes polideportivos y tú portaste sin queja cada atavío que te tocó lucir según la ocasión. Me siento un poco culpable por lo mucho que te exigí entonces, pero es que yo te espoleaba y tú respondías tan increíblemente, aceptando el reto y pidiendo más… Éramos jóvenes y estábamos muy ―pero que muy― locos.

Sin embargo, nada de lo comentado puede compararse con el milagro del que fuiste capaz: crear dos seres a tu semejanza. Me concediste la transformación en portal de paso a esta vida desde el otro lado: en madre, autora del desarrollo de dos nuevas personas, con todos los retos que ha supuesto, demostrándome de nuevo lo fuertes que podemos llegar a ser desde las incontables noches sin dormir iniciales hasta los latigazos que su adolescencia va soltando a su paso como flagelos enloquecidos.

Querido cuerpo, empiezas a quejarte: dolor aquí, dolor allá… Yo te debo ahora, compañero mío, todo el cuidado con que he de agradecerte cada cima alcanzada por tus piernas; cada exposición de pintura con que tus ojos sanaron mi alma; cada abrazo que llegó y sigue llegando hasta mi corazón, así como los libros escritos, mis hijos de papel. Y tantas cosas más…

Añoro nuestras carreras y demás locuras, pero ahora mereces más amor y cuidado que nunca por mi parte y por quien sepa amarnos y cuidar de ambos. Nos lo hemos ganado. Lo merecemos porque también hemos tragado mucho veneno de quienes no nos merecían, ni a ti ni a mí.

Ahora sí que se acabó lo de hacer el cabra, amado colega. ¡Pero cuánto trote nos queda aún! Sin reproche alguno hacia los límites que me impongas, te defenderé contra los desprecios a tu natural y bien ganado envejecimiento. Te preservaré de los estereotipos que pretendan profanar tu digno paso por el tiempo. Has sido el mejor vehículo con que se podía contar en este viaje y llegaremos juntos, tal como vinimos, a nuestro final. Al cuerno los eslóganes de belleza; al cuerno quien deteste las arrugas y las canas… ¿Qué sabrán ellos de vivir con gratitud hacia sus cuerpos? ¿Qué sabrán de amar a quien más debemos?

Espero que nuestro amor inspire a los demás para que dejen de maltratar tanto a sus respectivos y empiecen a agradecerles toda una vida.

Patricia Vallecillo – escritora y presidenta de la Asociación de Escritoras/es Cien Miradas.

Autora de la trilogía Las abejas de Malia y del cuento Letras para una bruja.

web: https://las-abejas-de-malia2.webnode.es/

Facebook: Las Abejas de Malia libro

Instagram: escritorapatriciavallecillo

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.

Sigue al minuto todas las noticias de Alcorcón. Suscríbete gratis al
Canal de Telegram
Canal de Whatsapp

Sigue toda la actualidad de Alcorcón en alcorconhoy.com