De Alcorcón al cielo: La luz infinita del Robin Hood de Alcorcón

Tribuna especial con una despedida que jamás debió escribirse. De Alcorcón al cielo: La luz infinita del Robin Hood de Alcorcón

No es casualidad que, después de casi un mes (sin exagerar) sin parar de llover, el domingo 23 de marzo amaneciese al fin soleado en Alcorcón, sin una gota de agua. Quizá fuera porque ese día subió al cielo alfarero una estrella, que, con su gran manto, iluminó de amarillo (no podía ser otro color) la ciudad de su corazón. Ese día, me van a permitir que les hable en primera persona, nos dejó Jesús Santos. Qué difícil es escribirlo.

Jesús y un servidor se conocieron hace más de once años. Él venía de jugarse su presente y futuro a todo o nada, como cabeza visible de aquella huelga de basuras de Alcorcón que fue un quebradero de cabeza para el Gobierno del popular David Pérez. Santos, por entonces un humilde trabajador de ESMASA, emergió de la nada para coger galones, disfrazarse de Robin Hood y enfrentarse al poder por defender a los suyos. Una tarjeta de presentación a su altura.

La moneda le salió cara. Y, gracias a ello, Jesús empezó a ver que era posible cambiar las cosas. Luchar por los derechos de la gente desde la honestidad y los valores, fiel a la bíblica esencia de su nombre. Al fin y al cabo, para eso es para lo que se supone que sirve la política: para mejorar la vida de las personas. Y fue lo que empezó a hacer.

Desde entonces, empezamos a coincidir un montón. “¡La que estamos liando!”, nos dijo a mi gran amigo Víctor Guillén y a un servidor, una de tantas veces que le entrevistamos en la Cadena Ser Madrid Oeste. Fue en la carrera hacia sus primeras elecciones, las de 2015. Y aquel tipo valiente, ese chaval irreverente, tatuado y con coletilla, que acababa de empezar su carrera política, consiguió en solo un puñado de meses embaucar a más de 15.000 vecinos y asaltar el Ayuntamiento con cinco concejales con ‘su’ Ganar Alcorcón. Casi nada. Tenía razón: la estaba liando bien.

Desde entonces, Santos siempre fue un líder para la gente. Un tipo muy apreciado por todos, con independencia de colores, lo que tiene un tremendo valor en un mundo cada vez más polarizado. Un dirigente diferente, ajeno a burocracias y bienquedismos. Por eso tanta gente le conocía y le quería: porque no era un político al uso, sino un chaval de barrio que lo hacía todo de corazón, que se saltaba todos los protocolos del planeta por salir corriendo a darte un abrazo si te veía en cualquier sarao. Como estas pasadas Fiestas, cuando, en una caseta, alguien se abalanzó sobre mí y casi me tira al suelo. Al girarme, le vi enganchado a mis hombros, radiante de alegría por saludarme, y me dio un beso en la mejilla. Dos semanas más tarde, anunciaba lo del maldito cáncer. Lo que se puede torcer la suerte de un momento a otro.

Con un arraigo tan alcorconero, los nexos entre Jesús y este que les habla eran múltiples. Álvaro, compañero de fatigas en esta (dura) profesión de juntar letras, entrena a fútbol en el Juventud a uno de sus tres hijos, por los que Jesús sentía pura pasión. Y que juega de portero: como cuando su padre hizo sus pinitos en fútbol sala. Qué decir también de mi amigo Jorge, que disfrutaba con su querido ‘Esu’ vibrando con el Estudiantes de baloncesto junto a su peña, ‘Impresentables’, de la que Santos era padre fundador. Porque, en los (pocos) ratos libres que le dejaba el día a día, Jesús gozaba con el ‘Estu’, igual que con el Alcorcón, del que era un devoto confeso. Cómo olvidar el gran abrazo que nos dimos en el túnel de vestuarios de Santo Domingo, el día del ansiado retorno a Segunda. Y qué lejos queda ya.

A Jesús también le apasionaba la música, el ‘remember’ que tanto compartía con otra buena amiga suya: mi tía Raquel, mi eterna compañera de pesares en los partidos del Atleti. El último día que hablamos, Jesús me dijo que tenía un regalo para ella y para mí. Tristemente, nunca nos lo pudo dar, y nunca sabremos qué era. Cuánto le vamos a echar de menos. A él y a su luz infinita.

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