Nuevo capítulo de relatos sobre las anécdotas de vigilancia. Crónicas de un vigilante de seguridad de Alcorcón. Capítulo 3: El Parking
Pepe había trabajado en toda clase de lugares como vigilante de seguridad, de hecho, su carácter inquieto le hacía solicitar con frecuencia a su empresa el cambio voluntario de servicio; pero cuando lo asignaron a un turno nocturno en un parking subterráneo en el centro de Madrid, pensó que estaba a punto de vivir una experiencia decepcionante. No era un museo lleno de obras maestras ni una torre moderna con vistas impresionantes; era un oscuro y monótono laberinto de hormigón y coches, donde su única compañía sería el eco de sus propios pasos.
El parking, de varios sótanos, era un lugar tranquilo durante la noche, ideal para relajarse o, como Pepe prefería, para entretenerse con algún buen libro o un par de episodios de su serie favorita que podría ver en el teléfono móvil. Sin embargo, esa calma era interrumpida por la constante e impertinente presencia de su compañero de turno dos sótanos más abajo: Jorge, un hombre que, aunque bien intencionado, era el tipo de persona que no sabía cuándo dejar de hablar.
Tenía una habilidad especial para encontrar temas de conversación donde no los había. Desde teorías conspirativas sobre el gobierno hasta anécdotas interminables sobre su colección de sellos. Siempre encontraba una excusa para mantener la lengua en movimiento. Pepe, que solía encontrar y disfrutar de pequeños momentos de paz durante sus turnos, se encontraba ahora atrapado en una charla continua a través del Walkie que no tenía fin.
—Pepe, ¿has oído hablar de la última sobre los extraterrestres y los círculos de las cosechas? —preguntó Jorge una noche, mientras realizaban una ronda.
—No, pero seguro que me lo vas a contar —respondió Pepe con una sonrisa irónica, resignado a escuchar otra de las historias de su compañero.
Por supuesto, Jorge no decepcionó y se lanzó a una explicación detallada de su teoría sobre cómo los alienígenas estaban tratando de comunicarse con la humanidad a través de patrones en los campos de trigo. Pepe asentía de vez en cuando, ofreciendo alguna que otra interjección para mantener la apariencia de que estaba interesado. Mientras tanto, su mente divagaba, preguntándose cómo podía hacer que las horas pasaran más rápido en aquel lugar tan gris y poco estimulante.
Esa misma noche se encontraron en el tercer nivel del aparcamiento para verse un rato en persona. Las luces parpadeaban de vez en cuando y algo captó la atención de Pepe. A lo lejos, en una esquina oscura, vio algo moverse dentro de uno de los coches estacionados. Se detuvo y frunció el ceño, enfocando la vista. No era muy raro que mala gente usase el garaje para actividades ilegales, y Pepe debía comprobarlo.
—Espera un momento, Jorge —dijo, interrumpiendo un monólogo de su compañero sobre lo interesante que es coleccionar monedas antiguas—. Creo que he visto algo.
Pepe se dirigió hacia el coche sospechoso. A medida que se acercaba, el movimiento dentro del vehículo se hizo más evidente. Las ventanas estaban empañadas, y los leves movimientos dentro del coche eran inconfundibles. Pepe no pudo evitar sonreír para sí mismo, al adivinar lo que estaba ocurriendo, pero decidió gastarle una broma a Jorge y volvió a su lado.
—No creerás lo que he visto.
—¿El qué? —contestó nervioso.
—Necesito que mantengas la calma y que te alejes conmigo muy despacio.
—Me estás asustando, Pepe. ¡Cuéntame joer!
—Acabo de ver cómo un puto alienígena se comía la cabeza de un tío en el sofá trasero. Creo que no me ha visto porque está devorándolo con mucha ansia.
Jorge se quedó paralizado y, unos instantes después, salió corriendo despavorido como si le hubieran quemado el trasero.
Pepe se deshizo en risas y se volvió a acercar al coche. Golpeó suavemente la ventanilla con la linterna e inmediatamente, el movimiento dentro del coche se detuvo. Escuchó unos murmullos apresurados. Unos segundos después, la ventanilla se bajó lo suficiente para que asomara la cabeza de un joven, con el rostro rojo de excitación y vergüenza.
—¡Hola! —dijo Pepe con tono serio, pero con un destello de diversión en los ojos—. Lamento interrumpir, pero este no es exactamente el lugar más adecuado para… ya sabes, intimar. Además, podríais meteros en problemas si os viese alguien, sobre todo si fuese una familia con niños.
El joven, balbuceando disculpas, intentó explicar que no tenían dónde ir y que no querían causar problemas. Mientras tanto, la chica, también visiblemente avergonzada, apareció detrás de él, arreglándose el cabello y la ropa.
—Chicos, podríais haber elegido un lugar más romántico. No sé, como un mirador con vistas, un parque , ¡incluso un polígono! Aquí solo tenéis hormigón y tubos de escape.
La pareja se relajó un poco al captar el carácter afable y distendido del vigilante, sobre todo después de las sugerencias sobre otros lugares más adecuados para sus encuentros amorosos. Los chicos se despidieron de forma apresurada, arrancaron el coche y salieron del aparcamiento tan rápido como pudieron.
«Bueno, esto fue interesante». Se dijo Pepe en alto mientras veía cómo las luces traseras del coche desaparecían por la rampa de salida.
—Lo fue, lo fue —respondió Jorge, sacudiendo la cabeza que había aparecido de quién sabe dónde—. Pero, oye, al menos ahora tenemos una historia que contar. ¿Te imaginas si los hubiéramos pillado a las tres de la tarde? Habría sido mucho más incómodo al tener testigos que recriminaran nuestra actuación.
—Es cierto, aunque espero que no se repita. No quiero tener que dar con frecuencia lecciones sobre lugares apropiados para citas a medianoche —replicó Pepe con sorna.
El resto del turno pasó con relativa calma, aunque Jorge no pudo resistir la tentación de volver al tema de los extraterrestres una vez más y Pepe, aún riéndose por lo ocurrido, dejó que su compañero hablara mientras se comía un bocadillo para acallar los rugidos de su estómago.
Cuando ambos se preparaban para irse, Pepe se dio cuenta de que, a pesar de lo pesado que podía llegar a ser Pepe, esa noche había tenido una buena dosis de entretenimiento. A veces, incluso en los lugares más aburridos, la vida puede ofrecerte momentos de lo más cómicos y, como siempre, Pepe estaba dispuesto a disfrutarlos, a reírse y, por supuesto, a contar la historia después a quien quisiera escucharla.
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