Nueva columna semanal con otra historia y sus secretos por descubrir en otro relato más. Alcorcón extraño: Aún soy útil
Julián Díaz llevaba seis meses jubilado y, para su sorpresa, el exceso de tiempo libre le agobiaba. Cada mañana caminaba por el Ensanche Sur y veía descampados de tierra árida en los que se podían observar basuras dispersas. «Aquí no crece ni la mala hierba», se decía a sí mismo mientras suspiraba. Y hace el mismo calor que debe hacer en el infierno; si hubiera más sombras…
Una tarde de julio vio cómo el viento levantaba la capa superficial del suelo de un solar y la arrojaba como polvo sobre los coches. Se le encendió una bombilla en la cabeza: si la tierra volaba es porque no tenía raíces que la sujetaran. Y no había raíces porque la vida en un suelo tan pobre no encontraba refugio.
De vuelta en casa preguntó a su hijo cómo podría aprender rápido cosas sobre agricultura y ecología usando internet.
—Abuelo, ¿por qué no preguntas a ChatGPT?
El niño le enseñó al abuelo cómo funcionaba y, fascinado por el descubrimiento, empezó a preguntar a la IA sin parar. De haber sido la interrogada una persona le habría mandado a…
Primero averiguó cómo mejorar la calidad del suelo; mediante compost, con una capa de cenizas para evitar los insectos.
Luego qué plantas eran autóctonas en Alcorcón para poder comprar las semillas necesarias en el vivero que había en la Avenida de Alcorcón a Móstoles. Las plantaría junto con micorrizas, unos hongos que protegen las raíces.
En Las Presillas, Viñagrande y Bosque sur se podían encontrar pinos, encinas y alcornoques, jaras, retamas… Así que ya sabía las que necesitaría.
Recordó una regla básica de conocimiento común: la semilla necesita algo de sombra y humedad constante. Nada de golpes de sol ni chaparrones que arrastren los nutrientes del suelo.
Buscando información sobre cómo proteger los cultivos, se topó con las mallas de sombra que usan en los viveros: lonas micro-perforadas que filtran la luz para disminuir la radiación solar y suavizar el impacto de la lluvia en el suelo.
Ya sabía cómo enriquecer y proteger la tierra, solo le faltaba encontrar un modo de sembrar fácil y rápido y lo encontró: el denominado Nendo Dango (bola de semilla), que consiste en introducir una semilla dentro de una bolita de 1,5 cm de diámetro hecha de arcilla y dejarla secar durante dos días. Luego debía lanzar todas las bolas al terreno justo antes de la llegada de la estación de lluvias. La arcilla se desharía y las semillas germinarían sin necesidad de riego ni de preparar excesivamente el suelo.
«Pues claro», murmuró.
Al día siguiente habló con otros amigos jubilados y planteó un plan concreto, casi militar, para conseguir que el ayuntamiento apoyara el proyecto piloto de reforestar los terrenos del ensanche que lindan con la A5 (las montañitas):
- Abonar: extender una capa de compost casero —que cada vecino aportaría— mezclada con restos de poda municipal, algunos quemados para obtener las cenizas.
- Cubrir: fijar toldos perforados sostenidos por postes reciclados. Los agujeros permitirían un goteo fino y el filtrado de los rayos directos, a la vez que impedirían que las aves se comiesen las semillas.
- Vallar la zona para evitar que la gente y los animales (conejos y perros) estropeen lo plantado
- Sembrar: mediante el método de bolas de semillas.
Por suerte, el gobierno local y la misma alcaldesa, entendieron la importancia de lo que pretendían hacer y valoró mucho que los costes fueran tan razonables, por lo que se volcó para conseguir sacarlo adelante antes de que llegaran las primeras lluvias.
Dos meses después, un ejército de jubilados, junto con trabajadores de Parques y Jardines, plantó la primera parcela. Julián, con la cinta métrica colgada al cuello, vigilaba las distancias entre bola y bola como un director de orquesta y habían replantado varias pequeñas encinas. Cuando atardeció, las lonas cubrían buena parte del suelo.
Septiembre trajo tormentas. En otros solares el agua golpeó y erosionó; allí, sin embargo, las gotas se fragmentaban al atravesar los toldos y caían en una llovizna suave. El compost no se escurría y las semillas germinaron.
Para finales de octubre, manchas verdes asomaban entre las mallas. La gente empezó a pararse para mirar.
En diciembre, el descampado era una alfombra de jaras, retamas, cornicabras y podían verse numerosas abejas. Julián miró el pequeño oasis y apuntó en su libreta: «Donde hay raíz hay vida». Pragmático y, al mismo tiempo, tan poético.
El periódico alcorconhoy le entrevistó y Julián, acompañado de su nieto, explicó el método que había seguido para reforestar y que constaba de cuatro fases:
—Alimento la tierra, la protejo, siembro y luego dejo que la naturaleza haga su trabajo. Y todo gracias a que mi nieto me enseñó a usar ChatGPT.
—Abuelo, y tú me has enseñado que da igual que te hagas mayor, siempre se puede seguir aprendiendo.
Aquella misma semana recibió correos de otros municipios pidiendo asesoría. Respondió uno por uno, con la calma de quien ya no corre contra el reloj.
Julián descubrió que la jubilación no era una línea de meta, sino el comienzo de un nuevo camino, y que aún podía ser útil a la sociedad a la vez que se mantenía ocupado de forma sana.
Con el tiempo, aquellas tierras baldías cobraron vida, y él paseaba por ellas con una sonrisa de satisfacción.
*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.
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