Capítulo 8 con el especial de estas fiestas del vigilante de seguridad. Un vigilante de seguridad en Alcorcón: Todo es posible en Navidad
Pepe tenía libre una semana en Navidad y le tocaba estar con su hija, Sara.
Estaba muy emocionado. Había ido a que le cortara el pelo su amigo Luismi de la peluquería Alcántara, un tipo majísimo de trato excelente que siempre le dejaba guapo.
Luego visitó Amore, una tienda de regalos y complementos regentada por María, una emprendedora creativa y trabajadora que siempre sabía lo que necesitaban sus clientes, a los que recibía con una cálida y sincera sonrisa.
—Hola, María. Necesito que me eches una mano. Quiero comprarle algo a mi niña para Papá Noel y no sé el qué.
—Pues ya verás lo que tengo. Acaban de llegarme varios artículos que te van a gustar.
María se dirigió a uno de los expositores y con sumo cuidado, extrajo unos bonitos pendientes con la forma de abejitas.
—¡Me gustan mucho! Eres única, seguro que le van a gustar. Gracias.
—Eso espero, ya me dirás, Pepe. Pasa unas felices fiestas.
Nuestro vigilante salió de la tienda que no cabía en sí de gozo. Nunca se le había dado bien hacer regalos, así que estaba muy ilusionado.
Marchó corriendo a casa. Limpió, puso el árbol de Navidad, el Belén…
A mediodía fue a buscar a su pequeña. La encontró con mala carilla y le preguntó:
—¿Qué te pasa, cariño?
—Estoy malita, papá. Tengo tos, mocos y un poquito de fiebre.
—Vaya, qué mala suerte. No te preocupes, yo cuidaré de ti.
—Le he dado la Apiretal a las ocho de la mañana, así que todavía hay que esperar hasta la siguiente toma, Pepe.
—De acuerdo, adiós, te la devuelvo en unos días. Felices fiestas. Vámonos, peque.
Padre e hija se fueron y al llegar a casa Sara fue directa al sofá, se arropó con una manta azul que siempre le dejaba preparada su papá y cerró los ojitos. Se durmió. A Pepe le dolía tanto como a ella verla así. No era nada grave, pero si pudiera ponerse malo él en lugar de su niñita…
Sara despertó a las tres con treinta y ocho de fiebre. Pepe le dio el paracetamol, la acunó con ternura un ratito y se volvió a dormir hasta la hora de la merienda.
Se dirigió a la cocina y comenzó a preparar la pierna de cordero y la paletilla que por tradición siempre habían comido en Navidad. Un aroma delicioso salía del horno y Sara apareció en la cocina con una sonrisa radiante que denotaba que se encontraba mucho mejor. Así son los niños. Su padre se sintió reconfortado de verla así y la aupó para cubrirla de besos.
—¿Qué quieres para merendar: manzana, pera, plátano… o turrón y polvorones.
—¡Papá! ¿Tú qué crees? —contestó divertida con una sonrisa pícara que iluminó aquella oscura tarde de invierno.
—Me lo imaginaba. Siéntate, que te voy poniendo un vaso de leche.
Pasaron una buena tarde, tanto Sara como Pepe necesitaban un tiempo de calidad así. Llegó la hora de la cena y el papá amenizó el ambiente con unos villancicos, incluido el nuevo de David Bisbal: Todo es posible en Navidad.
Cenaron de maravilla, pero la pequeña se empezó a encontrar mal de nuevo. Pepe le tomó la temperatura y le había subido otra vez la fiebre. La acostó en su propia cama para vigilarla, le puso un trapo húmedo en la frente y la cantó unas nanas hasta que cayó rendida.
Recogió todo, fregó los platos y se sentó en el sofá. Miró fijamente el árbol de Navidad y susurró: «por favor, este año solo pido ponerme malo yo en lugar de mi niña».
Colgó los pendientes de una de las ramas y le dio un beso en la frente y se acostó compungido.
Le despertó el villancico de Bisbal. Sara entró como un rayo en el dormitorio -debía haberse levantado pronto- y sintió un gran dolor en la garganta al darla los buenos días. Se encontraba mal, incluso es posible que tuviera fiebre.
—¡Mira, Papi, mira lo que me ha traído Papá Noel! —Mostró presumida a su padre cómo pendían de ambas orejitas los preciosos pendientes. Estaba feliz, estaba espléndida, estaba… curada.
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