Más allá de Alcorcón: Tengo miedo

Más allá de Alcorcón: Tengo miedo

Nueva historia sobre el amor más allá de la vida y que perdura en la muerte hasta el final. Más allá de Alcorcón: Tengo miedo

Las hermanas Marta y Paula vivían con sus padres en un antiguo piso del centro de la ciudad. Era un lugar lleno de historia, con techos altos y suelos de madera que crujían bajo sus pies. La familia había adquirido el piso por un buen precio;  les dijeron que la propiedad había estado vacía durante años tras la muerte de su antigua dueña, una mujer llamada Doña Carmen. Por lo visto, dejó un único heredero al que costó mucho localizar y, una vez se mudó este a la casa, la abandonó al escaso mes de estar viviendo en ella.

Desde el primer día, Marta, la mayor de las dos hermanas, comenzó a sentir una extraña incomodidad. Era una joven de catorce años, valiente y racional, pero algo en aquel piso la inquietaba. Por las noches, cuando se acostaba en su cama, Marta sentía una presencia. Al principio pensó que era solo su imaginación, pero cada noche se volvía más real hasta que durante una de ellas, se despertó y logró discernir entre las sombras de la habitación una figura femenina vestida con un antiguo camisón blanco. Se encontraba al pie de su cama, mirándola con ojos vacíos. Marta intentó moverse, pero el miedo la tenía paralizada. Apenas podía respirar hasta que, finalmente, tras unas horas eternas, la figura desapareció al colarse el primer rayo de sol por la persiana…

Paula, por otro lado, tenía solo dos años menos que Marta. Era una niña alegre y curiosa, siempre estaba explorando cada rincón del piso. A diferencia de su hermana, no parecía tener miedo de nada. Sin embargo, una noche, sintió una mano fría sobre su hombro que la sacó de un sueño profundo. Abrió los ojos, pero no había nadie. Intentó volver a dormir, pensando que había sido un sueño, pero a la mañana siguiente se despertó empapada de agua, como si alguien hubiera derramado un cubo sobre ella.

Su madre la regañó aunque la chica negó haber hecho nada.

Las experiencias de las hermanas comenzaron a hacerse más intensas y frecuentes. Los padres, al principio, pensaron que eran simples pesadillas o travesuras. Sin embargo, las cosas cambiaron una noche a las dos de la mañana, cuando todos en la familia comenzaron a escuchar un canto melodioso que provenía del baño. Era una voz hermosa, suave y triste, que cantaba una antigua melodía que ninguno de ellos conocía. Cada vez que alguien entraba al baño para comprobar si había alguien o de dónde provenía, el canto cesaba abruptamente, dejando solo el sonido del agua goteando del aparentemente estropeado grifo de la bañera.

Marta y Paula decidieron investigar por su cuenta. Preguntaron a los vecinos más antiguos del edificio sobre Doña Carmen. Todos recordaban a la mujer como una figura solitaria y reservada que había vivido en el piso durante muchos años. Según contaban, había sido cantante de ópera en su juventud y fue conocida por su voz dulce y angelical. Pero su carrera se vio truncada por una tragedia personal que nunca compartió con nadie. Vivió el resto de sus días en soledad hasta que un día, los vecinos llamaron a la policía porque llevaban mucho sin verla. La encontraron muerta en la bañera. Dijeron que había ingerido un cóctel mortal de pastillas y se había metido en el agua para asegurar el resultado.

Intrigadas y asustadas a partes iguales, las hermanas decidieron buscar en el piso alguna pista sobre la vida de Doña Carmen. Un día, mientras exploraban el ático polvoriento, encontraron una caja de madera. Dentro, había fotos antiguas, programas de ópera y cartas. Una de las cartas, escrita con una caligrafía elegante, parecía una despedida. Doña Carmen hablaba de un amor perdido que falleció de manera trágica y de su deseo de reunirse con él en la otra vida.

Esa noche, Marta y Paula, decidieron intentar comunicarse con ella y se acostaron juntas. Marta se armó de valor y, cuando sintió la presencia de la mujer al pie de su cama, habló en voz alta. Le dijo a Doña Carmen que conocían su historia, que entendían su dolor y que querían ayudarla a irse en paz.

En ese momento, la figura de Doña Carmen se volvió más clara. Sus ojos, antes vacíos, mostraron una profunda pena. Marta sintió una corriente de aire frío que la envolvió y, en un susurro casi imperceptible, escuchó a Doña Carmen decir: «buscad, gracias» mientras se desvanecía.

Las hermanas, después de pasar por una experiencia tan intensa, se volvieron más valientes y, aunque los cánticos continuaron, estos ya no parecían tan tristes, sino más bien cargados de esperanza.

Un día, al revisar de nuevo la caja de madera en el ático, Marta encontró una pequeña medalla con forma de corazón y una inscripción detrás que no había visto antes. Rezaba: «Hasta en el más allá».

Marta y Paula llevaron la medalla al cementerio local y la colocaron sobre la tumba de Doña Carmen. Sintieron que, de alguna manera, habían cumplido con su promesa.

Después de ese acto, el canto cesó por completo. Las hermanas sabían que habían ayudado a Doña Carmen a encontrar la paz que tanto buscaba y así, el antiguo piso en el que vivían, se convirtió en un hogar lleno de recuerdos y de una historia que, aunque a veces inquietante, había terminado bien.

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Jose Luis Blanco Corral es autor de Vidas Anodinas, Poemas para pasear y de Cuando no quedan lágrimas.

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