Nueva columna semanal sobre una historia de amor y desamor dentro del ser humano. Más allá de Alcorcón: Los amantes
Era una calurosa tarde de verano y las nubes anunciaban tormenta. Qué casualidad que fuese a llover justo ese día. Pedro llevaba un mes preparando una cita muy especial con su chica Noelia.
Llevaba con ella dos años y la consideraba perfecta; al menos para él lo era: simpática, inteligente y guapa.
Noelia era azafata de eventos y él taxista, así que la relación a veces era un poco complicada debido a sus horarios. Pero de momento habían sido capaces de encontrar huecos en sus agendas para verse.
Pedro tenía la esperanza de que, si aceptaba su propuesta de matrimonio y se iban a vivir juntos, pasaría más tiempo con ella.
La invitó al Parque de Atracciones y tenía pensado pedirle la mano en la noria, cuando estuviesen en lo más alto.
La tarde había transcurrido como era de esperar, entre risas y gritos de miedo, el chico la había abrazado y besado con todo el amor del mundo, con la pasión de un enamorado.
Ella le miraba con dulzura, siguiéndole el juego, pero tenía una mirada extraña que Pedro no sabía interpretar.
—Amor, ¿te apetece montar en la noria?
El galán estaba nervioso. Le sudaban las manos como nunca lo habían hecho y jugueteaba distraído con el anillo que guardaba en uno de los bolsillos de su abrigo.
—Claro, pero dame un momento que me reponga, tengo el corazón a mil y la voz casi afónica por tanta emoción.
El chico se acercó a ella y rodeó su cintura con sus manos. Dirigió sus labios hacia los suyos y…
—¡Venga, vamos ahora que hay poca gente esperando para montar! —Noelia se escabulló cual conejo entre las fauces de un galgo.
—Está bien, vamos —replicó confundido el zagal.
Era cierto que no había muchas personas en la cola, así que en pocos minutos tomaron asiento en una de las cabinas.
Se acomodaron y Pedro se sentó junto a ella, pero la chica, con disimulo, se separó un poco mientras se rehacía la coleta.
La noria comenzó a girar despacio y el chico estaba cada vez más nervioso: no se pide matrimonio todos los días y quería que todo saliera perfecto. Sería un recuerdo hermoso y romántico.
Tras varias vueltas, la noria paró al llegar a lo más alto para que la gente pudiese disfrutar de las vistas.
El cielo estaba encapotado y a lo lejos se divisaban relámpagos. Comenzó a chispear y sonó un trueno en la distancia.
—Tengo algo que decirte, cariño —dijo Noelia mientras se mordía el labio inferior.
—Y yo, déjame a mi primero, amor.
—Pero…
—Por favor. Ya llevamos juntos dos años, los mejores de mi vida y, había pensado que, a lo mejor, si tú quieres…
Otro trueno sonó muy cerca de ellos y Noelia se acercó a él de forma inconsciente, como si buscara protección.
—Tal vez es el momento de dar un paso más —continuó decidido con su discurso. No estaba saliendo como cuando practicaba frente al espejo del baño, pero daba igual, podría hacerlo. —Quería decirte que, si…
En ese momento, un rayo surcó el cielo y cayó sobre los controles de la atracción.
Esta comenzó a girar cada vez más rápido hasta que se salió de su eje y los viajeros salieron despedidos o fueron sepultados bajo toneladas de metal.
—¿Dónde estamos Noelia?
—Creo que… ¡en el cementerio!
—¿Pero cómo puede ser? Solo recuerdo estar pidiéndote…
—¡No, calla!
—¿Por qué? ¿Qué te sucede?
—No puedo más, déjame hablar, por favor.
—Está bien, dime qué te pasa, amor.
—¿Recuerdas aquel fin de semana que trabajé y tuve que hacer noche en París?
—Sí.¿Por qué?
—Pues hice noche en París, pero no estuve sola, sino con el piloto de aquel vuelo.
—¡No!
—Sí. Intenté decírtelo en el Parque de Atracciones, pero no me dejaste hablar.
—Es que yo quería…
—Pues no, Pedro. Da igual lo que quieras, no es lo mismo que yo quiero. Si he sido capaz de echarme en los brazos de otro hombre es porque no siento por ti lo que debería y eso no es bueno para ninguno de los dos.
En ese momento, Noelia abandonó este plano de existencia sin pena ni gloria.
Pedro, en cambio, aún estupefacto por aquella revelación, quedó atrapado sin poder ir al más allá hasta que lograra perdonar aquella afrenta, algo que le costaría mucho tiempo y que solo una mujer de mirada dulce y profunda, también con el corazón roto… Pero eso es otra historia.
Jose Luis Blanco Corral es autor de Vidas Anodinas, Poemas para pasear y de Cuando no
quedan lágrimas.
*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.
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