Nueva columna de relatos de ficción, un cementerio, almas perdidas y un partido de fútbol. Más allá de Alcorcón: El partido
En un pequeño pueblo rodeado de verdes colinas, había un antiguo cementerio. Allí, bajo un manto de silencio, reposaban los restos de generaciones de habitantes del lugar que habían dejado este mundo. Sin embargo, aquel lugar de apariencia solemne, ocultaba un inusual y misterioso fenómeno que solo algunas personas podían percibir.
Una tarde de otoño, cuando el encargado del mantenimiento cerró el portón y se marchó, un grupo de niños recorrió el largo paseo flanqueado por cipreses que daba acceso al camposanto y saltaron el viejo portón de hierro cerrado con una gruesa cadena de acero y un enorme candado. Ignorando las advertencias de los lugareños sobre el supuesto hechizo que recaía sobre el lugar, los chavales se adentraron con curiosidad armados con una vieja pelota de fútbol.
El viento soplaba con suavidad y las hojas danzaban en espiral mientras
llenaban el aire de risas y alboroto. Los chicos se sumergieron en el juego con una pasión que solo la infancia puede otorgar. Sus gritos resonaron entre las lápidas, las cuales parecían observar con benevolencia la alegre travesura.
El sol se ocultaba lentamente, tiñendo el cielo de tonalidades cálidas y, los niños, agotados pero felices, decidieron hacer una pausa junto a un árbol centenario que se alzaba majestuoso en el centro del cementerio.
Fue entonces cuando una brisa gélida recorrió el lugar y la luz del atardecer adquirió un matiz extraño. Los niños, desconcertados, miraron a su alrededor, perplejos por las inusuales apariciones que surgieron de la nada ante sus ojos.
De repente, figuras etéreas comenzaron a materializarse cobrando forma humana. Eran niños de edades similares a los intrépidos jugadores vestidos con uniformes escolares y mostraban radiantes sonrisas. Sin pronunciar palabra alguna, se acercaron al grupo, curiosos y llenos de una energía inexplicable.
Los vivos y los espectros se miraron con asombro y fascinación. Aunque el temor podría haberse apoderado de aquellos niños, una extraña calidez y familiaridad hizo que no lo hiciese. Los fantasmas, con difusos semblantes que transmitían su deseo de jugar con ellos, se unieron al partido dotando a la pelota de una extraña luminiscencia.
El juego continuó. Aquellos niños no eran simples fantasmas, sino almas que habían perdido su camino y mantenían aún alguna conexión con el mundo de los vivos.
Cuando terminaron de jugar, se dieron abrazos interdimensionales que cruzaron el velo entre la vida y la muerte rasgando el aire entre ellos. Los niños, ya exhaustos pero llenos de una extraña paz, vieron a los fantasmas desvanecerse lentamente, dejando tras de sí una sensación de plenitud y gratitud.
Con el último rayo de sol, los pequeños regresaron a sus hogares llevando consigo el recuerdo de aquella mágica tarde.
Desde entonces, en cada ocasión especial, los niños se reunieron en aquel lugar sagrado sabiendo que había algo más allá de la muerte.
Así, generación tras generación, la leyenda de los niños del cementerio se mantuvo viva: una vez se unieron el mundo de los vivos y el de los muertos gracias a un partido de fútbol.
*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.
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