La Residencia Edén de Alcorcón: Capitulo 4, La noche de los juegos

La Residencia Edén de Alcorcón: Capitulo 4, La noche de los juegos

Nuevo relato sobre las aventuras de estos entrañables ancianos. La Residencia Edén de Alcorcón: Capitulo 4, La noche de los juegos

Después de la inolvidable competencia de baile, la residencia Edén estaba más animada que nunca. Los residentes, aún vibraban con la energía de aquella noche, buscaban nuevas maneras de divertirse y mantenerse activos. Fue durante una de sus tertulias en el jardín, cuando Doña Rosario, famosa por su pasión por los juegos de mesa, propuso una gran idea:

—¿Qué les parece si organizamos una noche de juegos? —Sugirió muy entusiasta—. Podríamos sacar los viejos tableros de ajedrez, las cartas y los dados. Hace tiempo que no disfrutamos de una buena partida.

Por allí pasaba Rosi, una de las enfermeras, la cual se paró en seco delante de ellos e intervino:

—¿Han probado ustedes alguna vez a jugar a algún juego de rol?

Don Pepe, con mirada pícara, contestó:

—Yo, a veces, antes de hacer el amor a mi señora -que en paz descanse- — se santiguó con respeto—, le hacía «el guardia civil».

—¿El guardia civil? —Replicó Rosi sorprendida al igual que el resto de compañeros.

—Bueno, yo la paraba mientras conducía y le hacía soplar en un control de alcoholemia imaginario.

El grupo quedó atónito unos segundos, intentando asimilar lo que acababa de contar Pepe; entonces rompieron a reir con tal escándalo que vino otra enfermera por si había una emergencia, no era la primera vez que a un abuelo le daba un vahído y su marcapasos le reavivaba. Una vez recompuestos y aún con lágrimas en los ojos de tanto reir, Rosi explicó que un juego de rol consistía en interpretar un papel en un mundo ficticio, con un personaje inventado y tirando los dados para conseguir realizar ciertas acciones y lograr objetivos. La propuesta fue recibida con curiosidad y entusiasmo.

Algunos residentes recordaron sus días de juventud, cuando pasar horas jugando al dominó o al parchís era una forma común de entretenimiento. Otros, como Don Paco, vieron en la idea una oportunidad para demostrar sus habilidades como estratega. Sin embargo, nadie imaginaba lo que una simple noche de juegos estaba a punto de desencadenar.

Doña Margarita, que desde la «fuga» y la competencia de baile había aprendido a aceptar y fomentar el espíritu de los residentes, apoyó la idea con entusiasmo:

—¡Perfecto! Organizaremos la noche de juegos para este viernes. Pediré al personal que prepare una merienda especial y nos aseguraremos de que haya suficientes mesas y sillas en el salón principal.

Cuando llegó el viernes por la tarde, el gran salón estaba preparado. Las mesas estaban cubiertas con manteles de colores, y sobre cada una de ellas se encontraban diversos juegos de mesa: ajedrez, damas, parchís, dominó, cartas, un par de juegos de dados y, en una mesa, junto con unos dados muy raros, se podía observar un libro con una extraña portada en la que aparecía una especie de pulpo gigante.

El personal había dispuesto bandejas con galletas, bocadillos y refrescos, creando un ambiente acogedor y festivo.

Los residentes comenzaron a llegar poco a poco, cada uno con sus preferencias en mente. Doña Rosario se ubicó en una mesa de parchís e invitó a otros a unirse. Don Paco, con su mirada calculadora, se sentó frente a un tablero de ajedrez, esperando algún rival. Doña Carmen y Don Antonio, por su parte, se instalaron en la mesa del libro raro y frente a ellos se sentó la enfermera Rosi ataviada con ropa oscura y las uñas pintadas de negro.

La noche empezó tranquila, con risas y conversaciones que acompañaban el avance de las fichas y las cartas. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que las cosas empezaran a desviarse de lo convencional. En la mesa de parchís, por ejemplo, Doña Rosario, que ya había avanzado tres de sus fichas hasta la zona de seguro, comenzó a sentir que el juego se volvía demasiado predecible:

—¿Saben qué? Me parece que esto se está poniendo un poco aburrido. ¿Qué tal si hacemos las cosas más interesantes? —Dijo, lanzando una mirada traviesa a sus oponentes.

Doña Luisa, que había estado jugando en silencio, levantó una ceja:

—¿Qué tienes en mente, Rosario?

—Pues… ¿Qué tal si, en lugar de seguir tirando el dado normalmente, podemos hacer cambios de fichas con los demás jugadores si sacamos un cinco? ¡Así será más emocionante!

Los otros jugadores se miraron unos a otros, sorprendidos por la idea, pero pronto comenzaron a asentir, intrigados por la nueva variante.

—Me parece bien —dijo Don Ernesto, que había estado a punto de perder una de sus fichas—, así tendré una oportunidad de ganar.

Pronto, la mesa de parchís se transformó en un hervidero de estrategias de equipo muy creativas, con fichas que cambiaban de lugar constantemente, sumiendo a los jugadores en una confusión hilarante. Los gritos de sorpresa y las carcajadas resonaban por el salón cada vez que alguien sacaba un cinco y, de repente, las fichas de todos los colores se movían de manera impredecible. Aquello no era ya un simple juego de parchís, sino una versión surrealista y caótica que mantenía a todos en la mesa al borde de la risa.

Mientras tanto, en la mesa de ajedrez, las cosas tampoco iban según lo esperado. Don Paco había empezado con una apertura clásica, mostrando su conocimiento del juego. Pero su oponente, Doña Estela, que había aceptado el reto a pesar de no ser una gran experta en ajedrez, decidió que las reglas podrían ser, digamos, «flexibles» si con ello la partida se hacía más estimulante.

—¿Y si el caballo se moviera como el alfil por un turno? —Preguntó, tomando la pieza con aire pensativo. Don Paco la miró atónito.

—¡Pero eso rompe todas las reglas del ajedrez!

—Bueno, —dijo Doña Estela, encogiéndose de hombros—, en la vida real los caballos pueden correr en cualquier dirección, ¿no? Además, ¡es solo por un turno!

Los otros residentes que observaban la partida estallaron en carcajadas. Al principio, Don Paco parecía horrorizado, pero pronto, viendo la diversión que la nueva regla traía a la partida, decidió jugar a lo que Doña Estela llamó «ajedrez libre».

Pronto, las torres comenzaron a moverse en diagonal, los peones avanzaban en zigs zags y los jugadores estaban más concentrados en idear nuevas «reglas especiales» que en seguir las originales.

En la mesa del juego de rol, la partida de Doña Carmen y Don Antonio también había tomado un giro inesperado. Doña Carmen, siempre con buenas ocurrencias, sugirió investigar la planta superior de un caserón y… ¡Zas! La puerta que se hallaba al final de la escalera por la que estaban ascendiendo al piso de arriba, se abrió repentinamente por alguna fuerza descomunal que incluso la arrancó de sus bisagras y la hizo caer sobre Doña Carmen -Jane Dallas en el juego-.

—Carmen, pierde usted bastantes puntos de vida y muere por el impacto debido a un traumatismo craneoencefálico —informa Rosi, la directora de juego—; vamos, que la puerta le ha dejado la cabeza como un cromo.

—Jeremy -Don Antonio-, usted pierde toda la cordura cuando ve a la espeluznante criatura que tiene ante si. Se parece remotamente a un humano, pero si algún día lo fue, hace mucho de eso.

—¡No tiene sentido! —Protestó Don Antonio, aunque con una sonrisa en el rostro—. Si aún no he tenido ocasión de atacarle con el hacha que cogí del comedor.

—¿Y desde cuándo todo tiene que tener sentido? —Respondió Rosi riendo—. ¡Vamos, es solo para hacerlo más interesante! Es un siervo de Chtulhu y verle asusta bastante, en vuestro día a día no soléis encontrar monstruos así.

La noche avanzaba, y las risas y los gritos de alegría llenaban el salón. Doña Margarita, que había estado observando la evolución de los juegos, no pudo evitar unirse a la diversión. Se acercó a la mesa de dominó, donde Don Ramón y Doña Luisa estaban enfrascados en una partida acalorada. Viendo la intensidad con la que jugaban, Doña Margarita, que nunca había sido gran fanática del dominó, decidió proponer una variante.

—¿Qué tal si, en lugar de juntar los números idénticos, unimos las fichas por sus iguales menos uno ignorando los ceros que seguirían siendo ceros?

Don Ramón, quien había estado a punto de ganar con una jugada maestra, levantó la vista, sorprendido.

—Eso suena… diferente. ¿Por qué no? Pero para la próxima partida, porque esta es mía, jeje.

La nueva regla fue acogida con entusiasmo; lo que era una partida normal de dominó se convirtió en un ejercicio mental y los jugadores reían ante la extrañeza de la situación.

Cuando el reloj marcó la medianoche, y el personal de la residencia comenzó a insinuar que era hora de retirarse, los residentes se mostraron reacios a dejar la diversión. Nadie quería que la noche terminara, pero finalmente, con las risas aún resonando en el aire, comenzaron a despedirse y a regresar a sus habitaciones.

Esa noche, los residentes de Edén  se fueron a dormir con una sonrisa en los labios, recordando las jugadas disparatadas y las reglas inventadas que habían hecho de la noche de juegos una experiencia inolvidable. No importaba que no hubiera habido un ganador claro en ninguna de las partidas; lo que importaba era la alegría compartida y la certeza de que, en ese hogar, la diversión no tenía límites.

Al día siguiente, las anécdotas de la noche de juegos se convirtieron en el tema principal de conversación en el desayuno. Algunos hablaban de las jugadas maestras que nunca podrían repetirse bajo las reglas tradicionales, mientras que otros se reían al recordar cómo Doña Carmen había muerto aplastada por una puerta y Don Antonio se había vuelto loco durante el juego.

Pero todos coincidieron en algo: la residencia Edén no solo era un lugar donde pasar sus días, sino un verdadero refugio de amistad, risas y creatividad. Y mientras se iba haciendo el silencio, nuevas ideas comenzaron a gestarse entre los residentes. Si una simple noche de juegos había traído tanta alegría, ¿qué otras aventuras podrían organizar para mantener viva esa chispa?

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