La Residencia Edén de Alcorcón. Capítulo 10: El día de Spa

La Residencia Edén de Alcorcón. Capítulo 10: El día de Spa

Nuevo relato sobre las aventuras de estos entrañables ancianos. La Residencia Edén de Alcorcón. Capítulo 10: El día de Spa

Después de la serie de actividades emocionantes que habían disfrutado recientemente, Doña Margarita decidió que era hora de algo un poco más relajante pero igualmente especial: un día de spa. La idea de relajarse un poco después de las excitantes experiencias vividas en las últimas semanas era muy atractiva.

—Queridos residentes —anunció Doña Margarita—, mañana organizaremos un día de spa aquí en la residencia; no tendremos jacuzzi, será sencillo, pero habrá masajes, tratamientos faciales, baños de pies y más. Será una jornada para relajarse y disfrutar de un poco de lujo gracias a la asociación sin ánimo de lucro Cuídate, que intenta concienciar a la gente de lo importante que es el autocuidado para la salud mental.

La noticia fue recibida con entusiasmo, aunque también con un poco de recelo. Algunos de los residentes nunca habían estado en un spa y no estaban muy seguros de en qué consistía exactamente, pero la perspectiva de un día dedicado al bienestar era atractiva.

Un masaje me vendría bien  —comentó Don Ernesto, mientras movilizaba con esfuerzo los hombros.

—Yo no sé qué es eso de los tratamientos faciales, pero suena interesante —dijo Doña Carmen, sonriendo.

Al día siguiente, el salón principal de la residencia fue transformado en un centro de spa improvisado. Había estaciones (sillas) de masaje, sillones para los tratamientos faciales y cubos preparados para los baños de pies. Una suave música de fondo, mezclada con el aroma de aceites esenciales, inundaba el aire creando un ambiente de sosiego.

Los residentes comenzaron a llegar, curiosos y emocionados por la experiencia. El primero en probar un tratamiento fue Don Paco, quien se ofreció como voluntario para un masaje en el cuello. Sin embargo, cuando la masajista, una joven con mucha experiencia y manos firmes, comenzó a trabajar en sus músculos, Don Paco se sorprendió por lo intenso que era y soltó un humillante grito:

—¡Ay! —exclamó moviéndose ligeramente en la silla—, esto duele más de lo que pensaba!

La masajista se detuvo, preocupada, pero Don Paco, riendo, la tranquilizó:

—No te preocupes, hija, continúa. Solo avísame antes de hacer esa maniobra otra vez.

Mientras tanto, Doña Carmen y Doña Luisa se acomodaron en los sillones preparados para los tratamientos faciales. Nunca antes habían experimentado algo así, y aunque estaban un poco nerviosas, confiaban en que sería algo agradable.

La esteticista comenzó aplicando una mascarilla de arcilla en sus rostros, y les explicó que ayudaría a limpiar y rejuvenecer su piel.

—Esto es como ponerse barro en la cara —comentó Doña Carmen, riendo entre dientes.

Se siente refrescante —respondió Doña Luisa con cara de asco. No le gustó la sensación de tener aquella sustancia pegajosa en su piel.

Las cosas tomaron un giro inesperado cuando Doña Mercedes, que había decidido probar un baño de pies, comenzó a reír incontrolablemente. La esteticista que estaba tratando sus pies había introducido en el agua unos cuantos pececillos que jugueteaban entre sus dedos y habían encontrado un punto especialmente sensible. Doña Mercedes, incapaz de contener las cosquillas, casi volcó la tina con agua.

—¡Ay, por Dios! —exclamó entre carcajadas—, ¡eso hace demasiadas cosquillas!

La risa de Doña Mercedes fue tan contagiosa que pronto se extendió por toda la sala. Los demás residentes, inmersos en sus propios tratamientos, comenzaron a reír también, creando un ambiente mucho más bullicioso de lo que Doña Margarita había previsto para un día de relajación.

Pero el verdadero caos estalló cuando Don Pepe, fiel a su espíritu juguetón, decidió unirse al spa con su propia idea de diversión. Al ver a Don Paco recibir su masaje, Don Pepe no pudo resistir la tentación de gastarle una pequeña broma: aprovechando un momento en que la masajista se había alejado para coger una toalla, Don Ramón tomó un pequeño frasco de aceite de menta que había en la mesa y lo esparció suavemente en la espalda de Don Paco.

—Esto te va a refrescar —dijo Don Ramón en tono bromista, sin que Don Paco se diera cuenta.

Cuando la masajista volvió a trabajar, Don Paco sintió cómo una sensación fresca y picante recorría su espalda.

—¡Ay! ¿Qué es eso? ¡Me estoy congelando! —exclamó, levantándose de la silla con los ojos desorbitados.

La masajista se disculpó rápidamente, pero Don Paco, con una sonrisa torcida, señaló a Don Pepe, que intentaba disimular a duras penas la risa detrás de Don Anselmo.

—¡Tú has tenido algo que ver con esto, Pepe!

—Solo quería darte un masaje refrescante —dijo Don Pepe finalmente rompiendo a reír.

Mientras tanto, en la esquina de los tratamientos faciales, Doña Carmen y Doña Luisa intentaban mantenerse serenas, pero las risas de Don Paco y de Don Pepe eran demasiado contagiosas. Doña Carmen comenzó a sacudir la cabeza, lo que hizo que la mascarilla de arcilla empezara a deslizarse por su rostro, dándole un aspecto cómico.

—¡Oh, Dios! ¡Esto se está derritiendo! —exclamó Doña Carmen, riéndose tanto que las lágrimas comenzaron a correr por su cara y se mezclaron con la mascarilla.

Doña Margarita, quien había esperado un día de calma y serenidad, se encontró lidiando con una serie de pequeñas crisis de risa, debidas a la broma del aceite de menta, los pececillos de Doña Mercedes y a la mascarilla deslizante de Doña Carmen. Sin embargo, al ver la alegría en los rostros de los residentes, no pudo evitar sonreír. Aunque el día de spa no había salido exactamente como lo había planeado, claramente todos se estaban divirtiendo.

Finalmente, después de finalizar los tratamientos, los residentes, se dirigió a ellos:

—Bueno, parece que nuestro día de spa fue un poco más… animado de lo que esperaba —dijo, y todos se rieron a mandíbula batiente.

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