Nuevo capitulo de aventuras en la residencia más famoso de Alcorcón. La Residencia del Edén de Alcorcón. Capítulo 7: La fiesta de disfraces
El verano había llegado a la Residencia Edén, trayendo consigo días largos y calurosos.
Doña Margarita, la directora, decidió que era el momento perfecto para organizar una fiesta de disfraces.
La noticia corrió rápidamente por los pasillos, generando una oleada de emoción entre los residentes.
—Una fiesta de disfraces, ¿eh? —Comentó Don Pepe con una sonrisa pícara mientras desayunaba con sus amigos en el comedor—. Hace años que no me disfrazo, pero creo que podría ser divertido.
—¿Y lo harás de Guardia Civil? —Le atacó gratuitamente Don Ernesto con una mal disimulada sonrisa que produjo otra similar en el interpelado .
—¡Yo tampoco! —Dijo Doña Carmen, visiblemente emocionada—. Siempre quise vestirme como Cleopatra y este será el momento perfecto.
Doña Margarita hizo todo lo posible para asegurarse de que la fiesta fuera inolvidable. Se colocaron luces de colores en el salón principal, se contrató a un DJ que pincharía una mezcla de música moderna con viejos éxitos y se delimitó una pista de baile que ocupaba casi todo el centro del salón. Además, se encargó a la cocina una gran variedad de aperitivos y bebidas para una noche tan especial.
Los residentes, por su parte, se lanzaron con entusiasmo a la tarea de preparar sus disfraces.
Las semanas previas a la fiesta la gente estuvo intercambiando ideas, buscando accesorios en sus habitaciones y pidiendo ayuda a los cuidadores para ajustar trajes y sombreros.
El día de la fiesta, la residencia se transformó en un verdadero carnaval de creatividad y alegría. Cuando todos comenzaron a llegar al salón principal, fue difícil no maravillarse ante la gran variedad de disfraces.
Doña Luisa entró con paso elegante, vistiendo un majestuoso kimono de seda que había guardado durante años, completado con un elaborado peinado y un abanico delicado en la mano. —Soy una geisha —anunció con una sonrisa mientras saludaba a sus amigos.
—¡Y yo soy un pirata! —Exclamó Don Ernesto, quien había decidido llevar un parche en el ojo, un sombrero tricorne, y un garfio de juguete que agitaba con orgullo—. ¡Argh, cuidado con mi garfio! —Bromeó, mientras cojeaba dramáticamente hacia la pista de baile exagerando su renquera habitual.
Don Pepe entró carcajeándose luciendo un uniforme de la Guardia Civil auténtico que a saber quién se lo había prestado o dónde lo había conseguido.
No se quedó atrás Doña Carmen, quien efectivamente cumplió su sueño de vestirse como Cleopatra. Con una túnica dorada, un collar ancho de joyas falsas y una peluca negra con flequillo, parecía la reina de Egipto reencarnada.
—¿Qué os parece mi imperio? —Preguntó con tono regio mientras se dirigía al centro del salón.
Este se llenó pronto de personajes extravagantes: Don Paco iba disfrazado como un vaquero del lejano oeste, Doña Mercedes como una bruja con sombrero puntiagudo y escoba incluida, Don Antonio como un doctor con estetoscopio y bata blanca, y Doña Teresa, siempre creativa, vestida como una versión cómica de la Estatua de la Libertad, con una antorcha en la mano y una corona improvisada hecha con papel de regalo.
La fiesta comenzó con una ronda de presentaciones de los disfraces, donde cada residente tuvo la oportunidad de lucirse y de recibir aplausos y vítores del resto. Doña Margarita, disfrazada de hada madrina, fue la encargada de dirigir esa parte de la noche, alabando cada disfraz y animando a todos a disfrutar de la velada.
—Y ahora —anunció Doña Margarita después de las presentaciones—, es el momento de que todos muestren sus mejores pasos en la pista de baile. ¡Que comience la música!
El DJ, quien había estado observando el espectáculo con una permanente sonrisa, encendió la música con el tema Mi gran noche, de Raphael. Bailaron con entusiasmo y una torpeza encantadora.
Doña Carmen, aún en su papel de Cleopatra, se deslizó por la pista con movimientos serpenteantes, mientras Don Ernesto, el pirata, intentaba seguirle el paso con un estilo que unía baile con esgrima improvisada. Doña Luisa, con su kimono, giraba con gracia, usando su abanico como parte de la coreografía; y Don Ramón, vestido como un jugador de fútbol de antaño y con un bronceado artificial, hizo una especie de samba brasileña que provocó carcajadas entre sus amigos.
Pero el momento más divertido de la noche llegó, cuando Doña Teresa, con su disfraz de Estatua de la Libertad y contra todo pronóstico, acaparó todo el protagonismo al hacer que le trajeran a su perro de terapia -entró en depresión al poco de llegar a la residencia y Alma, el animal, la había hecho mejorar poco a poco con su cariño- disfrazado de oveja. Todos exclamaron un «oh… » al ver al dócil labrador situarse junto a su amiga.
La noche continuó con más música, juegos y un buffet de aperitivos que incluía desde mini sándwiches, hasta un enorme pastel decorado con motivos de carnaval. Los residentes, aunque cansados, no querían que la velada terminara y siguieron bailando y charlando hasta bien entrada la noche.
Finalmente, cuando la fiesta terminó y los residentes regresaron a sus habitaciones, algunos con los disfraces medio deshechos pero con radiantes sonrisas en sus rostros, quedó claro que la fiesta de disfraces había sido un éxito.
Esa noche, mientras la residencia Edén volvía a su habitual tranquilidad, aún parecían oirse risas y música por los pasillos, y los residentes se durmieron con la certeza de que, sin importar la edad, siempre había espacio para la creatividad, la diversión y, por supuesto, una buena fiesta.
@sinvertock. Autor de: Relatos del Más Allá (Amazon), Cuando no quedan lágrimas (Amazon), Vidas anodinas (Suseya), Poemas para pasear (Amazon), Relatos del día a día (Amazon), Cuentos para educar (Nexo), Meditación para niños (Amazon) y próximamente el poemario Muy Personal (Loto Azul).
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