Un relato como otro cualquiera, una experiencia más sobre la DANA. Iván, vecino de Alcorcón y uno de los miles de héroes de Valencia
Seis de la mañana en Alcorcón, Iván y Luis se montaban en su propio coche camino de Valencia. Cinco horas más tarde llegaban a Catarroja, uno de los municipios más afectados por las inundaciones. «Nosotros aparcamos en un polígono industrial en Albal, un pueblo cercano, Catarroja estaba a 30min andando. Al pueblo puedes entrar andando, solo es difícil en coche, tienes que decir que llevas comida u otras cosas«, ellos ya habían dejado todo lo que llevaban para donar en un puesto antes de entrar a la ciudad, y allí les habían avisado de que para pasar los controles de la policía tenían que decir eso.
A las 11:30 ya estaban de camino al pueblo. Botas de montaña, ropa vieja o EPIs, guantes de trabajo, mascarillas, gafas de protección y una pala. Eso llevaban. La primera impresión que tuvieron fue que «Catarroja es literalmente un vertedero, nada más entrar basuras apiladas, coches destrozados, casas totalmente reventadas, hay zonas que todavía te llega el barro por los tobillos. Las alcantarillas casi todas están anegadas con barro». Palabras que podrían ser del personaje principal que habita el mundo postapocalíptico de una novela. Sin embargo, son de Iván y de Valencia a 370km de Alcorcón.
La vida entre el fango y la destrucción
Salir a la calle y ver que tu mundo es escombros. Tus escombros y los escombros de tus vecinos. Lo que antes fueron todas tus posesiones y las de tus vecinos. Tu peluquería de confianza, el bar de siempre, el colegio al que ibas de pequeño, los parques por donde paseabas con tus amigos o con el perro. ¿Y dónde se ha quedado todo eso? «Muchos perros y niños que son de allí hacen vida normal entre todo eso» afirma Iván, un adulto es capaz de comprenderlo, pero «no me quiero imaginar que un perro o un niño se meta algo de todo eso en la boca».
«Hay calles que literalmente, sales, un trocito de acera, cúmulos de basura hasta el pecho y hasta el otro cachito de acera. Todo eso es lo que había dentro de las viviendas de la gente que lo ha perdido absolutamente todo», sin embargo, «la gente no pasa hambre» reconoce Iván. Incluso a los voluntarios que están ayudando a limpiar el barro, se les ofrece comida y bebida, detergente, aunque racionado, botas impermeables por si no tienen y demás. «Allí todo es de todos, llevas algo y si no lo usas durante un rato lo coge otra persona para seguir ayudando, yo perdí la pala que llevaba», y esa pala ahora mismo, seguramente haya pasado por decenas de manos y miles de litros de barro.
La organización de la ayuda
«La mayoría de voluntarios, son de toda España, y como yo, no conocen Catarroja. No hay ni un policía, ni un militar que organice nada. Tu ahí puedes entrar andando sin ningún problema, pero te tienes que buscar tú la vida para ayudar, ir preguntando a la gente donde se necesita la ayuda, pero es que no hay nada, ni nadie que organice».
«Te puedes tirar una hora andando por calles que hay muchos voluntarios y nadie necesita nada. Si hubiese organización cundiría mucho más el tiempo. Solo hay organización para dirigir los tractores. Se que puede ser difícil, pero yo creo que tienen suficientes medios a parte de poner controles para dejar o no entrar a las personas que quieren ayudar o para decir a dónde van los tractores«.
Cuando cae la noche
«Cuando empieza anochecer sobre las cinco es más difícil ayudar. Todo el mundo habla que sobre esa hora empieza a llegar la gentuza. La gente que se quiere aprovechar de la situación, que intenta robar en las tiendas destruidas o de los puntos de recogida de donaciones«. Una situación que contrasta mucho con la de toda la riada solidaria de por las mañanas.
A veces se olvida que no solo hay personas que ayudan. Como dijo Juanma Rodríguez, «cuando la mierda llega al cuello, hay unos que corren y hay otros que se quedan», en este caso unos roban lo poco que les queda a estas personas y otros llegan para quitar la «mierda» del cuello de los valencianos. De nuevo la vieja historia de héroes y villanos.
Iván tiene 21 años, podría haberse quedado en casa los dos días que estuvo en Valencia, pero fue a ayudar. Podría haberse gastado los 75€ que se gastó entre gasolina, hostal y donaciones en salir de fiesta o en ropa, pero fue a ayudar. Muchos podrían, solo algunos lo hacen.
Muchas voces críticas han tildado a las generaciones más jóvenes de no estar preparadas para la crueldad de este mundo. Uno de ellos, Arturo Pérez Reverte: «Estamos criando generaciones de jóvenes que no están preparados para cuando venga el iceberg del Titanic. (…) Hiperprotegidos, pensando que el mundo se soluciona enchufando un teléfono a un enchufe».
Hoy Iván no lo quiere reconocer, pero es un héroe. Uno de los miles de jóvenes que gastan, su tiempo, su dinero y sus energías en algo que no les reportará ningún beneficio más allá de sentirse bien consigo mismos. Y tal vez todavía no se haya hundido el ‘Titanic’, sin embargo, sé que si se hunde, hay miles de personas como Iván que achicarán agua hasta llegar a buen puerto.
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