Un capítulo más de la saga de microrelatos ambientados en nuestro municipio. Historias de borrachos de Alcorcón: El doctor Valdés
El reloj marcaba las 15:00 cuando el doctor Valdés deslizó el bisturí sobre la piel del hombre anestesiado. La incisión fue limpia, precisa, casi artística. Se detuvo un momento para apreciar su trabajo antes de separar con cuidado los tejidos y alcanzar el órgano que le habían solicitado aquella noche: un riñón.
—Uno más —murmuró para sí mismo con la voz amortiguada por la mascarilla.
A su lado, la enfermera Natalia limpiaba el sudor de su frente con un gesto automático. Estaba pálida, aunque ya había presenciado suficientes operaciones como para no vomitar. Solo le quedaba esperar a que terminara y asegurarse de almacenar el cuerpo en el lugar correcto.
El doctor Valdés era un hombre meticuloso. Había sido un cirujano brillante en su juventud,pero los años de burocracia y miseria en los hospitales públicos lo habían convencido de que su talento valía más de lo que el sistema estaba dispuesto a pagarle. Cuando le ofrecieron la oportunidad de trabajar fuera de los márgenes de la ley dudó por un tiempo, pero la gran cantidad de dinero que le ofrecían terminó por convencerlo.
Ahora, ya fuese en sótanos o naves industriales utilizadas como clínicas clandestinas, era el ángel de la muerte para algunos y el salvador para otros. Sus clientes eran personas con suficiente dinero como para no querer esperar en la interminable lista de candidatos para trasplantes del gobierno: empresarios, políticos, millonarios en general… Pagaban, él operaba sin preguntar y todo se hacía en silencio, sin llamar la atención. En cuanto terminaba, se marchaba sin mirar atrás.
Ante la dura mirada de un tipo alto con la cara de un moreno artificial y vestido con un traje caro, terminó de extraer el riñón y lo depositó en un recipiente con una solución especial.
Miró de reojo al hombre sobre la mesa. Se llamaba Luis, o al menos eso decía el documento falso que le habían colocado en la billetera cuando lo secuestraron, pero él prefería no saber nada. Al proveedor de cuerpos, el tipo que observaba, lo conoció en la deep web como Rubio. Tenía sus propios métodos para conseguir material: desaparecidos sin familia, indigentes o simplemente gente que tuvo la mala suerte de estar en el lugar equivocado.
Natalia le pasó una aguja y él comenzó a cerrar la incisión con paciencia. Podría haberlo dejado morir allí mismo, pero a veces el producto sobrevivía el tiempo suficiente como para ser reutilizado, por lo que lo conservaban en una habitación bajo sedación, y cuando ya no servía, se deshacían de él vete tú a saber cómo.
—Rubio, ya te puedes llevar esto —dijo Natalia, señalando la pequeña nevera donde ahora descansaba el riñón. El tipo se acercó, cogió el contenedor y abandonó la nave sin mediar palabra. La enfermera tragó saliva. Le costaba soportar este tipo de vida, pero debía aguantar … por el momento.
Cuando todo estuvo limpio y el cuerpo de Luis fue trasladado a una habitación, Valdés se quitó los guantes y la bata. Se miró en un espejo roto que colgaba de la pared. Su reflejo le devolvió unos ojos cansados, envejecidos, quizá con arrepentimiento. ¿Compensaba el dinero las atrocidades que cometía?
Continuará…@sinvertock
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