De un tiempo a está parte, ha salido a la palestra el debate sobre el uso de los teléfonos móviles por parte de menores de edad. A mi parecer, y metiendo en la ecuación los videojuegos (ahora las videoconsolas disponen de conexión a internet), he observado que la gente adopta cinco actitudes al respecto:
La primera es la que ha tirado la primera piedra, defendiendo que los niños no tienen madurez suficiente para usar estos dispositivos con responsabilidad, que las consecuencias de su uso pueden ir desde el ciberbullying a caer en trampas urdidas por pedófilos. Abogan por que el estado prohíba por ley su uso por parte de menores de edad. Quieren educar, limitar y supervisar el uso que le dan sus hijos y ya lo hacen en la medida de lo que pueden, lo que les ha ocasionado a estos menores algunos problemas con sus amigos y compañeros de clase. Por eso piden al estado que legisle en favor de los niños.
La segunda defiende a ultranza su libertad para usarlos y su derecho a decidir lo que es mejor para sus hijos. Se parece a la quinta, pero esta exacerbada defensa de su libertad es más por rebeldía irracional contra el sistema que porque hayan llegado a esa conclusión de forma meditada y con argumentos.
La tercera calla, esperando que alguien tome la mejor decisión, ya que se ha despertado en ellos (o no) una duda que no tenían y que no saben resolver por sí mismos. Habían asumido que los tiempos han cambiado y que ahora las cosas son así, por lo que están confusos.
La cuarta calla también, pero a diferencia de la anterior, que no tiene criterio para formarse una opinión, esta, al igual que los de la primera, sí ha entendido que el libre uso de los dispositivos móviles debería estar prohibido a los menores, que debe ser limitado y supervisado, pero no quieren que discriminen a sus hijos si son los primeros en hacerlo.
La quinta es la más ingenua, tanto, como los que piensan que dos no pelean si uno no quiere o que dar subsidios en lugar de favorecer la creación de empresas y de puestos de trabajo de calidad es mejor. Estas personas entienden los peligros, pero abogan por que los niños los puedan usar libremente, enseñándoles a hacerlo con responsabilidad, algo muy razonable… pero inocente, dado que el hombre, desde que nace, alberga una tendencia dentro de sí que le inclina hacia el bien o hacia el mal, y aunque se disfrute de una buena educación de base, siempre habrá unos pocos que no sigan las normas, ya sean éticas o legales, y esta minoría será suficiente para suponer un problema al resto. Son los que hacen o graban bullying, palizas y violaciones para compartirlas más tarde en redes sociales.
Jose Luis Blanco Corral es autor de la novela Cuando no quedan lágrimas, disponible en Amazon.
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