Nueva columna de especial interés para los amantes de los idiomas y la diferente ramificación semántica de sus palabras.
I´m a real wild one…, escucho por los cascos mientras inicio un paseo.
Y como a mí me importa un comino la vida de famosetes sin talento alimentados por un canal basura; no me interesan telenovelas que traen de vuelta conductas que creía derrotadas ni me inquietan hasta la obsesión triviales cuestiones sobre moda y estética, me voy de cabeza por la curiosidad vertida desde una de mis pasiones: los idiomas. En concreto, la semántica de un término que, como en este caso, reúne dos significados en una sola palabra: Wild.
¿Para ustedes son sinónimos salvaje y rebelde? Para los angloparlantes, sí.
Mientras sigo escuchando una de las canciones icónicas de los noventa ̶asociada a una película altamente atractiva cuyo trasfondo me produce cierta aversión ̶ , voy dándole vueltas al wild, analizando con suspicacia la intención con que pudo gestarse en territorio británico un sólo calificativo que abarcara dos significados diferentes.
Tal vez el pobre wild (pobre respecto a pobreza lingüística) se les diluyó a los primeros colonos ingleses en las aguas de la inconcreción para definir y distinguir lo que se encontraron en el momento de, por ejemplo, exterminar a poblaciones enteras de indios “salvajes” (wild=salvaje), que obviamente se rebelarían (wild=rebelde) contra el destructor de su cultura, su religión, su medio de vida y su hábitat. Les plantaron la etiqueta wild para designarlos en ambas facetas y se quedaron “so… cool” (o sea, tan a gusto).
¿Les suena? Sí: esto ya lo vivieron los celtas. Al invasor le viene fenomenal tachar de salvaje al pueblo invadido para blanquear la barbaridad cometida sobre él.
Aquí por lo menos tuvimos la decencia de mantener los términos ̶ rebelde y salvaje ̶ separados (y, de paso, no exterminar a los que sobrevivieron a nuestras enfermedades y otras barbaridades).
¿De dónde les vino esa fusión, injusta en mi opinión? Pregunto en mi entorno más próximo.
“Y yo qué sé… Así es la vida” te responden ante estas inquietudes.
Como dije en la columna anterior, de la vida en sí no espero actitud ni intención. Pero del ser humano y sus interpretaciones no me fío ni un pelo, y siempre le hurgo en las mangas buscando la trampa, la segunda intención, esa lectura entre líneas… Es una valiosa enseñanza que un gran profesor nos inculcó desde el primer día en la facultad: que mantengamos una actitud crítica, que dudemos de todo lo que nos cuenten, que dudemos… hasta de nosotros mismos. Fíjense si me fío poco que mi suspicacia llega hasta mis propios pensamientos, cuando me sorprendo con una idea que no es propia de mí, o que tiempo atrás me hubiera parecido disparatada y que súbitamente me sorprendo normalizando… ¿Como consecuencia de qué?, ¿de la reflexión o de la influencia machacona de ciertos medios?
A real wild one... Tocaba ponerse rebeldes cuando no tolerábamos que no existiera una ley contra el maltrato; cuando un profesor o jefe se imponía con autoritarismo por falta de inteligencia para ejercer el liderazgo. ¿Salvajes? Vaya… Yo nunca he quemado un contenedor ni arrojado pintura en un cuadro. Y aquí me tienen: firmando aquí y allá, manifestándome pacíficamente y reciclando religiosamente desde que había que irse al quinto pimiento en busca de los primeros contenedores de esto y aquéllo. Pero nunca me sentí una salvaje por rebelarme en pro de la justicia.
Y de nuevo, salgo del devaneo para volver al por qué ese wild.
Finalmente, consulto a Susana Aguirrizábal, licenciada en Filología inglesa, profesora de ESO y colaboradora en la Universidad, que comparte conmigo su aventura como escritora en la “A.E. 100 Miradas”, ofreciéndonos maravillas literarias como “Aprendiendo a vivir”, “Unas palabras para ti” y, próximamente, un libro que precisamente le viene al pelo a esta columna porque nos sumergirá en revoluciones políticas, sociales y culturales.
A través de un audio de wasap le comento mi hipotética perogrullada sobre wild y el momento del encuentro con los indios norteamericanos.
Su respuesta es:
Después de tener una conversación muy interesante con un sabio compañero, profesor de filosofía, llamado Enrique de Miguel, he llegado a la siguiente conclusión:
Tu interpretación anterior de la palabra wild como justificación de invasión es muy acertada, pero, quizás, si pensamos que toda revolución y cambio siempre viene acompañado de cierta violencia, más o menos, explícita, entonces tienes otra posible respuesta.
La revolución es un cambio, es un no conformarse con lo establecido, suele ser un cambio rápido y hasta ese momento lo establecido es considerado “lo civilizado”. Lo nuevo tarda en aceptarse y puede considerarse “no civilizado” o salvaje.
Agradezco encarecidamente tu atención, y compañía en esta cavilación, Susana Aguirrizábal, así como la aportación de Enrique de Miguel. Sin embargo, la conclusión final tras sumar tus palabras a mi idea da lugar a una duda mayor (filósofa insatisfacción): La revolución tiene algo salvaje, la evolución se debe a la rebeldía. Pero dicen que sin revolución no hay evolución. Y, sin embargo, la violencia debe ser evitada Vaya… Esto no se resuelve en una columna. Pero da que pensar. Y eso siempre es bueno.
La que me ha liado una canción…
Patricia Vallecillo – escritora.
*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.
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