Nueva columna dedicada a traductores sin pluma, gratitud debida, fortuna y ángeles. Desde mi Colmena en Alcorcón: Sagradas Palabras

Le debo una columna a mi querido Papa Francisco que en paz descanse, así como al apagón. Ambos me proporcionaron una reflexión altamente positiva.

Y hoy debería dedicarlo al día de la Madre, pero esta vez me la perdono porque ya he dedicado alguna que otra a nuestra labor y el valioso legado que muchas dejamos tomando el relevo de este mundo (por mi parte, cada vez que pienso en mis hijos, podría explotar de puro orgullo).

Por otro lado, me urge una loa a la gratitud, tan necesaria y curativa, precursora del sentimiento de fortuna. Como tal es el caso vivido en mi reciente cambio de jornada laboral, de la cual os lloré la primera impresión del inesperado tambaleo, pero no reflejé honestamente el profundo agradecimiento que me embarga hacia Miri, mi exjefa, que movió cielo y tierra para que, al acabar la campaña, no acabara yo con ella y me dieran acogida en otra cuya labor me está resultando aún más apasionante, lo cual es otra suerte inmensa (¿cuánta gente existe que disfrute con su trabajo?).

El resto es adaptación y miles de ideas que hacen que cualquier ser humano sea capaz de convertir el negativo en un positivo muy excitante; yo ya me hecho con un mochilón para llevar cuadernos, pinturas, y hasta mi ordenador ―si puedo con él―, para algún rato muerto que me quedará entre jornada y jornada, aparte de la lectura que siempre me acompaña en el transporte (si es que los imbéciles que aún desconocen el uso de cascos para no molestar a los demás me permiten disfrutarla).

Como dije antes, la gratitud nos lleva a sentirnos afortunados, pues terminas sospechando que entre nosotros se mueven ángeles ―como Miri― camuflados cual mortales comunes, y yo me estoy encontrando por lo menos uno allá donde voy (también invisibilizo a los diablillos, lo cual ayuda; os recomiendo hacer lo mismo, porque al final la vida ya se ocupa de ellos y las lecciones que necesitan).

Y dicho esto tan bonito y florido, vamos a verter algo de brea en el contenido… Venga, que esto estaba quedando muy empalagoso.

Mi musa se ha emperrado con este tema, qué le vamos a hacer, me tiene la cabeza como un bombo con un libro que compré desembolsando por él una cantidad que muchos pueden permitirse y yo no. Pero ese libro, adquirido en una pequeña librería mística del centro de la ciudad, iba a ayudarme personalmente y a la vez darme las claves para la tercera parte de la trilogía, que está siendo mi peñón de Sísifo. Caray con el final de la trilogía. Vosotros os mordeis las uñas y los muñones, pero yo es que me subo por las paredes cada vez que arrojo el pedrusco y vuelvo a por él (porque a mi no se me cae como a Sísifo; yo lo arrojo). Desesperaditos andamos todos con “Eirein: El mensaje”; yo más que nadie.

Así que salgo de allí más lanzada y feliz que Bastian después de robar La Historia Interminable, y me encuentro con que la traducción del libro convierte en un berenjenal de incoherencias, incomprensión de la lectura original, falta de agilidad redactora, etcétera…, un contenido tan sagrado como necesario para mi en este momento. Es como ver brillar el santo grial en el centro de un inmenso laberinto infernal con trampas, fosos, minotauros y todo.

A ver, editoriales que tanto cargáis contra los autores indepes llenando de fantasmas las cabezas de los libreros: cuando pidáis traductores aseguraos de que también son escritores y de que al menos tengan un libro publicado (y de paso leéis su obra, a ver cómo se las gasta el profesional en cuestión con la pluma).

Así que me tiro de los pelos cada vez que abro el libro tratando de acceder al contenido, que me llama poderosamente como mi elixir vital. Yo, que me leí “Así habló Zarathustra” como me leí “Ana de las Tejas Verdes”, que me he zampado más libros que huevos fritos, no puedo con éste por la pésima traducción que lo emborrona. No me ocurría algo así desde una edición baratísima de La condición humana de Hannah Arendt. Por eso al ver el precio deduje que la experiencia no se repetiría. Me salté la sana costumbre de echarle una ojeada a los textos porque en el momento de su adquisición me asaltó una llamada apremiante porque me esperaban en un recital que ya había comenzado (razón por la que realmente fui hasta allí desde el trabajo). El acto de fe me salió caro.

Me indigna porque a menudo se maligniza a asociaciones como “Cien Miradas”, compuesta en su mayoría por autores independientes, y sin embargo dotada de escritores como esta servidora que lleva una vida manejándose con otros idiomas (en especial el inglés, avalado por la titulación de la EOI) o como Susana Aguirrizábal, profesora universitaria, licenciada en Filología Inglesa, y autora de varios libros sobre los que doy buena fe de sus dotes como comunicadora. De hecho, recientemente ha publicado un conmovedor cuento bilingüe: “La ardilla Suagui”, deliciosamente aderezado con las ilustraciones de Susana Aguilera (en nuestra asociación Cien Miradas contamos con talentos de todo tipo, bien avalados por sus trabajos anteriores y con auténtica vocación, no motivados por un sueldo que a su vez puede desmotivar… y luego pasa lo que pasa). Con esto, invito a unirse a nosotros también a autores extranjeros que verán su obra bien adaptada al público español.

Dicho todo esto, no quisiera terminar esta columna sin desearos que paséis un feliz día de la madre. Regaladle un libro de “Cien Miradas”. No habrá chascos.

Y si podéis esperar un poquito… Os esperamos el próximo fin de semana ―9, 10 y 11 de mayo― en la Feria del Libro de Alcorcón, en el Parque de la Paz. Ésta que suscribe firma el domingo por la mañana. ¡Nos vemos!

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.

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