Nueva columna convertida en una carta personal a nuestro querido Jesús Santos. Desde mi Colmena en Alcorcón: Querido Jesús
Querido Jesús,
Tú eras aquel jovencísimo operario al pie de un camión de la basura en Timanfaya a quien yo, una noche en que, presa de la desesperación por la falta de sueño, monté un tiberio mientras tus ojos perplejos a la vez que carentes de malicia, me observaban atónitos para a continuación formular algo similar a una disculpa coronada por esa sonrisa que finalmente ha cubierto todo Alcorcón con el manto de un dulce y a la vez triste recuerdo.
Anda, que menudo comienzo… yo una veinteañera recién llegada de Aluche, histérica por mis extenuantes horarios, en pijama en plena calle despachándome a gusto y tú, un chavalín todo lo joven que debías de ser ―siete años menor que yo―, flipando.
Después empezaría a verte en algún mitin que otro de Podemos. Me sorprendió verte tan cercano a mi ex – profe, a quien yo había acudido expresamente a escuchar, en el Centro Cultural Viñagrande. Seguías sonriéndome con esa candidez natural, pero yo te rehuía por mi propia vergüenza y la cobardía de no vencerla: “menudo corte, el del encontronazo junto al camión de la basura”.
Y la vida seguía poniéndote en mi camino. La frase un día de estos le comentaré la anécdota de aquella noche seguía rondándome, junto con la pertinente disculpa. Pero nunca era el momento.
Estrenamos los puntos de reciclaje de libros, participamos en eventos varios… Y un día llegó aquel voto de confianza: presentarte en el C.C. Margarita Burón como futuro alcalde de Alcorcón. Tu discurso fue impecable y, lo más importante, honesto; cargado de verdadero propósito, un propósito titánico sometido a tu invencible capacidad de soñar y poner en marcha proyectos de tal calibre como el del compostaje.
Deslumbraste al público. Sin embargo, ojalá todos los que estaban sentados en las butacas hubieran podido admirar al Jesús Santos previo a la salida al escenario, tras el cortinón, en aquel pasillo donde cada cual ensayaba su parte y yo temblaba entera como un flan, aterrorizada por mi pánico escénico.
Habrían descubierto un Jesús realmente protector, pendiente, cuidador. Un Jesús que debía ocuparse de su ensayo y sin embargo estaba pendiente de todos y cada uno de nosotros y nuestro bienestar.
Allí, entre los titanes del partido, yo sintiéndome tan insignificante en mi síndrome de la impostora, en mi pintoresco papel de escritora invitada que se me antojaba fruto de alguna compasión. Repetía una y otra vez lo que había escrito meticulosamente para realizar una presentación a la altura del acto, mientras el corazón se me salía del pecho, sudaba entera y las piernas casi no me sostenían. Entonces, de la nada salías tú. La firmeza de tus manos sosteniendo mis hombros me devolvía a tierra firme y tus ojos parecían absorber todo mi malestar mientras me alentabas con palabras que me infundaban toda la fe que ni yo tenía en mí misma.
Recuerdo que al final tuve que improvisar: por no querer salir en público con mis recién-impuestas gafas, y confiando en el grosor de la letra que a tal fin me había procurado, me encontré sin luz suficiente para leer y tirando de inventiva. Recuerdo que me vine arriba; donde me falló la memoria metí pasión más algo de cachondeo y salimos del paso con cierto jolgorio.
Por algún lado tiene que andar aún la foto donde se te ve reír a carcajadas mientras yo la lío en el atril. Salió épico y lo más importante: todo lo que dije salió del corazón. Por fin teníamos a alguien comprometido con el medio ambiente y contra la raíz de todos sus problemas: la generación de residuos.
Recuerdo que mi psique por entonces ya andaba algo dañada por cuestiones que no vienen al caso, lo cual me llevó a escabullirme del rollo social por un pasillo al final del acto, mientras todos departíais en el gran vestíbulo. A punto de arrojar unas monedas por la ranura de una maquina vending de chucherías, te vi precipitarte por el pasillo, preocupado pero sonriente, para llevarme de vuelta con los demás, como si alguien te hubiera encomendado mi cuidado: que no esté sola, que no se sienta sola… Qué sensación desde que os conozco, a todos.
Y siempre esa mirada de crío feliz, carente de malicia, alejado del recelo, defendiendo valientemente la inocencia de su determinación en cada proyecto…
Querido Jesús, espero que me perdones por no haber acudido a firmar en el libro que te han dedicado estos pasados días, lunes y martes, en el Ayuntamiento. Allá donde estés dicen que lo sabes todo, por lo que habrás podido constatar que estaba trabajando y al llegar a casa caía en la cama derrumbada por los medicamentos hasta la hora de cenar. Sé que lo harás, igual que lo hiciste en el paseo que dimos durante el sueño en que por fin te dije que yo era la imbécil que bajó en pijama y tú volviste a reír:
“Ya lo sabía, tonta”.
Patricia Vallecillo – escritora.
Blog: https://erase-una-vez-entre-otras-cosas.webnode.es/blog/
Autora de la trilogía Las abejas de Malia y del cuento Letras para una bruja.
web: https://las-abejas-de-malia2.webnode.es/
Facebook: Las Abejas de Malia libro
Instagram: escritorapatriciavallecillo
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