Desde mi Colmena en Alcorcón: Nos falta un retrato

Desde mi Colmena en Alcorcón: Nos falta un retrato

Nueva columna que nos invita a mirar con el amor de quien sabría retratar nuestra belleza. Desde mi Colmena en Alcorcón: Nos falta un retrato

El final de la tarde en que escribí la presente columna dejó un sabor algo amargo al inicio. Sin embargo, su final fue tornando más dulce, gracias a un libro en el que, desgraciadamente, no han cabido todas las mujeres que merecen un lugar en él.

Tengo frente a mí el homenaje fotográfico “100 Miradas” publicado por la Concejalía de Feminismo hace algo más de un año. Su título, con permiso de la concejala, dio nombre el pasado otoño a la asociación inicialmente compuesta por varias escritoras que, junto con otras mujeres destacadas de Alcorcón, recibimos el regalo de poder vernos como realmente deberíamos hacerlo todas.

Lo observo con el deleite de un paseante que se detiene ante un colorido vergel; inspiro y creo inhalar un aroma de rosas. Eso es lo que en este momento deviene lo que parece un simple libro: una hermosa flor irguiéndose optimista y dadivosa, ofreciéndome sus pétalos en medio de un desierto de insectos venenosos y arenas asfixiantes. 

Silencioso y expectante, dicho libro desafía a la miseria que me invade animándome a elegir el siguiente rostro a añadir a mi cuaderno de retratos “100 Miradas”.  Su belleza late y luce en todos los colores, tamaños y edades: desde niñas con bocas en pleno relevo de dientes, hasta ancianas que probablemente los perdieron y coronan con su bella sonrisa una prótesis parcial o total. Todas iluminan el conjunto con su mirada. ¿He dicho iluminan…? Deslumbran.

La fascinación que experimenté al abrirlo nació gracias al inestimable trabajo de los fotógrafos y se desbordó progresivamente después, cuando inicié un cuaderno en el que volcar con mis lápices aquellas constelaciones humanas.

Detenerme en cada rostro, tomarme el tiempo necesario para trazar cada surco o arruga con meticulosa fidelidad, mientras una arrolladora ternura crecía en proporción inversa al decoro retornando a la mirada para encontrarla cada vez más llena de vida... Aquella observación lenta, pausada, entregada… me hizo amarlas a todas, caer fascinada por la luz que comparten.

Llegué a una conclusión sobre las mujeres: Todas son preciosas. Sólo necesitan más miradas de retratista.

Pero vamos a ver qué me había sucedido unas horas antes; de qué demonios escapaba yo cuando me arrojé a buscar refugio en este libro:

Había mantenido una conversación algo decepcionante con un amigo del que esperaba una sensibilidad más profunda o, cuanto menos, madura, en torno al tópico de la belleza. Sus respuestas o la falta de ellas a ciertos comentarios por mi parte me habían dado a entender que él ―a quien erróneamente había atribuido una sensibilidad especial― portaba la misma consigna que la media en sus preferencias: mujeres chococientos años más jóvenes y con un físico prácticamente diseñado por IA.

Me duele que la edad sea tratada de una forma aún peor que como un valor a la baja: un acto estigmatizable. Como si fuéramos meros objetos de adorno sin más misión en esta vida que la de deleitar estéticamente (por supuesto, mientras dure la firmeza en nuestra efímera carne); que nuestra esencia afectiva e intelectual, antiguamente asociada al alma imperecedera y permanente (aquella que la edad enriquece, compensando el declive del cuerpo), en fin, aquello que delinea nuestro yo más puro, desmerezca toda atención.

Cuando logré dar carpetazo a aquella conversación que me revolvía el cuerpo, aproveché la salida con el perro para respirar algo de aire entre algún bufido que otro. Y fui a dar con lo que terminó de crisparme.

Recuerdo que caminaba decepcionada y desesperanzada porque había descubierto que no parece existir un rincón en el mundo donde un hombre (ya de cierta edad, no un muchacho que lógica y naturalmente sólo siente interés con sus coetáneas/os) simplemente sea capaz de apreciar lo verdaderamente amable (amable en tanto que susceptible de ser amado).

Sentía un pesado yugo sobre el cuello que me obligaba a caminar con la cabeza agachada. Una fuerza invisible, un ojo gigantesco, padre de todos esos estúpidos ojos anhelantes de juventud, me juzgaba y abrasaba calle arriba.

Al pasar junto a un comercio, tres hombres conversaban. Uno de ellos comentaba al detalle lo sucedido con una mujer que se suicidó hará dos o tres semanas arrojándose a la vías del Metro de Joaquin Vilumbrales. Afiné el oído en el corto espacio de tiempo que Happy me permitió pasar junto a ellos, y solo pude escucharle repetir con gran extrañeza:

“¡Fíjate!: Que estaba maquillada; que se había arreglado para arrojarse de cabeza delante del tren”. Como un puñetazo en la boca del estómago, la  tristeza me produjo una náusea. Observé sus reacciones: lejos del pesar, se dejaba entrever un cierto morbo en el cotilleo. Recuerdo que por mi cabeza llegó a surcar el infernal pensamiento de cuántos hombres,  si pudieran, nos arrojarían a todas las que pasamos de cierta edad a un abismo de donde no pudiéramos volver a estropearles el panorama.

Aceleré el paso con un nudo de indignación atragantado, hasta casi ahogarme de lástima, una lástima de proporciones cósmicas con el que deseaba cubrir como un paraguas sideral a todas las mujeres atrapadas en esta repugnante exhibición de misses condenadas a desfilar día tras día bajo el tácito mandato de las preferencias machistas.

Llegué a casa llevada por los peores demonios y unos lagrimones calentandome la cara, imaginándome a aquella mujer acicalándose para el terrible fin. Tomé el libro que contiene a esas 100 preciosas miradas de mujeres y lo abracé con fuerza para protegerlas de este mundo de monstruos que desprecian e ignoran nuestra calidad como seres sintientes, creativos, inteligentes, tiernos, capaces de cuidar, dar y amar sin límite… Repudiadas sólo por la edad. Deseé ser una diosa titánica, omnipotente y ubicua para ser capaz de envolver y proteger entre mis manos a todas las mujeres que poblan la Tierra.

Ojalá se pudiera incluir a la totalidad de ellas en un libro como el 100 MIRADAS para retratarlas después. Así sabrían que cuando se las observa detenidamente para trazar todas sus líneas, su belleza crece a cada minuto y sus ojos iluminan todo fuera y dentro de quien las sabe mirar.

Qué pena que no seamos todos retratistas. No harían falta todos los millones de libros que se necesitarían para liberar a las mujeres de la infravaloración con que se castiga cumplir años.

Patricia Vallecillo – escritora y presidenta de la asociación de escritores 100 Miradas.

Autora de la trilogía Las abejas de Malia y del cuento Letras para una bruja.

web: https://las-abejas-de-malia2.webnode.es/

Facebook: Las Abejas de Malia libro

Instagram: escritorapatriciavallecillo

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