Desde mi Colmena en Alcorcón: Mirando por la ventana

Nueva columna pensada para salpicarnos con la bella intrascendencia de la lluvia. Desde mi Colmena en Alcorcón: Mirando por la ventana 

Nueva columna pensada para salpicarnos con la bella intrascendencia de la lluvia. Desde mi Colmena en Alcorcón: Mirando por la ventana 

Simplemente, miré por la ventana y pensé: una semana lloviendo. Una semana escuchando el repiqueteo contra el alféizar que, al contrario que a cualquiera de mis conocidos, me ayuda a conciliar el sueño como una suave nana de esperanza, limpieza, borrón y cuenta nueva.

En las oficinas no se siente el trasiego atmosférico. Uno no se entera de si llueve ni, como decía el prisionero de un poema anónimo, cuándo es día ni cuándo las noches son. Si acaso por el paragüero, que se colma de apretados pliegues escurriendo la misma agua que ha dejado un reguero desde la puerta de entrada al edificio.

En la calle, los albañiles encaramados a los velados andamios que hoy abundan por Alcorcón resisten con valentía de pirata los embates de un invierno tempestuoso, mientras los que se encuentran en la calle soportan estoicamente el chaparrón en el lomo, tan dolido de doblarse y tan mal pagado a la vez. Al igual que ellos, barrenderos y profesionales de otros servicios a pie de calle confían en la impermeabilidad de sus uniformes, o al menos esperan que no calen hasta poco antes de finalizar su jornada.

No se libran los repartidores de furgones precariamente arrojados contra cualquier acera o esquina quienes, apremiados por la posible aparición de un coche patrulla de la policía local y la consiguiente multa, abandonan sus vehículos por unos angustiosos minutos para despachar el pedido con rapidez de personaje navideño, empapándose el jersey que se resisten a cubrir con algo más.

Bailan los limpiaparabrisas a éste o aquel ritmo, según el estado de ánimo de quien se deje hipnotizar por ellos unos segundos esperando cruzar la calle. Al mismo tiempo, los conductores se ven sometidos a una prueba de reflejos más dura de lo habitual, cuando a la dificultad de frenar a tiempo para no atropellar al peatón que se arroja en plancha a cruzar el paso de cebra o el chaval que surge de la nada con un salto de patinete eléctrico, se suma el agua enturbiando la visión.

Salen los perros con sus chubasqueros, para chufla de algún viandante con poco conocimiento de causa y mucha osadía para permitirse una mirada burlona y hasta algún rebuzno al respecto (ya se sabe, la relación directamente proporcional entre osadía e ignorancia). Una, ya cansada de explicarle la ventaja que para la sufrida espalda tiene el no tener que secar al perro al llegar a casa (sobre todo si éste es grande), opta por recordar la sabia frase con que un buen amigo le obsequió recientemente: “Discutir con un tonto demuestra que hay dos”. Fin del problema.

Llueve un lunes, llueve un martes, el miércoles… Y a lo largo de toda la semana, el vagón del Metro huele a nylon de abrigos y de paraguas mojados; el suelo se llena de huellas incontables al pasar por las estaciones al descubierto de la línea 10 y los rostros de los viajeros están bellamente sonrosados…, ¿será por cómo apresuramos el paso bajo la lluvia?, ¿será por la pureza que alcanza el oxígeno que respiramos cuando el agua barre la porquería del aire?, ¿o es que se nos hidratan todas estas escamas de peces de ciudad, como canta Ana Belén?

Llegará el sábado y lloverá. Parejas aburridas, padres de niños aburridos, todos incapacitados para disfrutar de placeres sencillos, llenarán los centros comerciales por inercia y no como un disfrute ocasional.

Otros compartirán un chocolate con una partida de Scrabble, Monopoly, Virus o El Imperio Cobra o, simplemente, si no hay niños, pasarán una merecida tarde viendo las gotas deslizarse por las ventanas desde una cama donde la sábana hará las veces de mantel para el delicioso manjar del amor que no muere.

Ese mismo sábado, yo olisquearé el delicioso olor de la tierra húmeda y la vegetación de los parques, siguiendo los pasos de mi maestro de olfateos con criticado chubasquero.

Después, quién sabe si mis vástagos querrán juego, película con palomitas de mantequilla  o marcharse con sus amigos. En este último caso, me dejaré acunar en una esquina del sofá al son del último poemario de José Luis Blanco Corral, mientras le agradezco a la madre Tierra que aún nos regale la que ha venido siendo nuestra fuente de vida desde que existimos.Mi

Patricia Vallecillo – escritora.

Blog: https://erase-una-vez-entre-otras-cosas.webnode.es/blog/

Autora de la trilogía Las abejas de Malia y del cuento Letras para una bruja.

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