Desde mi Colmena en Alcorcón: La bandera de los bestias

Nueva columna semanal que se rebela contra la imposición, la suplantación, el adoctrinamiento que dan origen a las bestias.

Acabo de ver un vídeo terrible, de ésos que circulan de un teléfono privado a otro, en cadena, para mostrarnos una realidad oculta por los medios ordinarios. No suelo abrir este tipo de archivos porque padezco una sensibilidad insoportable, pero confundí a la persona que me lo envió con otra de igual nombre. Una vez abierto, paralizó mis párpados y mis ojos se anclaron al horror mientras el corazón me aporreaba el pecho con tanta fuerza que me dolía respirar.

No voy a mencionar el origen del protagonista activo, como tampoco me extenderé en detalles sobre  los hechos, que trataré de exponer de la manera más prudente posible. Digamos que, en el contexto de una guerra actual, el bestia profanaba uno de los cadáveres caídos con una saña bien celebrada por sus colegas.

Y hasta aquí, no veo necesaria más descripción de un hecho que deseo borrar de mi archivo mental lo antes posible.

Observé el cuerpo mutilado. Las formas eran suaves, redondas, la piel claramente femenina. Le estimé una edad avanzada.

No quise homenajear al bestia con una reflexión sobre el por qué de su comportamiento.

Me centré en la mujer a la que debió pertenecer ese cuerpo, la que en ningún caso merecía morir, como no lo merece nadie; si acaso, las bestias que matan con frialdad y disfrute, ríen y bailan entre los cadáveres que dejan a su paso; las que proclaman su barbaridad esperando ganar el reconocimiento y hasta el orgullo de sus dirigentes o, por lo menos, para que el resto de colegas degenerados les jaleen.

Me tienta, no imagináis cuánto, devanarme los sesos elaborando un kilo de hipótesis sobre cómo llega un ser humano a semejante grado de sadismo. Pero es la mujer que murió quien merece que cierre los ojos y la dibuje en mi imaginación dos, tres o infinidad de meses atrás ―años también, por qué no―, cuando llevaría una rutina pacífica como la de cualquier persona.

Tal vez tenía nietos y les leía cuentos; tal vez sufría a manos de su pareja o, por el contrario, llevaba una feliz vida junto a su marido, del que estaría enamorada como el primer día; tal vez tuvo una boda preciosa de la que conservaba el vestido para una hija, sobrina o nieta; fue el ser más feliz del mundo recibiendo a cada hijo, criándolo y llevándolo al colegio con la esperanza de un futuro mejor que el suyo; seguramente soñaba con morir en su cama rodeada de los seres amados. Tal vez éstos murieron  antes que ella en la misma atrocidad: la guerra…, o tal vez la están buscando todavía.

Este vídeo genera litros y litros de odio contra uno de los bandos. Pero yo no permito que me digan lo que debo sentir, lo que debo pensar… Yo tuve la fortuna de aprender a pensar por mi cuenta. Me desmarco de la mayoría y concluyo que si ese bestia hubiera nacido y crecido en el bando contrario, alimentando o mejor dicho: envenenando― con odio tan inestimable regalo de la naturaleza como es el cerebro, haría lo mismo con una víctima del que ahora es su bando (que en este hipotético caso sería el contrario).

Inevitablemente, esta conclusión me condujo a otra: que seguramente en el bando contrario sus análogos de bestiario también habrán hecho de las suyas… La única diferencia es que el otro bando, aparte de estar defendiéndose de una invasión (lo cual no justifica atentados ni demás barbarie que ocasione la muerte de inocentes), cuenta con la financiación y el apoyo de la comunidad internacional, incluido el de nuestro gobierno (qué vergüenza).

Pero yo no he venido a señalar a unos como buenos y a otros como malos, sino a reclamar que los bestias, sean de la patria o ideología que sean, tengan su propia bandera, común a todos ellos: la bandera de los bestias que aprovechan toda ocasión de caos y violencia sin ley para desatar sus bajos instintos y descargar tanto sadismo alimentado con violencia y frustración mal digerida.

Porque ya estoy harta.

Harta de que esa raza infrahumana campe por el mundo y su historia suplantando ideologías como han hecho los feudalistas que se autoproclaman comunistas (Rusia, China, Corea del Norte, Cuba…) y provocarían el suicidio del mismísimo Marx al ver la degeneración de su sueño― y robando símbolos, como ya hicieron el del bigote y todos sus drogados fans con la esvástica budista, jainista e hinduista, cuyo origen no puede ser más opuesto al depravado significado que aún se le atribuye.

Harta de los que se apropian de una bandera y la vinculan categóricamente a su causa, haciéndose llamar patriotas mientras, para colmo, desmontan un sistema que garantice educación y sanidad para todos sus compatriotas; harta de los supuestos cristianos, devotos de misa dominical, que votan a quienes cierran puertas y fronteras al prójimo que busca sobrevivir (para colmo, alimentando nuestra economía con trabajos precarios); harta de que unos u otros miren mal a una ONG por ayudar indistintamente a los niños de cualquier país en situación de pobreza o en conflicto, catalogando a las pobres criaturas como “enemigos”, según desde qué bando los observe la bestia que les niega ayuda.

Harta de que este mal genero, la versión más aberrante del ser humano, no tenga tatuado en la frente el distintivo de bestia, para enviarles a ellos a explorar Marte con un billete sólo de ida y, de paso, que planten allí su auténtica bandera: la de la patria bestia.

Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Sus últimos libros, El maestro griego y Vidya Castrexa, pertenecientes a la trilogía Las abejas de Malia, así como el cuento infantil Letras para una brujapueden adquirirse en cualquiera de las librerías que se detallan en el siguiente link de acceso a su web: “Las abejas de Malia”, así como en Amazon.

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