Columna donde el estoicismo se adapta a un cuento fácil de entender para los más pequeños. Desde mi Colmena en Alcorcón: La abeja estoica

En una colmena lejana, se agitaba con gran zozobra un enjambre de abejas mientras oteaban la tormenta que avanzaba hacia ellas desde el horizonte como una sombra oscura y feroz. Temerosas, mascullaban entre sí ciertas apreciaciones:

―La lluvia arrasará el polen de las flores.

―El viento derribará la colmena.

―Algún relámpago provocará un incendio.

La abeja estoica observó fríamente el panorama, desde la racional conclusión de que nada podía hacer para detener la tormenta. A su alrededor, un visceral pánico seguía creciendo y extendiéndose.

Finalmente dedujo que, si bien no podía evitar que la lluvia arrasara el polen de las flores, trataría de recolectar todo el que le diera tiempo a salvar. Siempre sería mejor que haberse limitado a observar la destrucción sin hacer nada salvo lamentarse. Siempre sería mejor saber que hasta el final hizo todo lo posible. Siempre le quedaría la satisfacción de haberse esforzado al máximo en vez de ser un pasivo testigo de la pérdida, consumido por la angustia.

La mayoría de las demás abejas seguían perdiendo tiempo y energía contemplándola entre aspavientos:

―Mírala: se cree que va a poder recoger sola todo el polen.

Sin embargo, unas pocas se desmarcaron de este grupo y se unieron a ella.

Mientras descansaban tras una ardua pero satisfactoria colecta, la abeja estoica se detuvo a calcular el tiempo que la lejanía de la tormenta todavía les concedía para seguir actuando. A continuación, comenzó a reforzar la adherencia de la colmena al árbol.

Varias de las abejas inactivas la observaron desdeñosas:

―Fijaos: se cree que salvará la colmena del viento.

La suave brisa inicial fue dando paso a un viento cada vez más potente. A las abejas anteriores se sumaron otras más, dispuestas a colaborar en el afianzamiento de su comunidad mientras unas pocas, aun renegando, se dispusieron a abandonarla para escapar a un lugar más seguro.

El cielo comenzó a tronar haciendo temblar la colmena. Unas pocas abejas huyeron aterradas en busca de otro refugio, pero la lluvia mojó sus débiles alas atrofiadas por la pereza y la cobardía. Cayeron derrotadas al suelo, donde se ahogaron entre pequeños riachuelos y charcos que rápidamente empezaron a fluir y llevarse sus inertes cuerpos carentes de voluntad.

La abeja estoica y sus compañeras contemplaron con racional valor cómo caían los relámpagos, sabiendo que tal vez provocarían un incendio. Pero se sintieron en paz porque habían hecho todo lo que estaba en su mano para salvar la colmena; es decir, su intervención en aquello que sí podían controlar, empezando por decidir su actitud ante una dificultad que para las otras constituyó una catástrofe irremediable.

Si un relámpago provocara un incendio, nada podrían hacer por evitarlo. No se angustiaron pensándolo, pues la abeja estoica bien les demostró que solo hemos de preocuparnos por aquello que se encuentra al alcance de nuestro control.

Así que la abeja estoica y sus discípulas sintieron la satisfacción de haber hecho todo lo posible por salvar la colmena. Ello les dio la paz contra la ansiedad de un final incierto.

Patricia Vallecillo – escritora y presidenta de la Asociación de Escritores 100 Miradas.

Autora de la trilogía Las abejas de Malia y del cuento Letras para una bruja.

web: https://las-abejas-de-malia2.webnode.es/

Facebook: Las Abejas de Malia libro

Instagram: escritorapatriciavallecillo

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