Desde mi Colmena en Alcorcón: Infiel

Desde mi Colmena en Alcorcón: Infiel

Nueva columna sobre la infidelidad en la gran pantalla. Advertencia: acusen el tono irónico aderezado con cursivas, comillas… o nada.

Respóndase rápidamente esta pregunta: ¿En qué sexo han pensado al leer el calificativo que pone título a esta columna?

Ahora viene otra pregunta (que me recuerda a las que hace mi compañera M.Carmen Morcillo cuando presenta su libro sobre Mujeres Artistas diciendo: “¿Cuántos pintores conoces? ¿Y pintoras?”):

¿Cuantas películas recuerdan en las que el adulterio lo provocara un personaje femenino? ¿Y uno masculino?

Yo he enumerado unas cuantas dentro de lo que me ofrece mi atropellada memoria:

Infiel, Ana Karenina (con origen en la literatura clásica), Los puentes de Madison, Memorias de África, El paciente inglés.

En todas, es la mujer la que comete el latrocinio de enamorarse de otro y nos aboca con su pecado a una tragedia sin precedentes desde que un tal Adan, criaturita inocente, mordió la manzana.

Un ejemplo antagónico a los cinco anteriores: “Atracción fatal, donde el hombre adúltero no es que se enamore, es que tiene una esposa aburrida y muy ocupada que no le atiende como es debido, y el pobrecito, que “ya se sabe que los hombres son así” (aunque la zona pélvica-genital de la mujer posea miles de terminaciones nerviosas más que la masculina, logrando nosotras, no obstante sofocar nuestra  libido bajo la suela de la estricta educación que hemos recibido), se ve empujado a caer en las redes de una desarraigada soltera independiente (ay… la pelandrusca que vive libre, santígüense si se topan con una). Como cabe esperar, ella, amante despechada que no logra cumplir su sueño de llevarse al príncipe azul y ser felices para siempre jamás (ya saben que la mujer no puede tener más aspiración en esta vida), acaba convertida en una psicópata (faltaría más, desde los cánones patriarcales, una mujer así, sola, no puede estar en su sano juicio porque “carece de la templanza y el decoro” propios de la que ejerce decentemente su condición de complemento de un sólo hombre).

Cierto es que he enumerado películas de los años 80 y 90. No sé cómo estará la cosa ahora, si bien conozco muchísimas mujeres que viven en un continuo estado de ansiedad por si sus parejas les son infieles. Qué horror de vida. ¿A qué clase de cultura le deben estas mujeres su precaria salud mental?

Lamentablemente, las estadísticas de mi memoria tampoco les resultarían de ayuda, pues conozco infinidad de mujeres que en algún momento de su vida cargaron con una buena cornamenta.

Vamos, que al final se han agobiado en balde y seguramente su actitud controladora sólo ha empedrado el camino al infierno por el que salió corriendo su Romeo.

Ahora traten de no encender la pira expiatoria contra esta humilde informadora cuando lean lo que sigue. Empiezo con otra pregunta:

¿Saben cuál es la ciudad donde las parejas son más felices? Pues sí: Paris.

“Por supuesto”dirán—: “¿quién no va a ser feliz viajando a la cité de l’amour?”

Pero no, no me refiero a esto, sino a un estudio sociológico según el cual en París, cada miembro de una pareja (se entiende que tras muchos años de convivencia sin opción a ruptura) tiene amantes. Viven relajados, el día a día es una balsa de aceite y, de paso, cuando vayan por la calle no irán haciéndole al prójimo lo que ya tienen despachado en la versión amable de la palabra (jod…).

No me acusen de incitar al desenfreno; yo me limito a compartir un mero dato curioso; dejen de apilar astilla en la hoguera, que ya nos frieron a bastantes en el pasado por no negar lo que incomoda.

Vuelvo a la estadística inicial (la de los cuernos y olé, de vuelta a España): a lo largo de mi vida he conocido aproximadamente una docena de mujeres con un buen par de tachines plantados sobre sus preciosas melenas (probablemente la cifra sea superior, ya que no he ganado entre el total de amistades la confianza necesaria para conocer hechos tan íntimos y humillantes) contra cero hombres engañados (entre los cuales también he hecho amigos de confianza de los que he podido conocer este dato de forma fiable). Vamos: que ellos ganan por goleada (no lo aplaudan, dejen ya de hacerlo, que encima les sacan a hombros por la puerta grande).

Sin embargo, el mundo del cine y la literatura ha sacado la mayor parte de su carnaza de la infidelidad femenina. Y desde luego nos ponen que no hay por dónde cogernos.

Mientras el hombre adúltero de “Atracción fatal” es una pobre víctima de su testoesterona, de una mujer que le ignora y de una amante que se vuelve una psicópata, en las otras seis películas las mujeres son unas tontas del tó que se enamoran de un desconocido de forma inexplicable y desde luego muy sancionable, pues sus maridos son un dechado de virtudes (obviamente, no van a dar motivos como sí lo hacía la mujer del pobrecito títere anteriormente mencionado), lo cual ya nos hace mirar a la infiel con una ceja levantada. Está todo pensado para situarnos a todos donde se cumplan los arquetipos que dirigen nuestro rol sexual en una sociedad que a veces roza lo talibán.

Analicemos las consecuencias posteriores ocasionadas por la adúltera (procuraré no hacer spoiler de cada peli, por lo que no mencionaré los respectivos títulos):

En una, la muy insensata tiene un atento marido que la colma de bienes, y un hijo del que ocuparse, y va a enamorarse de un coronel o capitán (no recuerdo el cargo), para acabar abandonando a su familia (niño incluido), exigirle fidelidad a su amante y volverse loca hasta arrojarse a las vías de un tren.

Menuda moraleja: “Mujer, no saques los pies de tu redil aunque te tengan más seca que un bacalao. Si lo haces, este es el castigo que te espera.”

En el resto de ejemplos son los bondadosos maridos y los incautos amantes quienes sufren la maldición del caprichoso personaje femenino que, finalmente (y eso sí: llorando y llorando y haciéndonos llorar a todos a moco tendido), decide plantar a su amante, meterle de vuelta el corazón en el bolsillo de la camisa y volverse a casa con su marido: “Hala, ahí te quedas. A llorá a la llorería de los juguetitos rotos”.

Pero qué malas somos, hay que ver.

En una de las películas se da el caso “pobrecitos marido y amante”, llevado al extremo: el marido pierde la cabeza y se la hace perder al amante literalmente abriéndole el cráneo con una bola de vidrio. El muchacho, que no había cometido más pecado que alegrarle la vida a la miserable barracuda que tenía que haberse aguantado con el bacalao atragantado en casa, acaba siendo envuelto en una alfombra por el pobrecito marido que pasa unos días sufriendo un amago de infarto tras otro sin saber cómo gestionar su inesperado papel de asesino ni cómo deshacerse del cadáver. Al final le rezan el requiem juntos marido y mujer y se marchan a celebrar las de plata.

Desde luego, películas como éstas lograrían que importemos de ciertos países la lapidación de adúlteras. Afortunadamente, aún prevalecen las estadísticas reales y no nos queda más remedio que admitir que la palma en esto de la infidelidad se la llevan ellos, aunque el óscar always will go to los que hacen taquilla con nosotras.

Patricia Vallecillo – escritora y presidenta de la Asociación de Escritoras 100 Miradas.

Autora de la trilogía Las abejas de Malia y del cuento Letras para una bruja.

Facebook: Las Abejas de Malia libro.

Instagram: escritorapatriciavallecillo.

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.

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