
Columna dedicada a la generación de un tipo muy especial de átomo, estrechamente vinculado al arte. Desde mi Colmena en Alcorcón: de átomos
Hoy vengo a hablar de unos átomos. Pero no de aquellos que conocemos a través de la ciencia. Los que yo quiero exponer aún no han sido captados ni por los más afinados microscopios electrónicos de barrido, ni catalogados en ninguna de las lecturas académicas al uso.
Empezaré remitiéndome a lo que ya conocemos.
Como ya sabéis, el planeta, incluida su atmósfera, está compuesto de átomos. Incluso lo más imperceptible a nuestros sentidos tiene una composición atómica.
Si vais de compras encontrareis millones de millones de uniones de átomos agrupados en tejidos hábilmente diseñados para materializar formas y colores altamente atractivos. Os vestiréis con esos millones de átomos complementándolos con otros tantos que, por ejemplo, colgarán de vuestras orejas, darán un bello pigmento a vuestros labios, etcétera. Esos átomos envolverán una y otra vez los que forman parte de vuestro organismo a merced del temporal capricho consumista para, no mucho después, dormir el sueño de los justos en el armario y finalmente acabar en una bolsa que asfixiará los mares bajo la promesa del reciclaje, también llamado segundo uso.
Si acudís a un restaurante, los átomos que os esperan en el plato, que alguna vez formaron parte de otro ser vivo y en este momento os tientan con un suculento aroma por obra y gracia del arte culinario, se integrarán de una forma más íntima y duradera en vuestro cuerpo, fundiendo sus átomos con los vuestros en ese maravilloso combustible que es la energía.
Bueno, no todos se quedarán formando parte de nosotros y ayudándonos a subir al quinto sin ascensor. Algunos serán excretados de variadas formas.
Otros, lamentablemente, se quedarán atrapados formando parte de una masa adiposa, sin generar energía. A menos que su anfitrión modifique sus hábitos, lo acompañarán hasta la tumba y seguramente hasta lo arrastrarán a ella con más premura que si nunca hubieran llegado a colapsar un valioso organismo vivo, insuperable obra de ingeniería de la Naturaleza.
Pero no es de estos átomos de los que quiero hablaros.
Quiero hablaros de átomos que a su vez generan otros átomos en el alma: eternos, volubles, intangibles y sin embargo creadores de mundos infinitos.
Dicen del dios cristiano que creó al ser humano a su imagen y semejanza (prefiero creer que no sea así tal como están las cosas hoy en día). En este caso, tal como él ejerció su arte desperdigando trillones y trillones de átomos con los que todo tomó forma… ¿Por qué no íbamos a hacer lo mismo en nuestra modesta versión soñadora?
Nosotros, haciendo uso de los átomos supuestamente creados por la madre naturaleza (o el mencionado Dios, según sus creyentes), dimos forma a herramientas de las que, cual artilugios de alquimia, nos hemos servido para crear de la nada a los átomos del alma. Por dichas herramientas me refiero a libros, pinceles y sus lienzos, el barro del alfarero, la cerámica, el vidrio, los instrumentos musicales…
Pondré un ejemplo centrándome en el objeto de mi mayor pasión: los libros. Si uno va pasando las páginas compuestas de otros tantos trillones y trillones de átomos de origen arbóreo prensados para tal fin, experimentará en su mente la creación de personas nuevas, lugares desconocidos con árboles ya extinguidos, ríos de aguas reverberantes y puras que ya no existen, tierras lejanas jamás pisadas y hasta espadas que nunca pudimos visualizar materialmente en nuestro siglo pero que se han forjado a la perfección en la fragua imaginativa.
Todo compuesto por unos átomos que se reproducen y expanden de alma en alma, viajando a lomos de neuronas que provocan chispas de felicidad incluso cuando ya has cerrado.
Hace poco, durante un viaje en el Metro, observé que una señora iba leyendo un libro del mismo título que el mío. Hasta ese momento sólo compartíamos vagón, pero éste dio lugar a los escenarios, personajes, y todos los objetos descritos en dicho libro. Nos miramos y sonreímos como dos nativos de un reino lejano que se reencuentran en éste, comúnmente extraño para ambas en aquel momento en el que la fuerza de los átomos compartidos nos trasladaron con más fuerza a ese otro mundo.
La diferencia de dichos átomos materiales con los del alma es que estos últimos no pueden desintegrarse porque son el alma de aquellos, y podrán desplazarse entre nuestras propias almas mientras el arte creado por humanos perviva.
La desintegración de nuestra esencia llegará cuando la IA aplaste definitivamente con sus metálicas pezuñas, alimentadas por la impostura de la mediocridad y la avaricia, a nuestras musas, sagradas madres de una belleza que sólo las manos humanas son capaces de esculpir, escribir, pintar o entonar.
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Patricia Vallecillo – escritora.
Blog: https://erase-una-vez-entre-otras-cosas.webnode.es/blog/
Autora de la trilogía Las abejas de Malia y del cuento Letras para una bruja.
web: https://las-abejas-de-malia2.webnode.es/
Facebook: Las Abejas de Malia libro
Instagram: escritorapatriciavallecillo
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