Desde mi Colmena en Alcorcón: Aguijonazo va

Desde mi Colmena en Alcorcón: Aguijonazo va

Nueva columna semanal que nos sitúa en los dos lados de una dolorosa picadura. Desde mi Colmena en Alcorcón: Aguijonazo va

Como es bien sabido, cuando una abeja se siente amenazada, saca el aguijón. Y se agita, y zumba y no para hasta que te deja clavado el producto de su furia y con él, su vida.

El problema de la abejita es que siempre muere por la causa y muchas veces no hay causa tal; nadie estaba amenazándola. Simplemente, la torpeza cumplió con uno de sus múltiples papeles; en este caso, crear la confusión que finalmente deriva en dolor para el/la incauto/a que dejó escapar un desafortunado “manotazo” cerca de nuestra hacendosa ―y tal vez estresada― amiga.

Normalmente, una abeja te aguijoneará si se queda atrapada en tu pernera (y en la mayoría de los casos, picará donde más duele); del mismo modo que habremos lastimado nosotros más de una vez, cuando atravesamos una situación altamente estresante que nos atrapa y de la que tratamos de salir mientras la desesperación se incrementa exponencialmente hasta la locura. Tal como le ocurre a la abeja, el instinto nos libera el aguijón y clavamos palabras hirientes a quienes tenemos más cerca.

También puede ocurrir que la abeja se mosquee seriamente si, mientras te olisquea, te da por sacudirte el pelo o echarlo a un lado. Automáticamente serás una amenaza mundial para ella y su especie. Vaya… ¿Quién no ha sufrido el infortunio de creer llevarse un desaire que en realidad podría haberse llevado cualquier otra persona que en ese mismo momento pasara por allí? ¿Quién no ha sido abeja alguna vez? ¿Y quién no ha sido autor/a de un coletazo?

Torpe bofetada, qué mala suerte, te pilló con la abeja rondándote, olisqueando tu piel o admirando el brillo de tu pelo y… ¡Plaf!

Como veis, estamos en ambos lados: somos a la vez abejas y autores de manotazos.

¿Quién no se ha arrepentido del picotazo arreado a alguien y ha muerto un poco por dentro, o ha hecho morir una amistad, aprendiendo con ello que todos somos al mismo tiempo humanos, abejas y débiles? Ser torpe y ser mala persona son dos cosas muy diferentes, deberíamos tenerlo muy en cuenta a la hora de evaluar la cualidad de un manotazo. Y lo mismo si examinamos el origen de una picadura cargada de crispación.

Como dije, la abeja también muere. Todos morimos un poco ―para qué negarlo― cuando una rabia desproporcionada nos ha llevado a sacar el aguijón indiscriminadamente, incluso para acabar con relaciones afectivas que bien habría valido la pena conservar.

Quizás a veces incluso tendríamos que pasar por alto alguna torpeza fruto de siglos de una cultura que, poco a poco y no sin esfuerzo, vamos logrando cambiar aunque la llevemos enraizada desde los huesos. Dicho cambio requiere inteligencia, tiempo y amor; no hay ingredientes más evolutivos. Para lograr esta comprensión convendría ser un poco más conscientes de hasta dónde llegan nuestras ambivalencias.

Por ejemplo, uno puede tener en su círculo emocional personas con quienes comparte ideales y posturas políticas que, sin embargo, a la hora de dar la talla en tanto que amigos, se esfuman de la colmena. Al mismo tiempo, por otro lado, el mismo puede sorprenderse al sentirse realmente acompañado por aquellos que, a pesar de las discrepancias en torno al mundo que nos rodea, están dispuestos a acudir en su ayuda, sea del tipo que sea: desde escucharle y romperse la cabeza por entender sus emociones hasta presentarse allá donde esté cuando sienten cómo su amigo/a se quiebra; entonces se rompen las alas por volar hasta donde haga falta para sostenerle a tiempo, antes de que se caiga en pedazos.

Porque antes que rojos o azules, antes que hombres o mujeres, ante todo somos humanos, con ese calorcito tibio y suave característico de nuestra condición vital, y que envuelve como un delicioso halo nuestros cuerpos en cada abrazo. El mismo que hace brillar el cariño sincero en la mirada; incluso durante una discusión, porque mientras discrepamos nos quema en el pecho la certeza  de que renunciaríamos a todo nuestro repertorio ideológico si con ellos pudiéramos salvar la vida de esa persona única para nosotros, que sabe estar pendiente de: cómo te ha ido el día, la prueba en el hospital; tal o cual gestión importante, el catarro de tu hijo, tus ancianos padres… en fin, tu dolor, del tipo que sea…

Tal vez deberíamos dejarnos de tanto colorín y quedarnos con nuestro suave y cálido pelaje de rayas doradas… Todos somos abejas; arrimémonos para hacernos fuertes. Y, sobre todo, contengamos el aguijón cuando se sabe que el manotazo no venía con intención de lastimar y hay mucho que perder.

Patricia Vallecillo – escritora y presidenta de la asociación de escritores 100 Miradas.

Autora de la trilogía Las abejas de Malia y del cuento Letras para una bruja.

web: https://las-abejas-de-malia2.webnode.es/

Facebook: Las Abejas de Malia libro

Instagram: escritorapatriciavallecillo

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.

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