Crónicas de un vigilante de seguridad en Alcorcón

Crónicas de un vigilante de seguridad en Alcorcón

Nueva selección de relatos, esta vez, sobre las historias de un vigilante de seguridad. Crónicas de un vigilante de seguridad en Alcorcón

Pepe es un vigilante de seguridad cuarentón y simpático que vive en Alcorcón pero trabaja en Madrid. Es el tipo de persona que encuentra el lado divertido de cualquier situación. De origen humilde y con un carácter alegre, Pepe siempre ha visto su trabajo como una oportunidad para conocer gente interesante y vivir experiencias únicas. Pepe ha acumulado un repertorio de anécdotas que reflejan la diversidad de su ciudad y las historias humanas que abundan en ella. Este libro recopila algunas de esas anécdotas, e intenta mostrar cómo en un trabajo rutinario se pueden dar situaciones inesperadas y aprender lecciones de vida.

Capítulo 1: Excursión por el museo

El Museo del Prado es un lugar donde el tiempo parece detenerse, un bastión de la cultura y de la historia que Pepe conoce como la palma de su mano. Como vigilante de seguridad, su labor es asegurarse de que cada visitante respete las normas y de que las valiosas obras de arte estén siempre protegidas. Sin embargo, una noche de invierno, Pepe se encontró con una situación que lo sacó de la rutina y lo llevó a vivir una de sus experiencias más memorables.

Había tenido un turno especialmente tranquilo. Las últimas luces del día habían dado paso a la penumbra y las grandes puertas del museo habían sido cerradas al público por uno de sus compañeros. Pepe hacía su ronda habitual por las galerías, asegurándose de que todo estuviera en orden y que no quedase nadie antes de apagar las luces y activar las alarmas. Las obras de Velázquez, Goya, y El Bosco parecían observarlo con sus ojos inmortales mientras él caminaba junto a ellas.

Al llegar a la zona de Velázquez, Pepe escuchó voces en un pasillo cercano. Se acercó y vio un grupo de  turistas claramente desorientados. Eran alemanes y algunos intentaban comunicarse en un castellano rudimentario, con evidente ansiedad en sus rostros.

—¡Hola! —dijo Pepe, tratando de tranquilizarlos—. ¿Se han perdido, verdad? Suele pasar. No se preocupen, les ayudaré.

Uno de los turistas, un hombre mayor con barba blanca, se adelantó para explicar con su limitado español, que se habían separado de su grupo turístico mientras admiraban las pinturas, y que sin darse cuenta, lo habían perdido. La mezcla de desesperación y vergüenza en el tono de su voz eran palpables.

Pepe, con su característico buen humor, vio la oportunidad de convertir la situación en algo positivo. Con una sonrisa y un brillo en los ojos, les dijo en su inglés de colegio:

—No os preocupéis. Vamos a hacer un tour privado. ¡Esta noche, el Prado es solo para nosotros!

Los turistas, que inicialmente estaban tensos, no pudieron evitar sonreír al ver la actitud despreocupada de Pepe. Al notar su alivio, Pepe comenzó a guiarlos por las salas del museo, relatando anécdotas sobre las obras de arte y dando a hechos históricos su propio toque de humor.

Frente a Las Meninas de Velázquez, Pepe adoptó una pose dramática, pretendiendo ser uno de los personajes del cuadro. La seriedad con la que imitaba a los personajes, combinada con su rostro exageradamente solemne, provocó carcajadas entre los turistas. La risa fue contagiosa y pronto todos se sintieron relajados, como si estuvieran participando en una experiencia única en lugar de estar atrapados en un museo vacío.

A medida que avanzaban, Pepe improvisaba sobre la marcha. En la sala dedicada a Goya, hizo una interpretación teatral de sus Pinturas Negras, imitando las poses y expresiones de los personajes de manera exagerada. Se retorcía y gesticulaba, arrancando nuevas carcajadas de sus acompañantes. Incluso organizó un pequeño concurso de preguntas sobre las obras que veían, entregando como premios improvisados folletos del museo.

Los turistas, antes nerviosos, ahora estaban completamente inmersos en la experiencia. Se reían, tomaban fotos y escuchaban con atención las historias de Pepe, que se convirtió en un auténtico showman. Fue una noche que jamás olvidarían.

Después de casi dos horas de recorrido, finalmente llevó al grupo hacia la salida. Los turistas le dieron las gracias con efusividad, algunos incluso pidiéndole selfies como recuerdo. Uno de ellos, el hombre de barba blanca que había hablado primero, le estrechó la mano y le dijo:

«This was the best part of our trip to Madrid. Thank you, Pepe».

«Esta fue la mejor parte de nuestro viaje a Madrid. Gracias, Pepe»

Pepe sonrió y sintió una profunda satisfacción. Su trabajo solía ser monótono, pero noches como esa le recordaban lo bonito de la conexión humana, incluso en las circunstancias más inesperadas.

Al ver cómo los turistas se alejaban, Pepe no pudo evitar sentirse afortunado. Había convertido un problema en una aventura, y había hecho que un grupo de desconocidos se sintiera bienvenido en su ciudad. Mientras cerraba la última puerta y activaba las alarmas, no pudo evitar sonreír para sí mismo. El Museo del Prado, ese gigante de la cultura, había sido por unas horas su escenario, y él, un simple vigilante, había protagonizado su propia obra de teatro.

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.

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