Crónicas de un vigilante de seguridad de Alcorcón: La torre de cristal

Crónicas de un vigilante de seguridad de Alcorcón: La torre de cristal

Nuevo capítulo de esta historia llena de misterios. Crónicas de un vigilante de seguridad de Alcorcón: La torre de cristal

La Torre de Cristal, uno de los edificios más altos y modernos de Madrid, no es solo un lugar de trabajo para miles de personas, sino también una fortaleza de tecnología y diseño.

Pepe había sido asignado temporalmente a la seguridad de la torre por su dilatada experiencia en el oficio y su buen trato al público, era un mundo completamente diferente al ambiente histórico y turístico del Prado.

La primera noche de Pepe en la torre fue tranquila, demasiado tranquila para su gusto. A diferencia de los edificios antiguos en que usualmente trabajaba, la Torre de Cristal estaba llena de tecnología de última generación: cámaras en cada esquina, puertas automáticas y sistemas de seguridad que no burlaría ni James Bond. Sin embargo, Pepe sabía que incluso en un lugar tan moderno, podía haber espacio para lo inesperado.

Por la noche, mientras caminaba por los pasillos de la última planta del edificio, Pepe se detuvo frente a una gran ventana de vidrio que ofrecía una vista panorámica de la ciudad. Desde esa altura, Madrid se extendía como un tapiz de luces brillantes y calles serpenteantes. Era un momento de calma, una oportunidad para reflexionar sobre cómo había llegado allí. Pero justo cuando estaba disfrutando de la vista, un ruido extraño interrumpió sus pensamientos.

Pepe se giró hacia el origen del sonido, proveniente de una de las oficinas cerradas en el piso. Se acercó con cautela, sabiendo que en un edificio tan sofisticado, cualquier cosa podía activar las alarmas. Al llegar a la puerta, escuchó el ruido nuevamente, un golpeteo suave y repetitivo.

Con su linterna en la mano, Pepe abrió la puerta con cuidado. Al entrar, vio algo que no esperaba: un pequeño dron de vigilancia. Estaba volando erráticamente, golpeando la ventana del despacho desde el exterior como si estuviera borracho.

Pepe soltó una carcajada. Nunca había visto un dron tan fuera de control. Parecía que la máquina había tenido un mal día. Decidió que lo mejor era detenerlo antes de que se causara algún daño. Con paciencia, Pepe abrió la ventana e intentó atraparlo con una caja vacía que encontró en la oficina. Después de varios intentos fallidos y muchas risas, finalmente logró capturarlo. En ese momento, alguien salió de debajo de una mesa y le derribó al suelo para salir corriendo del despacho hasta desaparecer.

Instantes después, una vez repuesto del susto y con el dron en la caja, Pepe se dirigió a la sala de control del edificio para reportar el incidente mientras daba el aviso por la emisora de que había un intruso en el edificio.

Cuando llegó a la sala de control, esta estaba abierta, algo inaudito, pero entró y entregó el dron al coordinador con gesto preocupado. Este le dijo que había sido un fallo en el software lo que había provocado que el dron «perdiera la cabeza» mientras hacía una ronda de reconocimiento por la fachada. También le informó de que había dado aviso a la policía sobre la intrusión y de que llegaría en cualquier momento. Pepe, con su característico buen humor, respondió:

—Bueno, no soy programador, pero creo que este amigo necesitará unas vacaciones o pasar por el taller.

El coordinador dejó escapar una risa forzada. Sudaba profusamente y tenía la mandíbula tensa, a punto de hacerle saltar los empastes. Pepe miró a su alrededor y vio en una esquina la silueta de una persona. Estaba sentada en una silla. Al verse descubierta, se levantó y avanzó hasta exponerse bajo un pequeño foco led de los pocos que iluminaban la sala, mayoritariamente alumbrada por la luz de una docena de monitores de vigilancia.

Tenía un brazo extendido, y en la mano, una pistola semiautomática. Era un tipo de mediana estatura, de cara y físico muy convencional. Pasaría desapercibido en la calle. Su semblante se mostraba excepcionalmente frío, parecía una careta. Con voz suave, en un tono bajo y tranquilo, dijo:

—Si mantienen la calma nadie saldrá herido. Usted —se dirigió al coordinador—. Quiero que entienda que por culpa de su maldito dron me he visto obligado a intervenir físicamente en esta operación; hoy, por algún motivo, ha comenzado la ronda de seguridad media hora antes. Me ha venido bien el dispositivo de EMP (pulsos electromagnéticos) que compré en la Dark Web para freír la electrónica del aparato.

Cuando terminó de hablar, extrajo un extraño aparato de un bolsillo interior del abrigo y apuntó a las consolas de control. Segundos después estas comenzaron a chisporrotear y se apagaron todos equipos de la sala dejándola sumida en una oscuridad total.

Se oyeron pasos rápidos y se abrió la puerta de salida. Cuando entró la luz, descubrieron que el ladrón intentaba huir.

Pepe mantuvo la calma y, en un arrebato de valentía e indignación ante el descaro del delincuente, le lanzó la defensa con la suerte de impactar en uno de sus tobillos, consiguiendo que tropezara y saliera despedida el arma a un par de metros de distancia. Nuestro amigo se abalanzó sobre él y procedió a su detención apretándole los grilletes con satisfacción no disimulada.

Al día siguiente, el jefe de seguridad anunció que se había producido el robo de una documentación muy importante almacenada en el equipo informático que se hallaba en el despacho donde entró el intruso y que gracias a la intervención de Pepe, que había manejado la situación de forma tan profesional, habían incautado al criminal un disco duro portátil con la información sustraída, parte se la cual consistía en los datos privados de cientos de personas y empresas. El delincuente había logrado entrar en el edificio con una tarjeta de acceso robada a un empleado y permaneció oculto en las instalaciones, escondido en un baño, hasta que se marcharon todos los trabajadores.

El coordinador, había facilitado el acceso a la sala de control por parte del ladrón debido a que este le había mostrado ante una de las cámaras el DNI físico de su mujer, el cual había «perdido» hacía pocos días. Esto le aterrorizó y entró en pánico.

Pepe pudo añadir una nueva anécdota a su colección y fue recompensado con una semana extra de vacaciones y una mención honorífica en su cartilla profesional.

Esa noche, mientras completaba su turno, Pepe se dio cuenta de que no importaba cómo de avanzada fuera la tecnología, siempre habría lugar para los errores y su hackeo, dado que es el ser humano quien la crea y este es imperfecto.

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