Crónicas de un vigilante de seguridad de Alcorcón. Capítulo 5: La Fábrica

Crónicas de un vigilante de seguridad de Alcorcón. Capítulo 5: La Fábrica

Nuevo capitulo del vigilante más famoso del muncipio. Crónicas de un vigilante de seguridad de Alcorcón. Capítulo 5: La Fábrica

Cuando Pepe aceptó el turno de noche en una fábrica de sanitarios de Alcorcón en un polígono industrial, supo que estaba a punto de sumergirse en otra de esas experiencias que podrían oscilar entre lo aburrido y lo inesperado. La fábrica, un complejo enorme con largas líneas de producción y almacenes llenos de inodoros, lavamanos y otros artículos sanitarios, parecía más bien un lugar donde las horas no pasarían nunca. Sin embargo, la compañía de Marco, el joven vigilante de seguridad de una fábrica de preservativos en el lado opuesto de la calle, pronto demostraría que no todo sería tan monótono.

Marco, un tipo alto y de complexión muy delgada, llevaba poco tiempo en seguridad privada y era muy charlatán.

Se comunicaban por la emisora del trabajo al dar la casualidad de que estaban en la misma frecuencia.

La primera semana transcurrió sin sobresaltos. Pepe hacía las rondas de vigilancia y revisaba las cámaras de seguridad para asegurarse de que todo estuviera en orden en las instalaciones. El eco de sus pasos resonaba en los pasillos vacíos y el zumbido constante de las máquinas en standbye era casi hipnótico. Sin embargo, lo que realmente añadía un toque de peculiaridad a esas noches era lo que sucedía al otro lado de la calle, en la fábrica donde trabajaba Marcos, un compañero de su misma empresa.

Se trataba de un edificio algo más pequeño que el que custodiaba Pepe, pero allí siempre ocurrían cosas extrañas.

Una noche, mientras Pepe se encontraba en la recepción de la fábrica mirando las cámaras, Marco llamó muy alertado por la emisora.

—Pepe, tienes que ver esto, asómate fuera —dijo Marco muy excitado.

Pepe salió con mucha curiosidad y vio a su compañero junto a la valla, enfrente. Señalaba hacia el lado opuesto de la nave donde él se encontraba.

—¿Por qué tienes encendidas las luces de media fábrica y por qué las estás apagando y encendiendo continuamente? —preguntó Pepe, incrédulo.

—No soy yo—respondió Marco titubeando—, ¿no ves que estoy delante de ti? Lleva así un buen rato, yo estaba en la oficina, pero ha saltado un volumétrico, he mirado por la cámara y no he visto nada más que la discoteca que hay montada con las luces. He salido porque tengo miedo y te he llamado. No quiero ir yo solo a comprobar qué sucede.

Los dos vigilantes observaron en silencio por unos instantes cómo se activaba y desactivaba el alumbrado.

—Qué me dices, ¿me acompañas?

—Dame un momento, voy a avisar a control de que necesitas ayuda por un problema eléctrico que podría originar un incendio y de que debo abandonar mi puesto —Marco se encogió de hombros y miró de nuevo hacia las luces—. Ahora voy.

En un par de minutos, los dos vigilantes estaban frente a la puerta que daba acceso a esa zona del edificio.

De repente sonó el teléfono de Pepe.

—Debo cogerlo, es mi hija. Será un momento.

Marco puso los ojos en blanco y los brazos en jarras, pero se dio la vuelta y se alejó varios pasos para dejarle intimidad.u

—Hola, Papá, voy a acostarme y quiero darte las buenas noches. ¿Qué tal en tu trabajo, ha entrado algún malo?

—Hola, cariño. Pues no ha entrado nadie, todo tranquilo y aburrido como siempre. Descansa y sueña con cosas bonitas, mi amor.

—Hasta mañana, papá.

—Hasta mañana, hija.

Ya está, vamos para adentro.

Pepe giró la maneta de la puerta de metal y esta se abrió con un lamento que consiguió aumentar aún más la tensión de ambos.

Al entrar, las luces se apagaron.

—¡Joer, qué coño pasa aquí! Estoy acojonado, Pepe.

—Tranquilo, debe ser un mal contacto en algún cable de alimentación o problemas con la tensión eléctrica.

—Claro, ¿y justo se auto repara cuando entramos nosotros?

Pepe no sabía qué contestar y se limitó a encender su linterna y a andar unos metros por aquel espacio diáfano lleno de enormes máquinas y mesas de trabajo.

Comenzó a sonar un chorro de agua. El miedo de Marco aumentaba por momentos.

—¿También hay problemas con la fontanería, Pepe?

—Sí que es extraño. Viene de detrás de aquella máquina. ¿Qué hay allí?

—Los baños.

—Pues vamos.

—No jorobes que vamos a entrar ahí.

—Tú me dirás, para eso nos pagan.

—No sé yo si exactamente para esto —aludió Marco poco convencido.

Pepe rodeó la maquinaria, se posicionó junto a la puerta del baño, que estaba entornada, y la abrió de una patada. Ante los atónitos ojos de ambos, el grifo que había abierto se cerró de inmediato.

—¡Dios mío, sálvanos del demonio! ¡Ave María Purísima, líbranos del mal!

Marco se arrodilló y empezó a rezar de forma compulsiva en un estado próximo al shock. Pepe lo levantó de las axilas y, con esfuerzo, tiró de él hasta salir de allí por donde habían entrado. Al hacerlo, la puerta se cerró de un portazo.

—Ejem… Marco, creo que lo que ocurre aquí no es un problema eléctrico.

—¡¿No jodas?! —replicó el aterrado vigilante con la cara blanca como una tiza.

—¿Y qué hacemos ahora?

—Pues yo pondré en el parte de trabajo que hay un mal funcionamiento del alumbrado.

—Estoy de acuerdo, haré lo mismo. Me vuelvo a mi puesto. ¿Estás bien?

—No, pero tendré que aguantar la noche acompañado de este puñetero poltergeist si no quiero ir al paro.

—Ánimo, compañero.

Pepe le dejó a su suerte, no podía abandonar su servicio ni tampoco decir a la empresa la verdad de lo que acababa de presenciar porque le hubieran tomado por un loco.

A la noche siguiente, después de hacer la primera ronda, Pepe llamó a Marco.

—¿Qué tal por ahí, compañero?

—Mal —respondió—, una alarma me está volviendo loco. Está en la sala de producción, donde ayer, y no para de saltar sin razón. He mirado por las cámaras y no hay nadie, al menos humano ni animal. No pienso volver a entrar ahí.

—Lo entiendo. Haz lo que puedas, compañero.

Pepe asintió con comprensión. Aún recordaba la terrorífica experiencia de la noche anterior. Marco tenía un imán para lo extraño.

A lo largo de su carrera, Pepe había aprendido que cada trabajo, por monótono que pareciera, tenía momentos únicos, y este no había sido la excepción.

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