Nuevas aventuras de vigilante. Crónicas de un vigilante de seguridad de Alcorcón. Capítulo 4: Caos debajo de la tierra
Pepe nunca había trabajado en el metro, pero después de la experiencia tan aburrida que tuvo en el parking, le pareció buena idea probar, y además le daban un ridículo plus de peligrosidad que le vendría bien para pagar el seguro del coche. Lo cierto era que después de pasar la pensión alimenticia, la nómina le llegaba lo justo para sobrevivir. Pero se lo tenía merecido por ingenuo, su carácter alegre le impidió ver que su relación no iba bien y cuando se quiso dar cuenta ya era demasiado tarde; ella le dejó. Aunque lo peor era tener unos turnos tan malos que no le permitían optar a la custodia compartida; haber perdido el día a día con su hija le dolía en el alma. Pero como era un tipo positivo, se centró en el trabajo y puso el foco en seguir viviendo y en adaptarse a su nueva situación. Ahora era un hombre divorciado y vivía solo.
Aunque su experiencia en el campo de la seguridad era extensa, el transporte subterráneo de Madrid era un mundo aparte, una ciudad debajo de la ciudad llena de tensiones, prisas y, a menudo, situaciones impredecibles.
Aquella noche, su trabajo en el metro Puerta del sur, en Alcorcón, no sería una excepción.
Comenzó el turno tranquilo, con solo unos pocos pasajeros en los andenes y trenes que llegaban y partían con estrépito. Sin embargo, Pepe sabía que las cosas podían cambiar rápidamente en el metro.
Su primer desafío llegó pronto: un grupo de borrachos había abordado el tren y se estaban comportando de manera escandalosa. Gritaban, reían y se tambaleaban, molestando a los demás pasajeros. Pepe se acercó con calma, utilizando una voz firme pero amistosa.
—Señores, deben bajar del tren. Este es un servicio público y deben respetar las normas. No se puede beber alcohol ni molestar a los demás usuarios.
Los borrachos lo miraron con una mezcla de desprecio y confusión. Uno de ellos, con una botella en la mano, empezó a desafiar a Pepe.
—¿Y quién te crees tú? —preguntó con tono desafiante—, ¿el sheriff de la estación?
Pepe mantuvo la calma y no entró al trapo. Sabía que si se enredaba en una discusión, la situación podría escalar rápidamente y llegar a las manos. Hizo una señal a un par de compañeros que estaban cerca y los acompañaron a la salida mientras proferían una retahíla de comentarios e insultos despectivos y malsonantes.
Una vez resuelto el incidente, Pepe pensó que la noche sería más tranquila, pero se equivocó. La siguiente dificultad llegó en forma de un grupo de punks que viajaban sin billete. Estaban fumando porros y les acompañaba un perro de aspecto intimidante. El can parecía inquieto, ladraba aumentando la tensión en el ambiente. Los punks estaban poniendo nerviosa a la gente de la estación y amedrentando a cualquier persona que se les acercara.
—¿Qué pasa aquí? —dijo Pepe, acercándose con cautela—. Necesito que me muestren sus billetes y que se calmen.
Los punkis se rieron de él e ignoraron sus palabras. El cánido, un rottweiler de mirada intimidante, se acercó a Pepe para olisquearlo y este retrocedió con precaución. El dueño del perro, un joven con piercings en la cara y un chaleco de cuero, le lanzó una mirada desafiante.
—¿Qué quieres, tío? No tienes ni idea de lo que haces.
Pepe sabía que no podía dejar que la situación se saliera de control. Pidió refuerzos y, tras unos minutos de tensión, lograron desalojar a los punkis de la estación.
La noche avanzó y, a pesar de que las cosas parecían haberse calmado, surgió una nueva amenaza. Avisaron de Sala a Pepe para que acudiese a un tren que permanecía parado debido a que un grupo de gamberros estaba pegando a un chaval que viajaba con su chica. Se dirigió al lugar con otro compañero y encontraron a tres chicos de veintitantos frente a una parejita de similar edad. Al abordarlos, los jóvenes mostraron desafiantes sus carnés de pertenencia al ejército del aire.
—¡No podéis comportaros así! Chaval, ¿quieres denunciarlos? —le preguntó Pepe a la víctima.
El chico estaba sangrando por la nariz y su novia llorando. Negaron con la cabeza y Pepe, indignado porque sabía que podían irse de rositas los sinvergüenzas, volvió a dirigirse a ellos:
—¿Pensáis que porque sois soldados podéis hacer lo que queráis? Al contrario, sois una deshonra para el ejército. Tranquilos, vamos a llamar a la policía militar y se encargará de vosotros. A ver si os ponéis igual de gallitos con ellos.
Finalmente, con la ayuda de la policía nacional y con un viajero como testigo, detuvieron a los jóvenes y los llevaron a la comisaría.
Todavía fluía la adrenalina por las venas cuando Pepe recibió otra llamada por la emisora que le heló la sangre. En la estación de Joaquín Vilumbrales un hombre había saltado a las vías y se había desatado el caos. Al llegar se encontró con una escena desgarradora. El hombre había sido arrollado por un tren. Algunos pasajeros se agolpaban para ver qué había sucedido. Era una imagen que Pepe nunca olvidaría, el rostro del hombre en el suelo con los ojos abiertos que parecían mirarle, la desesperación en el aire y la sensación de que ya no había nada que se pudiera hacer. Pepe era un hombre demasiado sensible para algo así, son situaciones para las que hay que valer. Se sintió profundamente triste y decidió que tenía que dejar aquel servicio en cuanto pudiese. Cuando volvió a su casa tuvo que recurrir a una antigua caja de Bromazepam para poder conciliar el sueño.
Al día siguiente, Pepe estaba patrullando con otro compañero cuando le avisó Javier, el vigilante que custodiaba la estación de Alcorcón Central. Solo entendió la palabra «ayuda» y se apresuraron a acudir en su auxilio. Lo encontraron con el rostro totalmente blanco sobre el cuerpo de un hombre que yacía tendido en el suelo. Entre balbuceos explicó que detectó a un usuario saltar los tornos porque debía viajar sin billete; un toxicómano que de seguro se dirigía a por su dosis de metadona al centro de desintoxicación que había justo enfrente de la estación. Le pidió el billete y efectivamente no lo tenía. Javier solicitó a Sala presencia policial y el tipo empezó a empujarlo para intentar escapar. Un viajero que parecía de algún país del este se puso en medio para defender al vigilante y el toxicómano le clavó un cuchillo en el estómago. La víctima estaba cubierta de sangre y Pepe reaccionó de inmediato llamando a los servicios de emergencia y tratando de tapar la hemorragia con su propia cazadora mientras llegaban sus compañeros y la ambulancia. Pero el valiente viajero murió en sus brazos y bajo la atónita mirada de su asesino, que se había quedado paralizado. Con toda probabilidad, el mono le había hecho cometer una atrocidad que de estar sano no habría hecho, pero ya era tarde.
—¿Estás bien, Javier? —preguntó Pepe, tratando de mantener la calma mientras oían cómo la sirena de la ambulancia se acercaba—. Aguanta, los paramédicos están en camino.
Estos llegaron rápidamente y tras llevarse el cuerpo del fallecido comenzaron a atender a Javier, que estaba en evidente estado de shock. Se lo llevaron en la ambulancia también mientras Pepe observaba cómo se iba con sensación de impotencia. Engrilletó al asesino y lo puso a disposición policial.
Cuando finalmente el turno llegó a su fin y regresó a su casa, Pepe se sentía agotado tanto física como mentalmente. Había sido la noche más difícil de su carrera, un recordatorio de la fragilidad de la vida y de la dura realidad de su trabajo, que para la mayoría de la gente está mal visto y por supuesto, para él mal pagado.
Hay un submundo en el que viven los vigilantes de seguridad que muchas personas desconocen. Cuando alguno te parezca antipático o brusco, piensa por todo lo que podría haber pasado, y aún así continúa poniéndose el uniforme para llevar el pan a su casa.
Lo dice alguien que sabe muy bien de lo que habla porque lleva más de la mitad de su vida ejerciendo este oficio. Todo lo relatado está basado en hechos reales y nada salió en los medios para no infundir miedo en la población. Siento que este capítulo haya sido tan dramático, pero necesitaba dar visibilidad a nuestra menospreciada mal pagada e infravalorada labor. El próximo será más divertido.
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