Nuevo recopilatorio de relatos de ficción inspirados en localizaciones del municipio. Alcorcón Extraño: Un espejo roto
Cuando el detective Andrés Moreno vio la escena del crimen, supo que algo no encajaba. El cuerpo de la joven estaba tendido en el suelo de la biblioteca municipal del Buero Vallejo tras una gran estantería de libros y los forenses ya habían extraído las huellas del arma homicida: El Quijote. Al parecer lo usaron como si de un martillo se tratase para propinarle un fuerte golpe en la cabeza a la víctima. El asesino debe tener mucha fuerza para de un solo librazo matar a una persona, porque no se enteró nadie. Debieron pensar que simplemente se había caído un libro.
—Tenemos al culpable —dijo el forense—, las huellas son de Mateo Ríos, fichado por un robo menor hace tres años.
—Ya veo. Le cogieron robando unas zapatillas en el Decathlon.
Mateo Ríos fue detenido al día siguiente en su domicilio, el piso de sus padres. No opuso resistencia, apenas murmuró unas palabras mientras lo engrilletaban:
—Yo no fui. No estuve ahí.
Las huellas en la cubierta del libro no dejaban lugar a dudas, y no era un libro que cogiese mucha gente; los otros dos pares de huellas pertenecían a una chica de catorce años y a un anciano. Ninguno con la fuerza suficiente como para convertir un libro en el arma de un crimen. Durante el interrogatorio, Moreno lo observaba más que lo escuchaba. El temblor en sus manos, la mirada perdida. No parecía alguien que ocultara algo; parecía, simplemente un veinteañero aterrado.
—¿Dónde estabas la tarde del crimen a las ocho? —preguntó Moreno.
—En mi casa. Solo.
—¿Algún testigo?
Mateo negó con la cabeza.
—No tengo amigos, señor. No salgo mucho. No me gusta la gente.
—Lo sé, a la que no te gusta la matas a golpes.
Mateo lo miró con rabia por primera vez.
—No la maté. ¡No estuve ahí!
Moreno anotó algo en su libreta. No porque necesitara escribirlo, sino para ganar tiempo.
Algo no cuadraba. La víctima, Clara Ballesteros, tenía veinte años, era estudiante de biblioteconomía. Sin enemigos ni relaciones amorosas conocidas. Su muerte no parecía tener un móvil claro, y eso era lo que más le inquietaba.
Dos días después, un nuevo crimen estremeció la ciudad.
Un taxista apareció muerto en las afueras dentro de su vehículo con el mismo modus operandi: golpe en la cabeza con un objeto contundente, sin señales de robo y sin testigos.
Mateo Ríos seguía detenido en la comisaría, por lo que no pudo ser él, imposible que hubiera cometido ese segundo crimen.
El laboratorio confirmó que las huellas en la raqueta que habían encontrado junto al cadáver coincidían exactamente con las de Mateo.
Moreno sintió un escalofrío que le subió por la columna. No era solo inquietud. Era miedo. Algo muy raro estaba ocurriendo.
Consultó por teléfono con un viejo colega forense ya jubilado, especialista en biometría y dactiloscopia.
—¿Puede haber dos personas con las mismas huellas?
La risa fue inmediata.
—Andrés, es más probable que ganes la lotería tres veces seguidas. Las huellas son únicas, incluso en gemelos idénticos.
—¿Y si alguien las copia?
—No con esa precisión. Estamos hablando de poros, crestas, microdetalles. Lo más que se puede hacer es una imitación burda para engañar a un lector digital, pero no a un análisis forense real.
—Entonces dime cómo explico esto —y le envió las fotos del informe por correo electrónico.
—Andrés, hubo un caso en Francia. Un experimento de clonación de cigoto de hace dos décadas que permitió que una mujer diese a luz dos bebés idénticos. El estudio fue clasificado. Nunca se revelaron sus identidades ni se supo qué fue de ellos, pero se sospecha que compartían características genéticas idénticas… incluso sus huellas dactilares.
—¿Me estás diciendo que Mateo Ríos es un clon o el original?
—Sí.
Moreno colgó con una mezcla de incredulidad y urgencia. Comprobó las bases de datos y buscó información sobre sus padres. Encontró una coincidencia que le heló la sangre: una solicitud de adopción en el año 2000.
Por lo visto les ofrecieron dos hermanos, pero solo quisieron adoptar a uno.
Esa noche, Moreno visitó a Mateo en su celda.
—¿Has tenido sueños extraños? ¿Recuerdos que no parecen tuyos?
—¿Qué clase de pregunta es esa?
—Te lo pregunto en serio. ¿Alguna vez has sentido que otra persona está… viviendo tu vida?
Mateo guardó silencio.
—A veces sueño con lugares que no conozco. Con una mujer que de comporta como mi madre pero no lo es. Otras veces me despierto llorando sin saber porqué.
Moreno suspiró.
—Tengo que hacerte una prueba de ADN.
El resultado tardó una semana. Cuando llegó, el laboratorio forense pidió hablar con el detective en persona.
—Esto es imposible. El ADN de Mateo Ríos coincide en un 100% con el de otro individuo que hemos encontrado en el sistema. No con un hermano. No con un pariente. Sino con alguien idéntico.
—¿Con quién?
—Con un paciente psiquiátrico internado hace dos años. Elías Márquez. Lo ingresaron tras un intento de suicidio. Diagnóstico: trastorno disociativo de identidad con episodios de violencia extrema.
Moreno tembló e inmediatamente solicitó una orden de detención.
—¿Quién eres? —preguntó Moreno.
Elías sonrió.
—Soy lo que queda cuando se rompe un espejo. No sé cómo pero soy consciente de que tengo un hermano y de que yo no debería existir.
—¿Fuiste tú quien mató a Clara y al taxista?
—Ellos me miraban como si no fuera humano. Como si no debiera existir.
Moreno sintió lástima.
Mateo fue liberado gracias a la confesión de su hermano.
Pero Moreno no lo olvidó.
Puedes adquirir mi último libro, Historias de borrachos, en Amazon.
Me encontrarás en Instagram como @sinvertock y en Facebook como José Luis Blanco Corral.

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.

Sigue al minuto todas las noticias de Alcorcón. Suscríbete gratis al
Canal de Telegram
Canal de Whatsapp

Sigue toda la actualidad de Alcorcón en alcorconhoy.com