Detiene el tiempo a la hora exacta de un suceso olvidado. Alcorcón Extraño: El reloj parado del Ayuntamiento

El reloj de la torre del antiguo Ayuntamiento de Alcorcón, en pleno casco histórico, llevaba décadas fallando. Cada vez que lo reparaban y lo volvían a poner en marcha, funcionaba unas horas y luego se detenía. Siempre a la misma hora: las 23:17. A la mañana siguiente debían ponerlo de nuevo en hora para que funcionase durante el día.

Nadie trabajaba allí por la noche. Nadie, salvo los técnicos que llevaban intentando arreglar el reloj desde los años ochenta. Ninguno lograba que superase la misma barrera: las 23:17.

Al ser un reloj tan antiguo, histórico, no querían cambiarlo, y para muchos era solo una difícil avería mecánica mal resuelta. Pero para Rubén, periodista del Alcorconhoy en 2018, aquello era algo más que un problema técnico: demasiados años para no haber logrado resolver una avería.

Lo oyó de boca de un archivero municipal mientras preparaba un reportaje sobre edificios históricos del municipio. Le llamó la atención el tono misterioso con el que lo dijo:

—Siempre se detiene a las 23:17. Siempre. Y los que han estado allí a esa hora… dicen que han visto cosas.

—¿Qué cosas?

—Una sombra. Junto a la campana de la torre.

Rubén sonrió: «leyendas de pueblo», pensó. Pero anotó la hora.

De todos modos, movió algunos hilos y consiguió que le dejaran una llave para pasar la siguiente noche del jueves al viernes en el interior del edificio.

Entró solo, con una linterna y una grabadora. El reloj funcionaba bien: marcaba las 22:53. Avanzaba con un tic-tac que sonaba ahogado, como si estuviera cansado de trabajar tantos años.

Se sentó frente al mecanismo y observó cómo el minutero se acercaba al límite de la misteriosa hora en que se paraba.

A las 23:16, el tic-tac se ralentizó y a las 23:17, se detuvo.

El silencio fue absoluto. Luego, una ráfaga de aire helado le rasgó la cara. Sintió un escalofrío, pero se obligó a levantar la vista para mirar hacia la barandilla exterior del campanario.

Allí estaba: una silueta, apenas una sombra más bien, una figura sin rostro aparentemente suspendida a medio metro del tejado. Le pareció que miraba hacia la calle, girando la cabeza como si oteara buscando algo o a alguien. Luego, sin más, desapareció.

Rubén bajó a trompicones. La linterna bailaba en su mano temblorosa. No habló de ello con nadie esa noche, pero al día siguiente revisó los archivos municipales: informes de guerra, actas olvidadas… El antiguo Ayuntamiento había sido usado como puesto de mando durante la Guerra Civil. En un parte militar de 1937, encontró un documento que relataba la ejecución accidental de un civil al que confundieron con un espía. Un soldado que estaba de guardia apostado en el campanario del ayuntamiento, nervioso, disparó sin avisar a un hombre que andaba por la zona y que portaba un bulto sospechoso mientras se acercaba con paso decidido a la puerta del ayuntamiento. La víctima murió exactamente a las 23:17. Su nombre era Julián Castaño, un vecino de Alcorcón, panadero, afín al bando donde le había tocado estar. Resultó que llevaba varios panes para los soldados, algo que hacía por costumbre al finalizar su jornada con los que no vendía en la panadería.

Rubén sintió que el estómago se le encogía, pero volvió una segunda noche, esa vez con una cámara y un trípode.

El reloj volvió a detenerse y la sombra volvió a aparecer, pero esta vez no flotaba, caminaba por el tejado.

Se deslizó por la barandilla, dio un paso hacia el interior… y lo miró. No tenía rostro, pero Rubén sintió, sin duda alguna, que lo observaba. La cámara se cayó a causa de una ráfaga de aire que sonó con un zumbido grave, como el que hace un campo eléctrico y Rubén perdió la conciencia por unos instantes.

Despertó al pie de la escalera de piedra con sangre seca en la nariz y la linterna aún encendida. La cámara no había grabado nada y el reloj marcaba las 23:18.

Y ahora es tu turno, querido lector: ¿has visto pararse el reloj?

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Mi último poemario se titula Evolución. También acabo de publicar un libro de cuentos infantiles: El poder de la fantasía.

 

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