Nuevo columna semanal ficticia sobre misterios ambientados en el municipios. Alcorcón Extraño: El Hospital Hermanos Laguna
El Hospital Hermanos Laguna se inauguró en 1975 como hospital de apoyo, sin quirófano ni urgencias. Llegó a contar con unas setenta y siete camas, unidades coronarias y servicios como farmacia y radiología.
En 1983 pasó a tener mayor protagonismo junto al hospital de Móstoles y en los noventa se planteó su clausura. Finalmente, con la apertura del Hospital Universitario Fundación Alcorcón, en 1997, cerró definitivamente en 1998.
El edificio fue reconvertido por el Ayuntamiento en el Centro Municipal de Mayores Adolfo Suárez, inaugurado en 2015.
Durante la reforma surgieron problemas estructurales que obligaron a aumentar el presupuesto inicial (5,2 millones de euros) en 1,2 millones más para garantizar la seguridad del edificio.
En 1986, un centenar de vecinos, temiendo el cierre del hospital, impidió que un camión se llevara mobiliario de este. Lo calificaron de «desmantelamiento».
Los representantes del INSALUD lo negaron, defendiendo que en realidad se trataba de reformas, no de un desmantelamiento.
En febrero de 1991, los vecinos de los números 6 y 8 de la travesía de Soria se quejaron porque llevaban 16 años sufriendo ruidos y vibraciones provenientes de los motores de los aires acondicionados instalados en el patio trasero del hospital, el cual daba a las viviendas. Parecía que golpeaba la pared de sus casas. Pero es que además, desde hacía una semana, oían quejidos y cómo los enfermos llamaban a las enfermeras.
Una vecina, María Calderón, describió a un periodista lo que ocurría en su casa:
«Las vajillas y otros objetos se mueven por la noche en las estanterías y los cajones se caen de sus mesas debido a las vibraciones, al igual que los cuadros».
¿Qué hizo la dirección del hospital?
La gerente, Vanesa Alonso, recibió a la comisión vecinal, escuchó sus quejas y reconoció las molestias. Tomó nota y se comprometió a aislar acústicamente las máquinas con paneles y pantallas, aunque no garantizó una solución total al problema… Y así fue, aunque dejaron de oír los motores, los quejidos y las voces no cesaron; algo inexplicable, puesto que el nivel de decibelios que tenían era inferior al de los motores, y estos ya no se escuchaban. Tanto los vecinos como el hospital dieron por zanjado el asunto al no saber qué más hacer, y en 1998 El Hermanos Laguna cerró definitivamente sus puertas.
En 2014 se hizo pública la licitación para construir el tan ansiado centro de mayores, y en agosto del mismo año, un grupo de cuatro jóvenes decidió colarse un viernes por la noche en la obra. Fueron armados con linternas, móviles y la estupidez necesaria para convencerse de que eran unos valientes. Quisieron grabar un vídeo para las RRSS con el típico título de Explorando un lugar maldito. Pero lo que encontraron no se lo esperaba ninguno.
Al cruzar la verja oxidada vieron algo imposible: el edificio no estaba en ruinas, sino intacto. Las paredes permanecían en pie y reflejaban la luz de las farolas distantes. Las ventanas, en vez de tapiadas o vacías, dejaban salir luz desde dentro, como si el hospital aún estuviera en funcionamiento.
Al principio pensaron que era una broma o una recreación para una película. Pero no había cámaras, ni cables, ni equipo técnico. Solo el edificio: sólido y extrañamente silencioso.
Decidieron entrar. El vestíbulo olía a desinfectante. Las luces parpadeaban y en el aire flotaba una humedad que se pegaba a la piel. A lo lejos se escuchaban pasos. Al girar un pasillo, se toparon con una enfermera que empujaba una camilla en la que transportaba un cuerpo oculto por una sábana que debía estar muerto. Llevaba un uniforme blanco de manga larga y diseño antiguo. No los miró: pasó entre ellos como si no estuvieran; pero el bulto se movió y dos huesudas manos deslizaron la sábana hacia abajo dejando ver un rostro cadavérico de cuyas hoquedades salían reptando millares de insectos.
Luego, un hombre con bata de médico salió de una sala, los observó con extrañeza y murmuró:
—No deberían estar aquí. Esta zona es exclusiva para personal autorizado.
Uno de los chicos intentó hablar, pero su voz salió ahogada. El doctor volvió a entrar en la sala y cerró la puerta. Fue entonces cuando el grupo se dio cuenta: no había ningún ruido. Solo veían ante sí largos pasillos, luces frías y personas vestidas con ropas antiguas como si aún fuera 1990.
Los pacientes deambulaban en bata por los pasillos, algunos murmurando y otros gritando. Los miraban de reojo como si los reconocieran, como si supieran que ellos no pertenecían allí. Uno se acercó a Carla, la más escéptica del grupo, y le susurró al oído:
—No sois los primeros —y terminó la frase con una esperpéntica y compulsiva carcajada que por unos segundos les paralizó el corazón.
Intentaron salir, pero cada puerta los conducía a otro pasillo del hospital. La entrada había desaparecido. La arquitectura no seguía ninguna lógica. El edificio cambiaba a cada giro, como si el lugar los tragara poco a poco.
Finalmente encontraron una escalera que descendía. Bajaron sin otra opción hasta llegar al sótano. Todo estaba oscuro, excepto una luz tenue que emanaba de una sala con la puerta entreabierta al final de un infinito pasillo. Dentro había un archivo: carpetas con nombres, fotografías antiguas, historiales médicos… Y entre las fichas de los pacientes encontraron las suyas. Las de los cuatro. Con fecha de ingreso: esa misma noche.
Y ahora es tu turno, querido lector: ¿te ha ocurrido a ti o a algún allegado algo extraño en un hospital?
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