Nuevo recopilatorio de relatos de ficción inspirados en localizaciones del municipio. Alcorcón Extraño: El coche misterioso
En Alcorcón, el sol de julio caía a plomo haciendo que salir a la calle a las once de la mañana fuera ya agobiante. La hora punta había pasado y el tráfico era escaso, lo que permitía a los agentes municipales Romero y Márquez patrullar con más calma.
—¿Ves eso, Márquez? —preguntó Romero, señalando un vehículo aparcado en línea en la calle Institutos 4, junto al pinar que hay frente al instituto Ignacio Ellacuría. Tenía la negra carrocería muy sucia y era extraña, de líneas curvas y toda metálica, no plástica como la de los coches actuales, como si hubiese salido de una película de ciencia ficción de los años ochenta. No tenía matrícula visible ni se distinguían la marca ni el modelo.
—Es curioso —murmuró Márquez, ajustándose la gorra—. Vamos a pedir una grúa, está claramente abandonado.
Romero se acercó al vehículo para observarlo con más detenimiento. Márquez le siguió de cerca. Las ruedas parecían flotar a un par de centímetros del suelo, y había símbolos extraños grabados en la chapa del capó, parecían circuitos eléctricos con forma de espiral en lugar de cuadrados o rectangulares.
De pronto, el coche habló.
—¡Oigan! ¡Qué hacen! —exclamó una voz grave y metálica parecida a la del típico robot del cine americano.
Ambos agentes dieron un brinco hacia atrás e instintivamente se llevaron la mano a la pistola.
—¿Qué demonios…? —exclamó Márquez.
—¡No hay ningún cartel visible de prohibición de estacionamiento! —protestó el coche.
Romero parpadeó, sin saber si estaba soñando. Miró alrededor buscando cámaras ocultas o algún bromista escondido.
—¿Quién está hablando? —preguntó, tocando la ventanilla del vehículo con la defensa.
—¡Yo! ¡El coche, papanatas! —respondió la voz indignada—. Y exijo respeto a mi derecho de estacionamiento en un lugar habilitado para ello.
Márquez retrocedió un paso más.
—Debe de ser algún truco —dijo, más para convencerse a sí mismo que a su compañero—. Algún sistema de alarma moderno o una IA de última generación.
Romero sacó la libreta, el bolígrafo y replicó:
—Sistema de alarma o no —dijo en voz alta—, el vehículo no lleva matrícula. Motivo suficiente para sanción y retirada.
El coche chirrió levemente, como si se ofendiera.
—¡Protestó formalmente! ¡No he encontrado el modo de conseguirla y en mi mundo no necesitamos matrículas!
Márquez parpadeó.
—¿Tu mundo?
El coche soltó un sonido que parecía una mezcla entre un bufido y un zumbido eléctrico.
—Vengo de más lejos de lo que sus rudimentarias mentes podrían imaginar. He aterrizado… eh… he aparcado aquí por error. Mis cálculos de coordenadas fallaron.
Romero miró a Márquez frunciendo el ceño.
—¿Estamos ante… un coche extraterrestre?
—O ante un bromista muy bueno —replicó Márquez, aunque su voz temblaba ligeramente.
El coche intentó moverse, pero apenas flotó un par de centímetros adelante y atrás.
—¡Además! —añadió la voz—. Mi unidad de movilidad está dañada. No puedo desplazarme sin asistencia técnica. Y aun así ustedes quieren sancionarme.
¡Es indignante!
Romero, armado de paciencia, pegó la multa en el parabrisas, o lo más parecido que tenía aquel vehículo.
—Vamos a tener que llamar a la grúa —explicó profesionalmente—. Y créeme, eso será mucho peor que una simple multa.
El coche emitió un largo y dramático pitido electrónico, como un gemido.
—¡¿Cómo pueden tratar así a un embajador interplanetario?! ¡Esto es un acto de hostilidad!
Márquez, nervioso, susurró:
—¿Y si realmente es un embajador…? ¿Y si nos metemos en un lío diplomático galáctico?
Romero puso los ojos en blanco.
—Mira, Márquez. Sea un coche parlante, un experimento militar fallido o un turista de Alfa Centauri, la ley es la ley en Alcorcón. Y no tiene matrícula.
El coche pareció resignarse y apoyó las ruedas en el suelo como quien agacha la cabeza.
—¿Al menos podrían ayudarme a contactar con mi servicio técnico de origen? —pidió en tono más humilde.
Romero y Márquez se miraron.
—¿Tienes algún número de contacto? —preguntó Romero, medio en broma.
El vehículo proyectó de repente una imagen holográfica en el aire: una secuencia de números y símbolos desconocidos que giraban en espiral.
Márquez suspiró.
—No creo que podamos localizarlo en Google.
Romero se rascó la cabeza.
—Llamaremos al depósito municipal —decidió—. Que lo recojan, lo guarden y… que los de tráfico se encarguen.
Mientras Márquez avisaba por radio, el coche murmuraba cosas incomprensibles en su idioma mecánico. Parecía muy ofendido.
Unos minutos más tarde llegó la grúa. El operario, un tipo curtido, se quedó boquiabierto al ver el extraño vehículo.
—¿De dónde habéis sacado esto? —preguntó.
—Es una larga historia —respondió Romero ayudándole a colocar las cadenas.
El coche, mientras lo levantaban, emitió un último mensaje:
—¡Recuerden este día! ¡Cuando los servidores del orden trataron a un viajero estelar como un vulgar infractor de tráfico!
Romero alzó una ceja.
—¿Crees que volverá? —preguntó Márquez mientras el extraño vehículo desaparecía en la distancia calle arriba.
—Espero que no nos invadan —bromeó Romero.
Ambos se quedaron unos segundos en silencio, bajo el sol inmisericorde de Alcorcón, preguntándose si todo aquello había sido real… o si tal vez el calor les había jugado una mala pasada. De repente, estallaron en risas.
Pero ahí, en su talonario, quedó la prueba de aquel extraño suceso: multa número 1745.
«Vehículo sin matrícula y parlante de modelo no identificado».
Puedes adquirir mi último libro, Historias de borrachos, en Amazon.
Me encontrarás en Instagram como @sinvertock, en Facebook como José Luis Blanco Corral y en iVoox como El contador de historias.
*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.
Sigue al minuto todas las noticias de Alcorcón. Suscríbete gratis al
Canal de Telegram
Canal de Whatsapp
Sigue toda la actualidad de Alcorcón en alcorconhoy.com