Nuevo texto de Orgulloso de Alcorcón en el hablamos del edificio más emblemático de la ciudad. Los Castillos. Pongamos que hablo de Alcorcón
*Texto adaptado del decimoséptimo número del periódico impreso de alcorconhoy.com, correspondiente a junio de 2024. Para leer el periódico completo, puedes hacerlo haciendo clic aquí.
Era un día de otoño, probablemente como este noviembre que ahora vivimos, pero hace más de cuatro décadas. Apenas tenía 12 años y los Castillos de Valderas, en Alcorcón, eran nuestro refugio, nuestro pequeño mundo de aventuras. Allí, entre sus muros cargados de historia y un campo de tierra que servía como improvisado estadio de fútbol, pasábamos tardes enteras jugando y soñando.
La foto que comparto con vosotros es de aquellos días. Nos muestra a un grupo de niños en medio de un partido improvisado. Al fondo, se levanta majestuoso el Castillo principal, con su torreón que parecía custodiar nuestros secretos infantiles. Yo recuerdo cómo mi mejor amigo, Rafa, siempre decía que algún día viviríamos en uno de esos castillos. “Seremos los reyes de Valderas”, decía entre risas, mientras corría tras el balón.
Por entonces, los castillos estaban deshabitados y medio en ruinas. El tiempo había dejado cicatrices en sus piedras, pero para nosotros eran palacios llenos de misterio. En más de una ocasión, nos colábamos dentro con un saco de patatas y algo de leña. Montábamos un pequeño fuego en alguna de las estancias y asábamos patatas como si fuéramos exploradores en medio de un bosque encantado. Siempre acabábamos tiznados de hollín y con las manos heladas, pero felices.
Recuerdo que el suelo del campo de fútbol estaba lleno de piedras, pero eso no nos detenía. No teníamos porterías reglamentarias, sino unas hechas con dos palos, y el “Mikasa” era tan viejo que apenas botaba. Aun así, esas tardes eran perfectas. Los Castillos eran nuestro hogar fuera de casa, un lugar donde los problemas no existían y la imaginación volaba alto.
Hoy, los Castillos de Valderas se han convertido en un símbolo de Alcorcón. Los miro ahora con nostalgia, agradecido de haber crecido en un lugar tan lleno de historia y magia. A veces, paso por allí y sonrío, imaginando que aún escucho el eco de nuestros gritos y risas infantiles. Porque, aunque el tiempo pase, esos recuerdos quedan para siempre.
Imagen cortesía de la Asociación San José de Valderas
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