La residencia Edén de Alcorcón. Capítulo 8: El concurso de talentos

La residencia Edén de Alcorcón. Capítulo 8: El concurso de talentos.

Nuevas aventuras en el asilo mas conocido del municipio. La residencia Edén de Alcorcón. Capítulo 8: El concurso de talentos.

Una tarde, mientras el tímido sol de otoño se colaba por las ventanas de la residencia Edén, llegó un nuevo compañero a la residencia. Se llamaba Anselmo, y Don Pepe, Doña Amalia y Don Paco, no tardaron en recibirlo como solían hacer con todos los recién llegados, algo que a ellos les hubiera gustado que les hicieran cuando arribaron a la residencia. Anselmo, por su mirada, estaba muy nervioso y desorientado, pero al verse tan arropado, pronto se relajó y fue con sus nuevos amigos al comedor para merendar.

Al rato, Doña Margarita, nuestra incansable y empática directora, tuvo una nueva idea para animar la vida en la residencia. Ya que todos se habían divertido tanto en la fiesta de disfraces, se le había ocurrido organizar un concurso de talentos.

—Queridos residentes —anunció Doña Margarita en el comedor, mientras todos disfrutaban de la merienda—, he ido descubriendo que en esta residencia hay mucha creatividad y talento oculto. Así que, ¿qué les parece si organizamos un concurso de talentos? Será una oportunidad para mostrar lo que saben hacer, sea lo que sea, y divertirnos todos juntos.

Los residentes la miraron con curiosidad, algunos con sonrisas intrigadas, otros con gestos de duda.

—¿Un concurso de talentos? —Repitió Don Ernesto, arqueando una ceja—. Hace años que no hago algo así, pero podría intentarlo.

—Yo no sé si tengo algún talento, —dijo Doña Carmen, encogiéndose de hombros—, pero suena divertido.

—Todos tenemos un talento —intervino Doña Margarita, con una gran sonrisa—, no importa si es cantar, contar chistes, hacer trucos de magia o cualquier otra cosa. Lo importante es participar y pasarlo bien.

Poco a poco, la idea fue tomando fuerza entre los residentes. Algunos comenzaron a recordar viejas habilidades, mientras que otros se dieron cuenta de que tenían talentos que nunca habían mostrado. La expectativa creció durante los días previos al concurso, con rumores sobre quién participaría y qué harían.

Finalmente, la tarde del concurso llegó. Se colocaron las sillas en el salón principal, se decoró con guirnaldas y luces, y un pequeño escenario fue montado en un extremo con un micrófono en el centro. Los residentes llegaron puntuales, algunos con más nervios que otros, pero todos ansiosos por ver qué sorpresas traería la tarde.

Doña Margarita, que hacía de presentadora, se acercó al micrófono con una sonrisa radiante. Vestida con un elegante traje negro y una flor en el cabello, parecía una estrella de televisión lista para dar inicio al espectáculo.

—¡Bienvenidos todos al primer concurso de talentos de la residencia Edén! —Exclamó, recibiendo una ronda de aplausos—. Estoy ansiosa por ver lo que nuestros queridos residentes van a mostrarnos esta noche. Recuerden, esto es todo en nombre de la diversión, así que siéntanse libres de animar, aplaudir y reírse mucho. ¡Vamos a comenzar!

El primer participante fue Don Paco, quien había decidido desempolvar su vieja guitarra. Vestido con una camisa de cuadros y un sombrero de vaquero, se sentó en una silla frente al micro y, tras un momento de afinación, comenzó a tocar una melodía de country. Su voz, aunque algo ronca por los años, aún conservaba un tono cálido que hizo que todos los presentes comenzaran a moverse al ritmo.

—¡Bravo, Don Paco! —Gritaron desde el público, mientras él terminaba su canción con un rasgueo final y una reverencia.

El siguiente en subir al escenario fue Don Pepe, conocido por su humor mordaz. Con un traje a rayas y un bastón que utilizaba para gesticular, comenzó a contar una serie de chistes que provocaron carcajadas incontrolables entre los residentes. Su especialidad eran los chistes sobre la vida en la residencia y abordaba desde las dificultades para recordar dónde se había dejado el bastón, el pipí que se le escapaba en los peores momentos, como le sucedió al gritar gol en un partido de la selección española, hasta las inevitables visitas de sus nietos, que llegaban llenos de energía y una vez, mientras se peleaban, empujaron a la enfermera Rosi sin querer. Esta llevaba la bandeja con las medicaciones, que terminaron rodando por el suelo. El niño más pequeño se metió una de las pastillas en la boca antes de que nadie pudiera evitarlo y, al rato, se quedó profundamente dormido en la cama de su abuelo.

Dicen que la memoria es lo primero que se va —bromeó Don Pepe—, pero yo digo que son las magdalenas que me dejan todos los días en la mesa del comedor. ¡Nunca las encuentro a tiempo! Alguien se las agencia antes de que me las coma. ¿Verdad, Paco?

El aludido, en un vago intento por aguantarse la risa, se atragantó con una patata frita que al fin expulsó entre toses por la nariz.  Los aplausos y las risas llenaron el salón y Don Pepe dejó el escenario con una sonrisa de oreja a oreja, claramente satisfecho con su actuación.

Después, Doña Carmen se acercó al micrófono. Había decidido mostrar su talento oculto para declamar poesía. Con un libro en la mano, comenzó a recitar un poema que había escrito Don Ernesto hacía años, el cual la miraba con evidente orgullo. Su voz era suave y melódica, transportó a todos a una época pasada y evocó imágenes de campos dorados, cielos azules y tardes de verano.

El silencio que siguió a su recital fue roto por un aplauso fuerte y sincero de Doña Margarita, que emocionada, tenía sendos regueros de lágrimas en los ojos, pues los poemas le recordaron el pueblo donde se crió y a su fallecido padre. Doña Carmen hizo una pequeña reverencia antes de bajar del escenario y le llegó el turno a Doña Luisa, que había decidido hacer algo completamente inesperado: ¡una rutina de malabares! Con tres pelotas de colores en las manos, comenzó a lanzarlas al aire con sorprendente habilidad, haciendo figuras y trucos que dejaron a todos boquiabiertos. Aunque al principio parecía nerviosa, pronto se relajó y comenzó a jugar con el ritmo de la música que habían puesto, hasta que terminó su actuación con un lanzamiento alto y una recepción perfecta.

El público se levantó para aplaudirla, impresionado por su talento.

—¡Eso sí que no me lo esperaba! exclamó Don Pepe, aún aplaudiendo mientras Doña Luisa bajaba del escenario con una sonrisa triunfal.

El concurso continuó con una variedad de talentos sorprendentes: Doña Teresa hizo una demostración de origami, creando pequeñas figuras de papel con asombrosa velocidad y precisión; Don Antonio sorprendió a todos con su habilidad para imitar sonidos de animales, desde el ladrido de un perro hasta el canto de un gallo; y Doña Mercedes, cantó una antigua canción de amor con una voz dulce que hizo suspirar a más de uno.

Pero la verdadera sorpresa de la noche fue Don Anselmo, quien había guardado su talento en secreto hasta el último momento. Cuando subió al escenario, todos esperaban que cantara o contara alguna anécdota, pero en cambio, sacó de una bolsa un par de pequeñas gubias, un mazo y un bloque de madera. Sin decir una palabra, comenzó a tallar el bloque con destreza, y en cuestión de cinco minutos, había creado una pequeña figura de un pájaro, tan detallada y delicada que parecía cobrar vida en sus manos.

El salón estalló en aplausos y vítores.

—¡Eso fue increíble, Don Anselmo! —Gritó Doña Margarita, mientras él levantaba la figura tallada para que todos la vieran.

—Solo es algo que he hecho durante muchos años como hobby —dijo Don Anselmo modestamente; pero su rostro mostraba lo orgulloso que estaba.

Finalmente, la noche llegó a su fin, y Doña Margarita subió al escenario una vez más para agradecer a todos su participación.

—Quiero decirles que estoy impresionada y conmovida por los talentos que hemos visto esta noche —dijo con sinceridad—, cada uno de ustedes ha mostrado algo especial, y todos son ganadores por haber compartido esta tarde juntos.

Los residentes, aunque cansados, estaban contentos. Habían revelado partes de sí mismos que habían olvidado o quizás ni siquiera sabían que existían, y lo habían hecho en un ambiente de apoyo y camaradería.

Cuando todos se retiraron a sus habitaciones, aún comentando las sorpresas de la noche, la residencia Edén  se llenó otra vez de una agradable sensación de comunidad. El respeto y la admiración entre los residentes se habían fortalecido, y la certeza de que, a pesar de la edad, siempre había algo nuevo que descubrir sobre uno mismo y sobre los demás.

Autor de: Relatos del Más Allá (Amazon), Cuando no quedan lágrimas (Amazon), Vidas anodinas (Suseya), Poemas para pasear (Amazon), Relatos del día a día (Amazon), Cuentos para educar (Nexo), Meditación para niños (Amazon) y próximamente el poemario Muy Personal (Loto Azul).

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