La Residencia Edén de Alcorcón. Capítulo 3: La Competencia de Baile

La Residencia Edén de Alcorcón. Capítulo 3: La Competencia de Baile

Nueva entrega de aventuras de los personajes de este asilo. La Residencia Edén de Alcorcón. Capítulo 3: La Competencia de Baile

La residencia Edén había recuperado su tranquila rutina tras la memorable «fuga» nocturna, pero el espíritu rebelde y juguetón de los residentes estaba más vivo que nunca. La directora, Doña Margarita, en un intento de canalizar toda esa energía y mantener a todos entretenidos, decidió organizar una actividad especial que nunca antes se había hecho en la residencia: una competencia de baile.

La idea surgió durante una de las reuniones semanales con los residentes, en la que la directora les pidió sugerencias para nuevas actividades. Fue Doña Luisa quien, recordando sus años dorados en las pistas de baile, propuso la competencia.

—¿Por qué no organizamos un concurso de baile? Todos sabemos algún paso y estoy segura de que podríamos divertirnos mucho —dijo con una sonrisa que la hizo rejuvenecer de golpe unos veinte años.

La sugerencia fue recibida con entusiasmo, especialmente por aquellos que aún conservaban el ritmo en la sangre. Incluso Don Ramón, conocido por su seriedad, mostró interés, lo cual sorprendió a más de uno. No cabía duda, una competencia de baile era justo lo que necesitaban para sacudir la monotonía y animar el ambiente.

Los preparativos comenzaron de inmediato. Se decidió que la competencia tendría lugar en el gran salón, una amplia sala común que se utilizaba para las reuniones y eventos importantes. Las enfermeras se encargaron de decorar el lugar con luces de colores, guirnaldas y un gran cartel en el que se leía: «Gran Competencia de Baile de la residencia Edén». La emoción crecía con cada día que pasaba y pronto no se hablaba de otra cosa en la residencia.

Cada participante dispuso de una semana para escoger su canción favorita y practicar. La previsible variedad de estilos prometía un espectáculo inolvidable.

El día de la competencia todos estaban muy excitados. Los participantes se habían preparado con esmero, desempolvando viejas prendas de baile que tuvieron que traerles sus hijos y ensayando sus movimientos frente a los espejos de sus habitaciones. Incluso hubo quien pidió ayuda a los nietos para aprender algunos pasos nuevos, demostrando que nunca es tarde para aprender.

A las seis de la tarde, el gran salón estaba repleto. Los residentes que no participaban habían venido a animar a sus amigos, algunos familiares también habían acudido a tan especial cita y el personal del hogar también se había reunido para disfrutar del espectáculo. El jurado, compuesto por la directora Doña Margarita y dos enfermeras, estaba preparado para evaluar no solo la técnica, sino también el estilo y la creatividad.

El evento comenzó con un discurso de Doña Margarita, a quien se veía especialmente emocionada.

«Queridos residentes, hoy celebramos no solo una competencia de baile, sino también la vitalidad, la alegría y el espíritu que todos ustedes aportan a este hogar. Que gane el mejor, ¡pero sobre todo, que se diviertan!»

Los aplausos resonaron por toda la sala y pronto el primer participante tomó la pista. Fue Don Ernesto, el poeta, quien acompañado de su hija, sorprendió a todos con un pasodoble lleno de gracia. Aunque su frágil cuerpo parecía limitado al principio, pronto demostró que llevaba el ritmo en la sangre. Con giros elegantes y movimientos precisos, Don Ernesto se ganó una ovación de pie al finalizar su número.

Le siguieron Doña Rosario y Don Antonio, quienes decidieron hacer una presentación en pareja. Bailaron un contagioso swing, con pasos que recordaban a los viejos tiempos de los clubes nocturnos. Doña Rosario, con su vestido de lunares y su actitud jovial, robó la atención del público, mientras Don Antonio mostraba que aún tenía la energía de un joven en sus piernas. Los dos se movían con tal coordinación y alegría que más de uno en la sala comenzó a chasquear los dedos y a seguir el ritmo con los pies.

Cuando fue el turno de Doña Carmen, todos esperaban un número elegante y sobrio, fiel a su personalidad. Pero ella tenía otra cosa en mente. Con una sonrisa misteriosa, se dirigió al centro de la pista mientras empezaba a sonar la famosa canción La Cumparsita, un tango que solía bailar con su difunto esposo. Sin embargo, después de unos compases iniciales adaptados para bailar en solitario, algo muy difícil pero necesario, porque nadie sabía bailarlo para acompañarla, la música cambió abruptamente a un remix moderno del tango, con ritmos electrónicos y un compás acelerado. Doña Carmen, se adaptó de inmediato y sorprendió a todos con un tango-fusión lleno de energía. Sus movimientos eran precisos, apasionados y, sobre todo, inesperados. Al finalizar, recibió una lluvia de aplausos y gritos de ánimo.

La competencia se acercaba a su clímax cuando Doña Luisa, la impulsora de la idea, tomó la pista. Eligió una rumba, su género favorito, y en cuanto la música comenzó, su cuerpo se convirtió en un torbellino de movimiento. A pesar de su pequeña estatura, sus pasos eran firmes y llenos de gracia. Se movía con una soltura que desafiaba su edad y pronto los presentes comenzaron a aplaudir al ritmo de la música. Doña Luisa, con una sonrisa radiante, terminó su presentación con un elegante gesto, dejando a todos boquiabiertos.

Pero el gran espectáculo de la noche llegó cuando Don Ramón, el más reservado del grupo, sorprendió a todos con una entrada que nadie esperaba. Vestido con una chaqueta de cuero y gafas de sol, se plantó en la pista mientras sonaban los primeros acordes de Jailhouse Rock de Elvis Presley. Los presentes no podían creerlo. Don Ramón, serio y formal, comenzó a moverse al ritmo del rock and roll, moviendo las caderas y agitando los brazos con una energía que parecía sacada de su juventud.

En uno de los golpes de cadera, perdió el equilibrio y se cayó al suelo. Se hizo un silencio expectante y, ante el asombro de todos, con la ayuda de una enfermera, Don Ramón se incorporó de nuevo y siguió bailando como si nada hubiera pasado.

La audiencia estalló en carcajadas y aplausos, sin poder contener la alegría de ver a Don Ramón, el imperturbable, convertirse en una estrella del rock por una noche.

Al final de la competencia, la directora y las enfermeras del jurado deliberaron mientras los participantes esperaban ansiosos. Pero todos sabían que esa noche, más que una competencia, había sido una celebración de la vida, de la alegría y de la vitalidad que no conoce límites de edad. Todos olvidaron sus achaques y limitaciones dando lo mejor de sí y demostraron cómo la alegría nos hace bellos. Cual una hermosa flor al sol, que si este desaparece de nada le sirve su hermosura, las personas necesitamos ilusión para sacar lo mejor de nosotros mismos.

Finalmente, Doña Margarita tomó el micrófono para anunciar a los ganadores:

—Después de mucho deliberar, hemos decidido que, aunque todos ustedes han sido increíbles, el primer lugar se lo lleva… ¡Don Ramón, por su sorprendente actuación de rock and roll!

Los aplausos y vítores llenaron el salón mientras Don Ramón, con una sonrisa modesta, subía al escenario a recibir su premio: una corona dorada hecha de cartulina, un trofeo que representaba una zapatilla de baile y un vale de comedor para un postre especial que le apeteciese. Al recibirlo, hizo una pequeña reverencia, arrancando una última ovación del público.

Pero Doña Margarita no había terminado:

—Y como todos han demostrado ser auténticos campeones, hemos decidido otorgar un premio especial a cada uno de ustedes, porque esta noche no solo han bailado, sino que nos han enseñado que la juventud también se encuentra en el corazón.

Cada participante recibió una medalla y la noche concluyó con todos los presentes bailando juntos en la pista. No importaba si eran movimientos elegantes, torpes o simplemente divertidos; lo único que importaba era la felicidad que compartían todos.

Esa noche, en la residencia Edén, la música y la risa resonaron hasta bien entrada la madrugada. A más de un abuelo se le olvidó tomar su pastilla, pero esa noche la alegría cuidó de la salud de todos. Los residentes, que horas antes habían competido con sus mejores movimientos, ahora se abrazaban y reían juntos, conscientes de que habían vivido una de las noches más memorables de sus vidas. Y mientras las luces de colores seguían parpadeando y las notas musicales llenaban el aire, todos se sintieron, al menos por esa noche, jóvenes de nuevo.

Jose Luis Blanco Corral @sinvertock es autor de Cuando no quedan lágrimas (Amazon), Vidas Anodinas (en tu librería), poemas para pasear (Amazon) y Relatos del día a día (preventa en lanzanos.com)

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