Historias de mi pueblo: Carlos Rodríguez Gaitán

Carlos Rodríguez Gaitán

Historias de mi pueblo: Carlos Rodríguez Gaitán
Entrevista coloquio sobre Ocio y Fiestas del 20/02/2017

1.- Muchas eran las fiestas populares que se celebraban en Alcorcón, pero las patronales se esperaban de manera especial, las primeras en llegar las del Santito, qué recuerdos tenéis de aquella época, ¿cómo lo celebrabais?

Para no empezar ya alargándome desde el principio,  haré una simple mención de las fiestas más genuinamente alcorconeras, citándolas por orden de calendario: Santo Domingo y Santo Dominguín, (primer martes-miércoles después de Semana Santa), El Cristo de las Lluvias (tercer domingo de agosto y que procesiona con Santa María la Blanca), El Cristo de la Buena Muerte (último domingo de agosto y al que conocemos también como EL Cristito), y las fiestas patronales en honor de la Virgen de los Remedios (a partir del 7 de setiembre)

Antes de seguir respondiendo me gustaría aclarar que lo que aquí vaya a decir es solo fruto de mis recuerdos, mis opiniones y mi versión personal de la historia de Alcorcón que yo he vivido, y en lo que podré coincidir o no con los que aquí estamos, lo cual es hasta bueno, diría yo, pues distintos puntos de vista pueden ser, a mi modo de ver, una forma de enriquecer  nuestra historia.

Respondiendo a tu pregunta sobre  la fiesta del Santito, mis recuerdos se remontan, por situarnos, al año 1955, 1956, cuando yo tenía 9 o 10 años, siendo estos recuerdos,  la gran limonada que se repartía en el Ayuntamiento, y que hasta a los niños nos dejaban probar, solo probar, y los juegos que organizaban ese día de fiesta, donde no teníamos escuela, como las carreras de saco, la cucaña y sobre todo la piñata, con las imágenes de los pucheros en alto, colgando de una gran cuerda, y alguien con los ojos vendados, dando palos de ciego y nunca mejor dicho, hasta que conseguía  romperlos, y como en algunos de ellos ponían harina con perrillas, los chicos nos abalanzábamos y peleábamos por recogerlas,  poniéndonos blancos con el polvo de la harina, en otros metían ratones  e incluso limonada que también te ponía guapo.

2.- Siempre fue el Santito de las mujeres ¿es cierto aquello de que los hombres no iban a la procesión ni siquiera, porque estaban celebrando el día del santo en los bares?

Es verdad que los hombres eran más amigos de visitar otros templos diferentes a la Iglesia. Por otra parte hay que tener en cuenta que la fiesta se celebraba en días laborables, primer martes-miércoles después de Semana Santa, y que  sobre todo, ya avanzados los años 60, muchísimos trabajábamos fuera de Alcorcón, llegando  tarde para asistir a la procesión, aunque, eso sí,  a tiempo para echarnos unos bailes en la plaza. Es cierto que la mujer empezaba ya a trabajar fuera de casa, al igual que los hombres, pero la incorporación al trabajo de éstas se produjo más lentamente, por lo que siempre había más mujeres que hombres durante el día, y ello se notaba aún más en la asistencia a las funciones religiosas.

Hay que tener en cuenta también que no existía entonces la Hermandad de Santo Domingo y Santo Dominguín, por lo que no había hermanos que se sintieran empujados a acompañar al Santo, y que cuando ésta llegó a constituirse lo hicieron muchas más  mujeres que hombres. Sobre esto último podríamos argumentar lo siguiente: En Alcorcón venían existiendo las Hermandades  de los Cristos y de la Virgen, que de siempre eran Hermandades de hombres, de tal forma que si alguna mujer quería inscribirse en alguna de ellas, solo se le permitía si se inscribía junto con ella un hombre, su hermano, su sobrino, su tío, etc., y para el Santito debieron decirse las mujeres “ahora nos vamos a vengar nosotras”, “este santito va a ser nuestro, y aquí los hombres van a pintar poco”.

Si puedo aún extenderme algo, me gustaría comentar lo que yo escuché sobre el origen de esta fiesta, y es que se cuenta que en Alcorcón vivía un matrimonio con ciertos  recursos económicos, que murieron sin descendencia, y decidieron donar todo su patrimonio al pueblo, a condición de que se celebrara todos los años una fiesta en honor de Santo Domingo. Al parecer este matrimonio procedía de la Rioja.

3.- Al llegar el mes de junio, si de junio, en Alcorcón se celebraba el Mayo de los quintos. ¿Por qué un mes más tarde? ¿En qué consistía?

No siempre era en  el mes de junio. La fiesta de los mayos tiene una larga tradición no solo en España sino en toda Europa. En muchísimos lugares, la mayoría, se ponía el árbol al iniciarse el mes de mayo, pero en Alcorcón el mayo siempre lo poníamos la víspera del Corpus, es decir siempre en miércoles por la noche. El Corpus es una fiesta variable que tiene que ver con las fechas en qué cae la Semana Santa cada año, y en alguna ocasión, las menos, el jueves del Corpus podía caer en el mes de mayo.

Eran los quintos de cada año los que se ocupaban de conseguir el árbol y de plantarlo, eso sí contaban con la colaboración de todos los jóvenes y menos jóvenes del pueblo. Recuerdo al camión del Boni, al caer la tarde,  trayendo el mayo desde alguna finca de la zona (p.e.“la cepilla” que se encontraba por la zona de Quijorna, Navagalamella), cargado hasta arriba con todas las ramas que podían transportar. En alguno de los últimos años el árbol se cortó en la Arboleda de nuestro pueblo, concretamente, al menos, el mayo de 1969, que fue el de la quinta de mi hermano Miguel.

En primer lugar se cavaba un  hoyo bien  profundo donde enterrar la base del mayo –siempre había algún experto que encontraba la huella del hoyo del año anterior- mientras otros se ocupaban de atar, como a poco más de  media altura del mayo, las maromas de las que tirar para levantarlo, y aquí llegaba el momento especial y crítico de toda la operación, y donde todos participábamos agarrándonos a una de las cuerdas para tirar al son que marcara el organizador experto, que tenía un papel esencial: se colocaba el mayo  orientando la base del mismo hacia  la boca del hoyo y se iniciaba con suma precaución el levantamiento, tirando de las cuerdas, y  acompasando el esfuerzo de los distintos grupos, para que no se tirara más de un lado que de otro, pues de  lo contrario podría hacer que se venciera el mayo para un lado u otro. Una vez ya levantado totalmente se apuntalaba bien, rellenando el hoyo con la tierra y se apisonaba fuertemente, y las cuerdas, a modo de tirantes se sujetaban a distintas ventanas separadas del Ayuntamiento y otra a la fuente, de tal forma que se impidiera, por cualquier circunstancia, que el mayo cayera para uno u otro lado.

Creo que fue en el año 1968 que una vez ya levantado y metido en el hoyo, antes de apuntalarlo en condiciones, el mayo se cayó sobre el tendido eléctrico, dejando sin luz al pueblo durante algunas horas, haciéndose necesaria la intervención del electricista del pueblo, Agustín Cruceta, una persona muy respetada y querida por todos, que tras varias horas pudo arreglar el desaguisado.

Lo principal estaba hecho y los más adultos, por lo general, se iban a casa a descansar, quedando la noche y su madrugada para los quintos y la gente joven, y muchos de ellos se aprestaban ya a poner sus ramas en la ventana de la chica de sus sueños. Podía ocurrir, aun cuando afortunadamente no se diera frecuentemente, que para aquella ventana hubiera más de un pretendiente y el segundo intentara quitar las ramas que había dejado el primero, o poner él más ramas, en fin que podía haber conflicto…, así que a veces se tenían que quedar rondando la ventana de su amada toda la madrugada.

Las ramas más grandes se reservaban para la ornamentación de algunos tramos de calle por donde al día siguiente, día del Corpus, pasaría la procesión con los niños vestidos de comunión  acompañando a la custodia del Santísimo, formándose con estas ramas como una especie de arcos por debajo de los cuales transcurriría dicha procesión.

Con las primeras luces  los mozos se recogían, amaneciendo  un radiante día del Corpus, donde lucía erguido el mayo en medio de la plaza y los arcos de ramas ponían una nota de colorido festivo

– Durante toda la noche y hasta clarear el día, no faltaban las botas de vino  pasando de mano en mano.

4.- ¿Sabemos más o menos cuándo llega a desaparecer esta fiesta?

-El último año que se puso el mayo tuvo que ser en 1970, que correspondió, entre otros,  a la quinta de Manolo, el hijo de la Mari del Moreno y de Manolo Blanco.

5.- Y nada más pasar el verano las fiestas de nuestra patrona, ¿qué recuerdos tenéis de entonces? ¿cuánto duraban las fiestas?

Hacia mediados de los años 50 las fiestas venían durando 4 días (7, 8, 9 y 10 de setiembre)

Antes de nada, me gustaría decir que no quisiera que nadie se me molestara diciéndome “hablas de las fiestas de la Virgen y no dices nada de los Cristos. A ver, tenemos el tiempo que tenemos y además podríamos estar de acuerdo en que lo que serían los aspectos más importantes de las celebraciones-los actos religiosos y los bailes-son más o menos similares en  las tres fiestas, de los Cristos y la Virgen, así que vamos a centrarnos en las fiestas patronales de setiembre, haciendo una reseña de aquellos cuatro días que duraban las fiestas de setiembre, y resaltando  determinados aspectos que nos servirán, a una buena parte de los que aquí estamos, a traer algunos recuerdos que seguramente mantenemos vivos en nuestra memoria.

Sin menoscabo de las fiestas de los Cristos, digamos que en aquel entonces las fiestas de setiembre eran el acontecimiento más esperado del año para buena parte de alcorconeros, y donde las familias tiraban la casa por la ventana ya antes incluso de que las fiestas dieran comienzo, y donde quien más quien menos aprovechaba para estrenar sus nuevos vestidos.

Aun cuando las fiestas empezaban el día 7, ya desde algunas semanas antes respirábamos el aire de las mismas, con el comienzo de las actividades  del montaje de la plaza de toros, competencia, en aquellos años, del tío Matías, persona muy popular y querida en el pueblo, quien se ocupaba además de la puerta de toriles los días de los toros.

El día 7 “La Víspera”

Sobre el mediodía del día 7 llegaban los músicos, en el autobús que les dejaba en la carretera, donde les recibíamos toda la chiquillería, “vamos a buscar a los músicos” nos decíamos, y  hacían su entrada en el pueblo interpretando pasodobles, seguidos de todos los niños. Cada músico era después acogido por un miembro de la Hermandad, el cual habría de ocuparse de darle comida y alojamiento, en su propia casa, durante los cuatro días que duraban las  fiestas, siendo lo habitual que se le dispensara la mejor pieza de la casa, a veces la propia alcoba del matrimonio. Al hilo de esto último, existe una historia alcorconera que cuenta como un hermano, un día de la fiesta se pasó celebrándolas,  y regresaba a casa, a primera hora de la tarde, bastante cargadito, así que al llegar a su casa se fue derechito (es un decir) a su alcoba que se encontraba medio  en penumbra, pues estaba el músico echándose la siesta. Al llegar se echó de bruces en la cama, y creyendo que quien estaba allí tumbada era su mujer…, y hasta ahí puedo contar.

“La subida de la Virgen” en su carroza, desde la Ermita a la Iglesia, se iniciaba al caer la tarde y finalizaba ya de noche cerrada. Antes la banda de música había ido recogiendo al hermano mayor de la Virgen, al alcalde y demás autoridades, a los que finalmente se sumaban el cura y sus monaguillos. Todo el pueblo se encontraba  ya agolpado en la calle La Iglesia y sobre todo en las puertas de la Ermita para saludar a su virgen.

Sobre las 11 de la noche daba comienzo el baile en la plaza, los músicos sobre un tablado, al lado de la puerta del Ayuntamiento, y delante todo el pueblo que asistía al baile y que no ocupaba más de media plaza, desde la fuente hasta el Ayuntamiento, lo que nos puede dar una idea de los vecinos que había entonces.

A las 12  de la noche LA PÓLVORA, con la quema de unos pocos “castillos” que se colocaban rodeando la plaza por el interior de la empalizada de los toros. Como no éramos tantos, nos podíamos ir desplazando de un castillo a otro sin problema, a medida que se iban encendiendo, y los más atrevidos meterse por debajo y dar vueltas a su alrededor. Los últimos castillos que se quemaban eran siempre los tres que ponían delante de la casa del tío Valentín, que eran como dos ruedas o carretillas que daban vueltas, los dos de los lados, y otro más alto en el centro, donde aparecía al final el cuadro de la Virgen de los Remedios. Y así finalizaba la pólvora.

Continuaba luego el baile hasta las 3 o más de la madrugada,  que  finalizaba siempre con la jota, con la que los músicos nos despedían hasta el día siguiente.

El día 8, “La Virgen”:

La verdad es que los músicos se ganaban bien el sustento, y aun cuando el día antes habían estado tocando hasta altas horas, a la mañana siguiente ya estaban despertándonos con la diana.

Luego la misa solemne de las 12, y al finalizar ésta un poco de baile en la plaza, antes de desplazarse los hermanos y familiares de la Hermandad al salón del baile, para compartir unos aperitivos, el reparto de las bolsas de almendras para todos los hermanos y celebrar las subastas.

No mucho más allá de las 8 de la tarde se iniciaba la procesión de la Virgen en su carroza, saliendo de la Iglesia, recorriendo las calles del pueblo, y acompañándola hasta su ermita donde permanecería hasta el año siguiente, despidiéndola todo el pueblo con la “Salve Regina”.

Un recuerdo que tengo de la Iglesia: El olor  que producían  los ramilletes de hojas, no sé bien si era tomillo, que estaban esparcidos por todo el piso.

Un inciso: No es mi intención hacer un relato exhaustivo de las actividades de cada día, y es por ello que he pasado de puntillas por todo lo concerniente a los actos religiosos en honor de Nª. Sª. de los Remedios. Tengo entendido que se está pensando en dedicar un próximo encuentro, para tratar monográficamente el tema de las Hermandades de nuestros santos, y será allí donde se tratará, seguramente con mayor amplitud, todo lo concerniente a los actos religiosos en su honor. Soy consciente del caudal de emociones y sentimientos que en muchos de nosotros despertaba, y despierta, la veneración a nuestra virgen, pero sería  presuntuoso por mi parte que yo tratara de describirlos. Emociones y sentimientos son de cada uno y  han de  quedar en el recuerdo particular de cada uno.

Y una noche más a participar y disfrutar todo el mundo del baile hasta la madrugada, parejas  de novios y casados,   chicas y chicos jóvenes de distintas edades,  incluso algunos de ellos  empezaban en estos bailes  a dar sus primeros pasos en el aprendizaje de los diferentes estilos, las madres controlando todo lo posible si eran o no de su gusto los chicos que  se arrimaban a sus hijas, y aprovechando también ellas para echarse algún baile que otro y los niños jugando entre las parejas y molestando a todos. Todo transcurría con aire alegre y festivo, salvo alguna ocasión en que se generaba alguna trifulca entre mozos de Alcorcón y forasteros llegados de pueblos vecinos o militares de las Escuelas de Transmisiones.

Algunos recordaréis a Juanito, el sargento, que era cojo, pues este señor, cuando tocaban el pasodoble “El Gato Montés”,  nos juntaba  a un grupo de chiquillos y como un director de orquesta nos daba la entrada para gritar “ooolé”  en determinados pasajes de la pieza.

El 9 y el 10 (Los toros):

No descubro nada diciendo que las mañanas de estos días se dedicaban a los encierros y las tardes a las corridas de novillos.

En los años 40 y hasta iniciados los 50, los novillos y cabestros llegaban desde la dehesa guiados por los caballistas, que los iban conduciendo hasta la actual calle Madrid y desembocaban directamente en la plaza que, por aquel entonces estaba cerrada solamente con carros.

Muy pronto se hubo de abandonar esta práctica y pasar a traerlos encajonados en camiones adaptados al efecto. ¿Y dónde se desencajonaban? Pues en la ya citada calle Madrid, que por aquel entonces  finalizaba con las casas del Boni  y su mujer  Julia, por un lado, y la casa de la tia Josefa por el otro.

En la práctica era un recorrido mínimo el que hacían los animales, por lo que en realidad no existía como tal lo que entendemos por “encierro”, pero tenía la ventaja de que no suponía coste  añadido alguno, ya que no había que realizar cerramiento  de calles.

Situándonos ya en la década de los 60 los encierros tomaron auge, trasladándose éstos  hasta el final de la calle Mayor, y posibilitando de este modo un recorrido más largo y una mayor permanencia de los novillos en la calle.

Lo habitual es que la llegada del camión de los toros se hiciese esperar, pero poco importaba ya que todo el pueblo estaba en la calle mucho antes, recorriendo la plaza y la calle Mayor de arriba a abajo, cantando, bailando, comiendo, bebiendo… con ese ambiente festivo que todos, unos a otros,  nos contagiábamos. Y llegaban los toros y unos corrían detrás y otros delante,  muchos se subían y agarraban a las ventanas y palos de las vallas, y muchos más, madres y niños sobre todo, esperando en la plaza su llegada…

Una vez encerrados los novillos en los toriles, se procedía a la suelta de alguna vaquilla para disfrute de los más atrevidos, y para  regocijo del respetable cada vez que la vaquilla hacía rodar por los suelos o dejaba medio en cueros a alguno de estos.

Como una imagen vale más que mil palabras, nada mejor que el reportaje que acabamos de ver, y  que nos ha preparado Joaquín Parejo, para que cada uno de nosotros hayamos podido rememorar aquellos encierros que compartimos

Las  tardes se dedicaban a las novilladas, y si querías asistir -y nadie quería perdérselo-, había que rascarse el bolsillo, porque las entradas no eran nada baratas y en casi todas las casas éramos familias numerosas. Así que los chicos nos las ingeniábamos para colarnos sin pagar, bien aprovechando alguna tabla suelta de las empalizadas de las calles que daban acceso a la plaza, o  bien escondiéndonos, antes de que la guardia civil despejara todo el recinto de la plaza, en los lugares más insospechados, como por ejemplo en un patio que estaba al lado de la puerta de toriles, contando siempre con la ayuda de alguien desde el exterior que, una vez dentro del patio, procedía a cerrar la puerta del mismo -recuerdo que el sistema de cierre era  una simple cuerda- y después, cuando ya la plaza empezaba a estar concurrida y los guardias distraídos en otros quehaceres de vigilancia, nos abría la puerta para que saliéramos. Recuerdo también que en aquel patio no había mucha sombra que digamos y  teníamos que pasar varias horas expuestos a un sol de justicia  en aquellas tardes veraniegas.

Si querías tener una relativa comodidad durante el transcurso de las novilladas, muchas familias trataban de reservarse un buen sitio encima de los carros, y llevaban  para ello con bastante antelación las sillas de sus casas.

Era habitual que en la primera de las novilladas  actuaran los propios mozos del pueblo, previa subasta celebrada días antes en el Ayuntamiento, donde pujaban los más valientes para convertirse por un día en el maestro (matador),  o  en  banderilleros y subalternos de la misma. Todos, en mayor o menor grado, alcanzaron su momento de gloria, pues público más entusiasta y entregado no podían encontrar.

La novillada del segundo día era más seria, digámoslo así, y en alguna ocasión participaron toreros de familia de renombre taurino como algunos de los hermanos Bienvenida, los Peralta, y también toreros del pueblo como nuestro Francisco Pérez “Cañones”.

Decir para finalizar que las novilladas se organizaban con la mayor solemnidad posible, a semejanza de las grandes plazas, con el paseíllo inicial de las cuadrillas, la concesión desde el balcón del Ayuntamiento de trofeos, (también aquí se era generoso), la vuelta al ruedo de los maestros y sus cuadrillas,  las mulillas ajaezadas con las mejores galas para el arrastre de los novillos, tras su muerte, hasta el matadero que se encontraba al final de la calle Mayor, etc.

Y siempre las noches para seguir divirtiéndonos de manera sana,  bailar y cantar hasta la madrugada, donde no podían faltar la raspa y la conga de Jalisco, donde participábamos grandes y pequeños en una interminable formación, a modo de acordeón humano, moviéndonos siempre en la dirección que marcaba el primero de la fila, y una vez más la jota, con la que despedíamos las fiestas hasta el próximo año.

6.- A mí sí que me gustaría antes de finalizar, que nos contaras una anécdota, ¿qué ocurrió aquel 8 de setiembre de 1963.

Recuerdo bien aquel suceso del 8 de septiembre de 1963, que pudo acabar en tragedia pero que afortunadamente no tuvo trascendencia alguna: La salida de la Virgen de la Iglesia, para iniciar la procesión, venía acompañada del repicar de las campanas de la torre, pero aquel año quisimos un grupo de jóvenes “voltear” una de las campanas, justamente la orientada al sureste, es decir la situada prácticamente encima de la puerta de la Iglesia. Llevábamos ya un buen rato volteándola cuando la campana enmudeció… ¡se había desprendido el badajo!, y este fue a caer, desde aquella altura, a la explanada de la puerta, que ya podéis imaginar cómo estaba de gente justamente cuando salía la Virgen. No me alargo más pues ya he dicho que, afortunadamente, no pasó nada, ni un rasguño a nadie, y solamente el susto de aquellos que estaban alrededor del lugar donde cayó el badajo. La suerte, la providencia, un milagro de la Virgen… cada uno que piense lo que quiera.

7.- Tienes algún otro recuerdo que desees comentar:

Pues me gustaría, antes de finalizar, darte las gracias a ti Roberto, por promover y organizar estos encuentros, y dar también  las gracias en mi nombre y en el de todos los que formamos el grupo “orgulloso de Alcorcón”, al creador, impulsor y factótum del mismo, Joaquín Parejo que aquí nos acompaña. Gracias Joaquín por estar siempre ahí, y sabes que estamos muy contentos de tener este grupo y participar en él, como también lo estaría, si viviera, una gran persona que ha venido a mi recuerdo al hablar de las fiestas de setiembre, pues precisamente un 9 de setiembre del año 1999, siendo alcalde de este pueblo, tristemente nos dejó. Me estoy refiriendo, como algunos ya habréis podido adivinar, a Joaquín Vilumbrales, a quien yo y muchos de vosotros, independientemente del color político de cada uno, tuvimos la ocasión de tratar y conocer, y por ello pudimos apreciar sus valores y su dimensión humana. Estoy seguro que desde el lugar donde ahora se encuentre estará velando por Alcorcón, su pueblo, nuestro pueblo.

Nada más y muchas gracias

20 de Febrero del 2017
Carlos Rodríguez Gaitán